Acosado a derecha e izquierda
En 15 años como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio fue criticado por ambos bandos
Alejandro Rebossio
Buenos Aires
17 MAR 2013 - 21:09 CET16
En sus 15 años como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio
se mantuvo alineado a Roma en la doctrina, pero sin ceder a las
posiciones más recalcitrantes, y optó por mantener el diálogo, por
acercarse a la gente, fuera o no católica. Distante del Opus Dei
o de los Legionarios de Cristo, pero también de sus colegas jesuitas,
apostó por una iglesia más tradicional vertebrada en las parroquias y
reforzó la presencia de curas en las villas (barrios de chabolas), tanto
en cantidad como en recursos económicos, aunque sin el matiz
tercermundista que había tenido la pastoral de los años setenta, en los
tiempos del asesinado sacerdote Carlos Mugica. También ordenó las
cuentas de la diócesis porteña después de un escándalo de corrupción.
El cura Guillermo Marcó, exportavoz del ahora papa Francisco, destaca que el arzobispo “trabajaba en equipo”, lo que implicaba otra concepción de Iglesia menos piramidal. Al igual que el resto de la Iglesia latinoamericana, la de Argentina también ha sufrido la pérdida de fieles. Si históricamente el 90% de los argentinos se consideraban católicos, una encuesta dirigida por el sociólogo Fortunato Mallimaci demostró en 2008 que solo lo eran el 76%. Y en Buenos Aires, el 69% es católico, el 18% indiferente y el 10% de otras iglesias cristianas. “Bergoglio ha mejorado mucho la administración de la archidiócesis”, destaca. En tiempos de su antecesor estalló un escándalo por la financiación de la Iglesia porteña desde un banco que acabó quebrado. “Bergoglio eliminó ese tipo de casos”, menciona el sociólogo. En cambio, algunos de los obispos más conservadores de Argentina dieron protección a los banqueros perseguidos por la justicia.
“No perdió el contacto con la realidad, no era un cura de documentos”, opina Marcó. Mallimaci señala que, a diferencia de su antecesor en el arzobispado, “demostró sencillez, humildad, tuvo mucha presencia en actos contra la trata de personas, en favor de las víctimas de accidentes de tránsito o de las tragedias de [la discoteca] Cromañón [en 2004] y de [la estación ferroviaria de] Once [en 2012[”. También compartió misas con prostitutas o visitaba cárceles. Dejó libertad para que actuaran los sectores progresistas de la Iglesia y, a diferencia de otros antecesores, ayudaba a los curas que dejaban los hábitos.
“Continuó con las mismas líneas doctrinales”, advierte Mallimaci.
“Contra el matrimonio igualitario [ley sancionada en 2010] no hubo una
sola manifestación encabezada por él, pero impulsó que niños y niñas de
colegios católicos salieron a manifestarse en contra. Dijo que era una
movida del diablo”, recuerda el sociólogo y señala que como papa sigue
usando la misma retórica, como cuando la semana pasada dijo que “el que
no reza al Señor, reza al diablo” porque “cuando no se confiesa a
Jesucristo se confiesa la mundanidad del demonio”. Pero Bergoglio se
enfrentó a los sectores ultraconservadores de la Iglesia argentina,
desde el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, hasta el cardenal Leonardo Sandri, en Roma, porque proponía la unión civil entre homosexuales como alternativa al matrimonio.
“Aguer es mucho más frontal en el derecho a la vida o en el derecho de los padres a la educación de los hijos. En temas controvertidos, Bergoglio ha sido firme pero medido. Algunos le pedían ser más fuerte”, cuenta Jorge Rouillon, excolumnista del periódico La Nación. “Desde la Santa Sede se planteaba una Iglesia que se defendía muros para adentro, sin permitir que se infiltrara el mundo. Bergoglio era del ir hacia el mundo para hablarle primero de la adhesión a Jesucristo y después, del cambie de vida”, revelan testigos de su gestión. En cambio, para Mallimaci, “los cambios que ha realizado Bergoglio en Buenos Aires son mínimos”.
Como arzobispo, el ahora Papa tachó de blasfema una exposición del artista León Ferrari sobre el cristianismo. Creó el concepto de “memoria completa”, en referencia a que si el Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) impulsaba los juicios contra el terrorismo de Estado de los setenta también debía recordarse que los guerrilleros cometían atentados en aquel tiempo. Como arzobispo “pidió perdón en nombre de la Iglesia por no haber hecho lo suficiente” en la dictadura militar (1976-1983), aunque se le reprocha que no hubiese condenado la complicidad de su jerarquía con el régimen ni hubiese expulsado al único cura argentino condenado por la represión ilegal, Christian Von Wernich.
Enfrentado a los Kirchner, a Bergoglio tampoco le había interesado sentarse en la mesa del diálogo social que otros sectores moderados de la Iglesia argentina habían impulsado con los gobiernos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde en plena crisis argentina de 2001-2002. No quería fotografiarse con los que consideraba responsables de la debacle, así como tampoco quiso recibir a delegados del Fondo Monetario Internacional.
El cura Guillermo Marcó, exportavoz del ahora papa Francisco, destaca que el arzobispo “trabajaba en equipo”, lo que implicaba otra concepción de Iglesia menos piramidal. Al igual que el resto de la Iglesia latinoamericana, la de Argentina también ha sufrido la pérdida de fieles. Si históricamente el 90% de los argentinos se consideraban católicos, una encuesta dirigida por el sociólogo Fortunato Mallimaci demostró en 2008 que solo lo eran el 76%. Y en Buenos Aires, el 69% es católico, el 18% indiferente y el 10% de otras iglesias cristianas. “Bergoglio ha mejorado mucho la administración de la archidiócesis”, destaca. En tiempos de su antecesor estalló un escándalo por la financiación de la Iglesia porteña desde un banco que acabó quebrado. “Bergoglio eliminó ese tipo de casos”, menciona el sociólogo. En cambio, algunos de los obispos más conservadores de Argentina dieron protección a los banqueros perseguidos por la justicia.
“No perdió el contacto con la realidad, no era un cura de documentos”, opina Marcó. Mallimaci señala que, a diferencia de su antecesor en el arzobispado, “demostró sencillez, humildad, tuvo mucha presencia en actos contra la trata de personas, en favor de las víctimas de accidentes de tránsito o de las tragedias de [la discoteca] Cromañón [en 2004] y de [la estación ferroviaria de] Once [en 2012[”. También compartió misas con prostitutas o visitaba cárceles. Dejó libertad para que actuaran los sectores progresistas de la Iglesia y, a diferencia de otros antecesores, ayudaba a los curas que dejaban los hábitos.
En sus 15 años como arzobispo se mantuvo alineado a Roma en la doctrina, pero sin posiciones recalcitrantes
“Aguer es mucho más frontal en el derecho a la vida o en el derecho de los padres a la educación de los hijos. En temas controvertidos, Bergoglio ha sido firme pero medido. Algunos le pedían ser más fuerte”, cuenta Jorge Rouillon, excolumnista del periódico La Nación. “Desde la Santa Sede se planteaba una Iglesia que se defendía muros para adentro, sin permitir que se infiltrara el mundo. Bergoglio era del ir hacia el mundo para hablarle primero de la adhesión a Jesucristo y después, del cambie de vida”, revelan testigos de su gestión. En cambio, para Mallimaci, “los cambios que ha realizado Bergoglio en Buenos Aires son mínimos”.
Como arzobispo, el ahora Papa tachó de blasfema una exposición del artista León Ferrari sobre el cristianismo. Creó el concepto de “memoria completa”, en referencia a que si el Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) impulsaba los juicios contra el terrorismo de Estado de los setenta también debía recordarse que los guerrilleros cometían atentados en aquel tiempo. Como arzobispo “pidió perdón en nombre de la Iglesia por no haber hecho lo suficiente” en la dictadura militar (1976-1983), aunque se le reprocha que no hubiese condenado la complicidad de su jerarquía con el régimen ni hubiese expulsado al único cura argentino condenado por la represión ilegal, Christian Von Wernich.
Enfrentado a los Kirchner, a Bergoglio tampoco le había interesado sentarse en la mesa del diálogo social que otros sectores moderados de la Iglesia argentina habían impulsado con los gobiernos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde en plena crisis argentina de 2001-2002. No quería fotografiarse con los que consideraba responsables de la debacle, así como tampoco quiso recibir a delegados del Fondo Monetario Internacional.
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