¿Una Iglesia con dos papas?
Las misteriosas palabras de despedida de Benedicto XVI
Juan Arias
Río de Janeiro
28 FEB 2013 - 11:55 CET50
Ha sido el papa Benedicto XVI quien ha decidido personalmente que
seguirá llamándose “su santidad Benedicto XVI”, o “Papa Romano Pontífice
emérito”.
No es una formalidad. Los cardenales no sabían cómo podría seguir llamándose un papa que ha renunciado a serlo. El que debería haberse llamado a partir de las ocho de la tarde de hoy “cardenal Ratzinger”, ha decidido que seguirá con el nombre de “papa Benedicto XVI”, que escogió el 19 de abril de 2005, cuando el cónclave lo proclamó nuevo obispo de Roma y jefe de la Iglesia Universal.
Seguirá también vistiéndose de blanco, como el nuevo papa y no de negro como los cardenales. Y su anillo papal, el llamado “anillo del Pescador”, no será esta tarde destruido como cuando un papa muere. Lo hacen pedazos con un martillo de oro y marfil y con esos restos se construye el anillo del próximo papa.
El anillo de Benedicto XVI que él mismo se hizo labrar por un orfebre italiano, será sólo “anulado”, no destruido. Aún no se sabe si continuará o no en la mano del papa dimisionario. Se despojará solo de los zapatos rojos para calzar unos marrones, regalo de los cristianos mexicanos.
Los anillos papales se destruyen a la muerte del pontífice porque antiguamente los papas sellaban con ese anillo los documentos papales. Se destruían para que nadie pudiese usarlo ilegalmente firmando documentos falsos.
Se ha dicho que Benedicto XVI fue mejor intelectual que gestor del gobierno de una Iglesia que se le habría escapado de las manos. Lo cierto es que ha sabido gestionar hasta en los más mínimos detalles su renuncia y su futuro.
Además de decidir el día y la hora en que dejará de ser formalmente papa, también decidió dónde pasará los dos próximos meses: en la finca de veraneo de los papas, el castillo de Castel Gandolfo
Ratzinger podría vivir donde quiera, en su casa natal en Alemania, o en un país del tercer mundo pobre o donde quisiera. Pero ha decidido seguir viviendo dentro del Vaticano, a menos de cien metros del nuevo papa, en un convento de monjas ubicado en los Jardines vaticanos.
De esta forma, la Iglesia tendrá que convivir con dos papas: uno formal, el que saldrá del cónclave y otro “emérito”, que se ha despedido con unas misteriosas palabras que deberán analizar con lupa los teólogos. Dijo en su último discurso a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro: “Mi deseo de renunciar al mandato petrino no revoca la decisión que tomé el 19 de abril de 2005. No regresaré a la vida pública. No abandonaré la cruz”.
¿Qué significan esas palabras? ¿Qué fue lo que decidió el día en que fue elegido papa y a lo que hoy no renuncia? ¿Qué significa que “no abandona la cruz”? La cruz que él tomó sobre sus hombros el día de la elección a la que afirma no renunciar es la de cargar con el peso y la responsabilidad del gobierno de la Iglesia Universal.
A los teólogos doy la palabra.
Ahora el mayor problema para el nuevo papa será como convivir con su antecesor aún vivo, vestido de blanco como él, que ha querido vivir a su lado y que ha dado a entender que no descuidará lo que decidió el día en que fue elegido obispo de Roma.
Todo dependerá de la personalidad del nuevo elegido. Si, como se espera, su sucesor será de alguna forma indicado por él, con sus mismos principios teológicos y visión del mundo y de la Iglesia, la misión del nuevo papa será relativamente fácil. De alguna forma reinarían juntos sobre la Iglesia.
Si el cónclave ofreciera una sorpresa y nombrara a una personalidad con deseos de abrir caminos nuevos con decisiones inesperadas, el problema se agudizaría. Como ha señalado el escritor brasileño Frei Betto, gran conocedor de la Historia de la Iglesia, que pertenece al movimiento de la Teología de la Liberación, al nuevo papa le será muy difícil, mientras viva su antecesor, tomar decisiones sobre cambios en la Iglesia que él no tomó y que nunca hubiera tomado.
No es una formalidad. Los cardenales no sabían cómo podría seguir llamándose un papa que ha renunciado a serlo. El que debería haberse llamado a partir de las ocho de la tarde de hoy “cardenal Ratzinger”, ha decidido que seguirá con el nombre de “papa Benedicto XVI”, que escogió el 19 de abril de 2005, cuando el cónclave lo proclamó nuevo obispo de Roma y jefe de la Iglesia Universal.
Seguirá también vistiéndose de blanco, como el nuevo papa y no de negro como los cardenales. Y su anillo papal, el llamado “anillo del Pescador”, no será esta tarde destruido como cuando un papa muere. Lo hacen pedazos con un martillo de oro y marfil y con esos restos se construye el anillo del próximo papa.
El anillo de Benedicto XVI que él mismo se hizo labrar por un orfebre italiano, será sólo “anulado”, no destruido. Aún no se sabe si continuará o no en la mano del papa dimisionario. Se despojará solo de los zapatos rojos para calzar unos marrones, regalo de los cristianos mexicanos.
Los anillos papales se destruyen a la muerte del pontífice porque antiguamente los papas sellaban con ese anillo los documentos papales. Se destruían para que nadie pudiese usarlo ilegalmente firmando documentos falsos.
Se ha dicho que Benedicto XVI fue mejor intelectual que gestor del gobierno de una Iglesia que se le habría escapado de las manos. Lo cierto es que ha sabido gestionar hasta en los más mínimos detalles su renuncia y su futuro.
Además de decidir el día y la hora en que dejará de ser formalmente papa, también decidió dónde pasará los dos próximos meses: en la finca de veraneo de los papas, el castillo de Castel Gandolfo
Ratzinger podría vivir donde quiera, en su casa natal en Alemania, o en un país del tercer mundo pobre o donde quisiera. Pero ha decidido seguir viviendo dentro del Vaticano, a menos de cien metros del nuevo papa, en un convento de monjas ubicado en los Jardines vaticanos.
De esta forma, la Iglesia tendrá que convivir con dos papas: uno formal, el que saldrá del cónclave y otro “emérito”, que se ha despedido con unas misteriosas palabras que deberán analizar con lupa los teólogos. Dijo en su último discurso a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro: “Mi deseo de renunciar al mandato petrino no revoca la decisión que tomé el 19 de abril de 2005. No regresaré a la vida pública. No abandonaré la cruz”.
¿Qué significan esas palabras? ¿Qué fue lo que decidió el día en que fue elegido papa y a lo que hoy no renuncia? ¿Qué significa que “no abandona la cruz”? La cruz que él tomó sobre sus hombros el día de la elección a la que afirma no renunciar es la de cargar con el peso y la responsabilidad del gobierno de la Iglesia Universal.
A los teólogos doy la palabra.
Ahora el mayor problema para el nuevo papa será como convivir con su antecesor aún vivo, vestido de blanco como él, que ha querido vivir a su lado y que ha dado a entender que no descuidará lo que decidió el día en que fue elegido obispo de Roma.
Todo dependerá de la personalidad del nuevo elegido. Si, como se espera, su sucesor será de alguna forma indicado por él, con sus mismos principios teológicos y visión del mundo y de la Iglesia, la misión del nuevo papa será relativamente fácil. De alguna forma reinarían juntos sobre la Iglesia.
Si el cónclave ofreciera una sorpresa y nombrara a una personalidad con deseos de abrir caminos nuevos con decisiones inesperadas, el problema se agudizaría. Como ha señalado el escritor brasileño Frei Betto, gran conocedor de la Historia de la Iglesia, que pertenece al movimiento de la Teología de la Liberación, al nuevo papa le será muy difícil, mientras viva su antecesor, tomar decisiones sobre cambios en la Iglesia que él no tomó y que nunca hubiera tomado.
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