sábado, 23 de febrero de 2013

Iñaki

Iñaki cuesta abajo

En el año transcurrido desde la primera declaración, todo lo que podía ir mal ha ido a peor

Iñaki Urdangarin llega a los juzgados de Palma para declarar ante el juez José Castro. / TOLO RAMÓN

Qué cuesta arriba se puede hacer a veces una cuesta abajo. Eso debía de pensar esta mañana Iñaki Urdangarin cuando descendía, seguido un paso por detrás por su abogado, Pascual Vives, los 40 metros de suave rampa que separan la calle de Perellades de la entrada de los Juzgados de Palma de Mallorca para declarar como imputado ante el juez Castro. En el año transcurrido entre el 25 de febrero de 2012, día de su primera declaración, y este 23 de febrero de 2013, todo lo que podía ir mal ha ido a muchísimo peor. Aquel todavía ufano duque de Palma y yerno del Rey que enfrentaba su primera declaración con el aire contrito de un niño pillado en falta, ha ganado 10 años, ha perdido 10 kilos y ha mutado en una especie de hombre-espectro tan enjuto, atormentado y solo como el caballero de la triste figura. De hecho, eso mismo parecían Urdangarin y Vives bajando al compás la célebre Cuesta del Imputado palmesana: Don Quijote y Sancho contra los molinos.
"Buenos días", ha sido lo único que ha salido de la boca de Urdangarin, vestido con vaqueros y sobrio abrigo gris, al pasar por delante del centenar de periodistas que le esperaban ateridos de frío, en un día de perros pasado por agua, viento y aguanieve, férreamente escoltados por otros tantos policías. Se oía, en sordina, el estrépito de las bocinas de otro centenar de manifestantes que, confinados por las fuerzas de seguridad a más de 300 metros de distancia del juzgado, exhibían pancartas con su lista de deseos: "Nóos gustaría ver a la Infanta" y "España, mañana, será republicana". Ni de una cosa ni de otra se ha enterado Urdangarin, que ha salido cinco horas después, acompañado por ocho motociclistas de la policía y un coche de escolta, sin que haya trascendido más información que su intención de desvincular a la Casa Real de sus actividades en el instituto Nóos. "Gracias", se le oyó decir.
Un intento que se antoja teledirigido y desde luego tardío después de que ayer, el exbalonmanista olímpico, el exglamuroso miembro consorte de la realeza que acompañaba a su esposa, la Infanta Cristina, a las más solemnes recepciones del Estado, saliera en portada de The New York Times como responsable de "acorralar" la imagen y el futuro de la monarquía española. Sea cual sea el resultado de su comparecencia ante Castro, lo que parece claro es que la cuesta abajo de Urdangarín, que llegó a Palma solo, directamente desde Barcelona para no poner a nadie en el compromiso de ofrecerle su casa a un apestado social, continúa imparable.
Debe de ser muy difícil renunciar a la miel del éxito y del dinero fácil una vez que se ha probado, porque Iñaki desoyó todas las señales para reportarse y volver al buen camino. Se resistió a dejar Nóos, según su socio Diego Torres. Se resistió a permanecer en su exilio dorado de Washington, recomendado por Zarzuela para huir del foco mediático. Se resistió a no figurar con la Familia Real y se atrevió a visitar a su suegro al hospital en plena tormenta judicial. Se resistió a pagar la fianza de ocho millones impuesta por el juez Castro alegando un "empobrecimiento injusto" cuando se supone que se ha apropiado presuntamente de seis millones de euros de dinero público a través de una fundación sin ánimo de lucro. Se resistió a todo y a todos. La mantiene y no la enmienda.
El Quijote Iñaki que ha entrado esta mañana en el Juzgado para retratarse ante el juez Castro parece vivir en su propia realidad paralela. Nada que ver con el tipo confianzudo que, según los correos aportados por Torres, presumía de venirse arriba con su ducado y de poder atender él solo a un equipo entero de ciclistas macizas. Hoy aparece enjuto, solo, atormentado. Expulsado de la página web de La Zarzuela. Sin su calle en el centro de Palma. Repudiado por los ciudadanos y las autoridades con las que tan bien supo codearse. Con el único, de momento, apoyo de su esposa, el duque que firmaba estar empalmado, está más de capa caída que nunca. Va cuesta abajo y sin frenos. El 23 de febrero de 1981, el Rey Juan Carlos hizo frente a la afrenta de los generales golpistas y se ganó la Corona a pulso. Treinta y dos años después, el 23 de febrero de 2013, el marido de su hija le ha puesto, quizá, en el brete más difícil de su reinado. A veces, el enemigo está en casa.

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