martes, 19 de febrero de 2013

Los hispanos

Sam no es mi tío' y el sueño hispano de Estados Unidos

Por: | 19 de febrero de 2013
SAM NO ES MI TIO
En las estadísticas de los más de 50 millones de hispanos que viven en Estados Unidos, que representan ya a uno de cada seis residentes, se esconden 50 millones de sueños americanos que, como tantos otros, han ayudado a tejer la historia y la cultura de un país con más promesas que ningún otro. ‘Sam no es mi tío. Veinticuatro crónicas migrantes y un sueño americano’ es la selección realizada por dos escritores y emigrantes que han querido rendir tributo al viaje hacia el norte de latinoamericanos como ellos.
A diferencia de los que llegaron durante los siglos XIX y XX, los inmigrantes que han añadido la última capa de la sociedad estadounidense lo han hecho en español. En español han navegado la crisis económica de la que todavía se recupera el país y en español han sufrido algunos de sus más profundos zarpazos, como el fraude de los préstamos hipotecarios, retratado sin pudor por el autor argentino Diego Fonseca, editor de la colección junto a la brasileña Aileen El-Kadi.
Enredados ya en la malla de etnias e idiomas que compone Estados Unidos, argentinos, colombianos, venezolanos, chilenos, buscan su identidad. Algunos llevan atadas además las historias de padres y abuelos emigrantes. Para ellos la llegada a un país nuevo y donde es tan fácil ‘esconderse’ como en las calles de las grandes ciudades estadounidenses ayuda a crear y expresar esas señas de identidad que nunca llegaron a encajar en el país de origen. Víctimas del multiculturalismo, habían nacido allí, pero nunca fueron “de allí”.
Muchos repiten la historia del eterno emigrado que, cansado de narrar sus “varios orígenes, genealogías exóticas, incomunicable multilingüismo”, conversación tras conversación, termina por recitar de memoria los recorridos del pasado, las distancias, las fechas... como cuenta El-Kadi en ‘Travesías’. “Hasta que escuchas el último oh! y wow! de tus interlocutores y la vida te devuelve a su opacidad cotidiana”. Para otros el aterrizaje en EE UU es la realización más absoluta del borrón y cuenta nueva. “Los que se iban lo hacían con esperanza, aunque de lo que terminaran trabajando en sus nuevos destinos fuera de algo muy distinto a lo soñado”, escribe Claudia Piñeiro en ‘Miami’. “Algo de lo que no habrían aceptado trabajar en su propio país. Si era necesario bajar de nivel, era mejor hacerlo lejos de casa, donde no hubiera testigos”.
Algunos de los autores nacieron en EE UU, crecieron después en otros países de América Latina y no se sintieron americanos, sobrinos del verdadero Tío Sam, hasta regresar como adultos. Otros, como Jon Lee Anderson, emigraron para ahorrar unos dólares embalando cestas de pascua antes de saltar al destino amado en el corazón de América Latina. Conocemos al escritor y periodista que acaba trabajando en una prestigiosa quesería de Nueva York donde acaba descifrando las diferencias de clases y razas mientras esquiva los cuchillos en la cocina. Y al joven que, en palabras de Eduardo Halfon, aprende de sus padres a pronunciar su país de origen suavizando las consonantes y así, de repente, se da cuenta de que “dicho hacia el sur, mi país era otro”.
La obra recuerda, más a propósito que nunca, que el avance de los hispanos en la sociedad estadounidense no han sucedido de la noche a la mañana, que son más que una juez en el Tribunal Supremo o aquel 6 de noviembre en el que dieron una lección de democracia para exigir con su voto una mayor representación. Un caminar silencioso, vigilante, persistente e incansable que ha sido testigo desde el movimiento hippie, cuando, como recuerda la autora argentina Gabriela Esquivada, apenas había un millón de inmigrantes hispanos, hasta los atentados del 11 de Septiembre de 2001, cuando ya eran 40 veces más.
La colección editada por Fonseca y El-Kadi ilumina especialmente la experiencia de los inmigrantes latinoamericanos ante los ataques contra las Torres Gemelas aquella mañana de finales de verano. Algunos de los autores ya vivían en EE UU pero eso no ayudó a que experimentasen en los mismos términos la gravedad de los ataques. Queda entre el inmigrante y el sobrino de Sam un océano de diferencias culturales que décadas de vida en las calles de Nueva York, Detroit o San Francisco no ayudarán a cruzar, pero siempre merece la pena contar.

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