Fue en La Habana, Cuba. Viajé allí buscando a Ernesto Che Guevara. Iba sólo. Y en silencio. Una de aquellas mañana decidí visitar el Capitolio. Sentado en la parte superior de sus interminables 56 peldaños, saqué mi cuaderno de viajes y escribí un “Manual básico para viajeros solitarios”. Son algunos consejos, algunos aprendizajes, cosas que seguro ya sabes o que quizás nunca deberías haber olvidado…
En los alrededores de este edificio suelen concentrarse muchos turistas. Algunos se mueven en grupos organizados acompañados de guía, autobús y tarjeta de identificación en el cuello con su nombre, su agencia de viajes y el teléfono de contacto de su hotel. Otros viajan en parejas. Y algunos, me atrevería a decir que cada vez más, lo hacen solos. Para éstos últimos y mientras llega la hora de abandonar el lugar en dirección a la fortaleza de El Morro, me he propuesto redactar el siguiente “Manual básico para viajeros solitarios”.
Me siento en uno de los peldaños de la escalinata de acceso al Capitolio. Hace sol. Comienzo a “ensuciar” mi diario. Los fundamentos teóricos que respaldan este improvisado “tratado” no proceden de grandes y extensos estudios estadísticos. Se basan, sencillamente, en la experiencia, en las vivencias y en la observación de otros viajes hechos en solitario por otros territorios de este quimérico continente latinoamericano. Se trata de un doble decálogo, abierto a cambios, sugerencias y mejoras, que apunta lo siguiente:
Manual básico para viajeros solitarios
1. Busca: Éste es el verbo más importante y necesario. Da igual si al final del camino lo hallado no responde a las expectativas iniciales. Busca, aunque no necesariamente encuentres. Busca pues sólo el que busca aprende. Busca para que tu viaje sea diferente, genuino, tuyo. Busca y nunca dejes de hacerlo pues ese es el verdadero motor, la principal razón, el mejor combustible del viajero auténtico.
2. Pregunta: No te equivoques... El que sabe ha tenido antes que preguntar. Y es por eso que preguntar es sinónimo de aprender. La curiosidad ha de ser tu guía, tu brújula. Pregunta, siempre. De la historia, de la política, de los museos, de las celebridades, de la gastronomía...
Pero pregunta también de lo que no está en las guías, del niño que camina descalzo y de noche por aquella avenida, de los mercados donde compran “ellos”, de los hospitales donde los atienden, de sus logros y éxitos, pero también de sus fracasos y miserias. Pregunta a todos. A los guías, a los expertos, a los dirigentes... Y también a los taxistas, a los vigilantes nocturnos, a los cocineros, a los ancianos, que solos y en silencio, esperan “su” momento en aquel solitario banco de aquella solitaria plaza.
3. Duda: Desconfía. Cuestiona. Contrasta. Nunca des a nada ni a nadie la razón total y absoluta. Busca siempre otra fuente, otra opinión, otra mirada... Duda siempre, pues la duda te llevará a la inseguridad, la inseguridad te conducirá a la incertidumbre, y ésta te invitará a “buscar” respuestas. Y para obtener una respuesta deberás antes formular una buena pregunta.
4. Reflexiona: Aprovecha cada viaje en tren, en autobús o en taxi... Dedica unos minutos de los momentos de descanso en la habitación del hotel, de relax sobre la hierba de aquella explanada, de “desconexión” en orilla de una playa... para pensar, relacionar y meditar sobre todo lo visto y todo lo vivido hasta ese momento en tu peregrinaje.
5. Escribe: El Che lo hacía. Cuando viajaba, cuando luchaba en la sierra... Siempre. Escribe unas líneas cada día para ponerte a prueba, para grabar con letras lo más importante de aquella jornada. Y a ser posible, no escribas efemérides, datos o nombres. Eso ya está en los libros. Escribe esa frase que te ha marcado.
Deja constancia de qué parte de ti ha empezado a desquebrajarse al visitar aquella mezquita o al caminar en silencio por aquella plaza, jardín o alameda. Escribe porque los buenos recuerdos suelen ser efímeros, escurridizos, fugaces. Y escribe también de los malos episodios para no olvidarlos sin antes aprender de ellos, para intentar escudriñar dónde estuvo el error, para no perder el Norte. Y porque, desgraciadamente, ante determinados escenarios, paisajes y situaciones, rápidamente, se aprende a olvidar...
6. Sonríe: La mejor llave suele ser una buena sonrisa en el momento oportuno, de la forma correcta. Y, del mismo modo, la mejor cerradura suele ser un gesto tosco, una mirada desafiante, una palabra innecesaria. Sonríe. Es contagioso, saludable y puede incluso que alguien, cuando menos lo esperes (y también cuando menos lo necesites), se enamore... de tu sonrisa.
7. No pases dos veces por el mismo sitio en menos de cinco minutos: Seguro que es la primera vez que tú estás en ese sitio, pero da por hecho que muchos otros (entre ellos, una amplia y variada gama de carteristas, estafadores, trileros y pícaros de toda índole y formación profesional) llevan años viviendo en ese lugar. Se conocen y poseen una particular destreza para detectar al extranjero. Especialmente, al extranjero desorientado y perdido. O sea: A una fácil presa de sus fechorías.
8. La inseguridad no es buena compañera de viaje: Aunque nunca hayas estado allí, entra con una seguridad aplastante, saluda con un guiño a la camarera y dirígete hasta lo más profundo del recinto. (Eso sí, hazlo con cuidado pues todavía recuerdo a un grupo de 60 alemanes que siguiendo a su joven e inexperto guía aplicaron esta singular táctica y acabaron en el rincón del fondo de un restaurante apilados delante de la puerta del... baño de señoras).
9. Un anciano sentado en la puerta de su casa, la mejor fuente de información: Es sencillo. Lleva allí mucho tiempo. Y gran parte de esas horas, las ha pasado observando con detalle y precisión a los que pasan, a la hora que pasan, a todo lo que pasa. A ello se une su excelente predisposición a entablar conversación y diálogo. Es sencillo. Siéntate a su lado y pregúntale. A la gente le gusta escuchar, pero también, a veces, ser escuchada. Es sencillo. Y, a veces, estos ancianos sentados en la puerta de su casa, a pesar de ser una inagotable y valiosa fuente de información, son muy sencillos.
10. Aprovecha la magia que se esconden en los aeropuertos: Quizás sea por la energía que desprenden los que van y vienen de un lugar a otro del planeta... A lo mejor se debe a las acumuladas ansias de viaje que se almacenan en el pecho (y en el corazón) de los camareros, los empleados de la limpieza, el personal de seguridad y un sinfín de trabajadores más del lugar... pero los aeropuertos son enclaves mágicos donde es recomendable empezar un libro, un poema, un proyecto, un sueño y, también, una romántica y apasionada historia de amor (o desamor).
Faltan diez recomendaciones más que cierran este “Manual básico para viajeros solitarios”. Pronto las compartiré contigo. Será también aquí. Y quizás tú sepas otros (y mejores) consejos. Así, aprenderemos de mis viajes y… de los tuyos. Continuará…
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