Chile celebra este domingo un proceso inédito de primarias presidenciales
Seis precandidatos de la derecha y el centroizquierda, entre ellos la expresidenta Bachelet, se miden de cara a las elecciones de noviembre
Rocío Montes
Santiago de Chile
30 JUN 2013 - 05:11 CET
Más de trece millones de chilenos están habilitados para votar este
domingo en las primeras primarias presidenciales simultáneas y
vinculantes de la historia de Chile, donde la derecha y la oposición
definirán a sus abanderados con miras a las elecciones del próximo 17 de
noviembre. Una de las principales incógnitas de estas elecciones, sin
embargo, será la cantidad de gente que participará en el proceso, si
tenemos en cuenta la abstención del 57% de los últimos comicios
municipales de octubre de 2012, donde debutó el sistema de inscripción
automática y voto voluntario en el país sudamericano.
De acuerdo a los expertos electorales, las primarias serán un éxito si logran una participación del 10% del padrón electoral, lo que equivale a 1,3 millones de votantes. Pero ningún analista se atreve a pronosticar hasta dónde llega la indignación chilena con su clase política, sobre todo después de que las elecciones de hace nueve meses mostraran que las encuestas no son capaces de predecir el comportamiento electoral de los ciudadanos tras del estallido social de 2011.
La oposición llega a las primarias con una gran favorita: la expresidenta Michelle Bachelet, que hasta marzo ocupó el cargo de directora ejecutiva de ONU Mujeres. La médico socialista regresó a Chile con el propósito de liderar un nuevo ciclo político y, en sus tres meses de campaña, se ha mostrado decidida a ampliar la concertación de centroizquierda que la llevó al poder en 2006 y que gobernó Chile por veinte años desde el restablecimiento de la democracia en 1990. Bachelet habla de una nueva mayoría, que por primera vez incluye a los comunistas, y ha propuesto medidas que ni en su Gobierno ni en las anteriores administraciones de centroizquierda se ejecutaron: una reforma tributaria profunda, una nueva Constitución y la educación gratuita universal.
La expresidenta se medirá con el candidato democristiano Claudio Orrego, un exalcalde de 44 años que, durante la ausencia de Bachelet en Chile, apostó por convertirse en el rostro de la renovación política de la oposición. Desde hace algunos meses, sin embargo, las encuestas muestran que la distancia con la expresidenta parece irremontable y emprendió una campaña conservadora que apunta al electorado de centro –“Yo creo en dios…¿y qué?”- y que ha resguardado el juego limpio con la candidata socialista que con probabilidad se convertirá nuevamente en Presidenta desde marzo de 2014.
La apuesta del democristiano, cuyo partido se pondrá a disposición de Bachelet desde este lunes, es llegar en segundo lugar. Pero el escenario es incierto: el exministro de Hacienda de Bachelet, el independiente Andrés Velasco, llega con el mismo propósito que Orrego de liderar el centro político, instalarse como el segundo mejor candidato después de Bachelet e influir en el proceso electoral de la oposición. Un buen resultado de este economista sin partido representaría un fracaso para la Democracia Cristiana, uno de los pilares de la oposición desde el retorno a la democracia, y una mala señal para Bachelet: Velasco no sólo ha sido el único candidato del sector que se ha enfrentado públicamente a su antigua jefa y aliada política, con quien actualmente mantiene una distancia política y personal, sino que además ha manifestado que, de no ser Presidente, no formará parte de ningún gobierno.
La segunda pregunta que se responderá en las primarias de la oposición es el porcentaje que obtendrá Bachelet. De acuerdo a diversos análisis, la expresidenta logrará una victoria rotunda si sobrepasa el 80% de las preferencias y una votación por debajo del 60% será una sorpresa mayor. El cuarto candidato es el presidente del Partido Radical, José Antonio Gómez, que aspira a no salir último y a obtener un 10%-
El panorama que enfrenta la derecha, en cambio, es bastante incierto. Los dos candidatos que se medirán en sus primarias, Andrés Allamand - de Renovación Nacional, el partido del presidente Sebastián Piñera- y Pablo Longueira - de la UDI, donde está anclada la derecha ortodoxa- llegan con similares probabilidades de erigirse como el contrincante de Bachelet en noviembre. Los dos exministros de Piñera, sin embargo, saben que la disputa será extremadamente compleja, pese a que los niveles de apoyo del Gobierno han logrado instalarse en el 40%, el piso histórico de la derecha en Chile.
El oficialismo este domingo deberá probar además que puede convocar a una cantidad similar de votantes que la oposición y si logra cautivar a los votantes que no vivan en la zona oriente de Santiago de Chile, donde la derecha tiene su principal nicho electoral. El escenario es complejo considerando que sus partidarios saben que, independientemente del candidato que resulte electo, el sector tiene pocas probabilidades de ganar en las elecciones frente a Bachelet: la expresidenta es un fenómeno político y hasta ahora parece imbatible.
Las primarias presidenciales chilenas se han configurado como el principal hito político del país sudamericano de este semestre y sus resultados arrojarán muchas luces respecto de comportamiento electoral de la ciudadanía después de las movilizaciones estudiantiles de 2011, que han resurgido en este año electoral. La influencia del movimiento ha sido un éxito y la máxima prueba es que algunos tópicos como el malestar ciudadano, los derechos del consumidor, la igualdad social y la reforma a la educación han cruzado –como nunca antes- transversalmente la campaña presidencial.
De acuerdo a los expertos electorales, las primarias serán un éxito si logran una participación del 10% del padrón electoral, lo que equivale a 1,3 millones de votantes. Pero ningún analista se atreve a pronosticar hasta dónde llega la indignación chilena con su clase política, sobre todo después de que las elecciones de hace nueve meses mostraran que las encuestas no son capaces de predecir el comportamiento electoral de los ciudadanos tras del estallido social de 2011.
La oposición llega a las primarias con una gran favorita: la expresidenta Michelle Bachelet, que hasta marzo ocupó el cargo de directora ejecutiva de ONU Mujeres. La médico socialista regresó a Chile con el propósito de liderar un nuevo ciclo político y, en sus tres meses de campaña, se ha mostrado decidida a ampliar la concertación de centroizquierda que la llevó al poder en 2006 y que gobernó Chile por veinte años desde el restablecimiento de la democracia en 1990. Bachelet habla de una nueva mayoría, que por primera vez incluye a los comunistas, y ha propuesto medidas que ni en su Gobierno ni en las anteriores administraciones de centroizquierda se ejecutaron: una reforma tributaria profunda, una nueva Constitución y la educación gratuita universal.
La expresidenta se medirá con el candidato democristiano Claudio Orrego, un exalcalde de 44 años que, durante la ausencia de Bachelet en Chile, apostó por convertirse en el rostro de la renovación política de la oposición. Desde hace algunos meses, sin embargo, las encuestas muestran que la distancia con la expresidenta parece irremontable y emprendió una campaña conservadora que apunta al electorado de centro –“Yo creo en dios…¿y qué?”- y que ha resguardado el juego limpio con la candidata socialista que con probabilidad se convertirá nuevamente en Presidenta desde marzo de 2014.
La apuesta del democristiano, cuyo partido se pondrá a disposición de Bachelet desde este lunes, es llegar en segundo lugar. Pero el escenario es incierto: el exministro de Hacienda de Bachelet, el independiente Andrés Velasco, llega con el mismo propósito que Orrego de liderar el centro político, instalarse como el segundo mejor candidato después de Bachelet e influir en el proceso electoral de la oposición. Un buen resultado de este economista sin partido representaría un fracaso para la Democracia Cristiana, uno de los pilares de la oposición desde el retorno a la democracia, y una mala señal para Bachelet: Velasco no sólo ha sido el único candidato del sector que se ha enfrentado públicamente a su antigua jefa y aliada política, con quien actualmente mantiene una distancia política y personal, sino que además ha manifestado que, de no ser Presidente, no formará parte de ningún gobierno.
La segunda pregunta que se responderá en las primarias de la oposición es el porcentaje que obtendrá Bachelet. De acuerdo a diversos análisis, la expresidenta logrará una victoria rotunda si sobrepasa el 80% de las preferencias y una votación por debajo del 60% será una sorpresa mayor. El cuarto candidato es el presidente del Partido Radical, José Antonio Gómez, que aspira a no salir último y a obtener un 10%-
El panorama que enfrenta la derecha, en cambio, es bastante incierto. Los dos candidatos que se medirán en sus primarias, Andrés Allamand - de Renovación Nacional, el partido del presidente Sebastián Piñera- y Pablo Longueira - de la UDI, donde está anclada la derecha ortodoxa- llegan con similares probabilidades de erigirse como el contrincante de Bachelet en noviembre. Los dos exministros de Piñera, sin embargo, saben que la disputa será extremadamente compleja, pese a que los niveles de apoyo del Gobierno han logrado instalarse en el 40%, el piso histórico de la derecha en Chile.
El oficialismo este domingo deberá probar además que puede convocar a una cantidad similar de votantes que la oposición y si logra cautivar a los votantes que no vivan en la zona oriente de Santiago de Chile, donde la derecha tiene su principal nicho electoral. El escenario es complejo considerando que sus partidarios saben que, independientemente del candidato que resulte electo, el sector tiene pocas probabilidades de ganar en las elecciones frente a Bachelet: la expresidenta es un fenómeno político y hasta ahora parece imbatible.
Las primarias presidenciales chilenas se han configurado como el principal hito político del país sudamericano de este semestre y sus resultados arrojarán muchas luces respecto de comportamiento electoral de la ciudadanía después de las movilizaciones estudiantiles de 2011, que han resurgido en este año electoral. La influencia del movimiento ha sido un éxito y la máxima prueba es que algunos tópicos como el malestar ciudadano, los derechos del consumidor, la igualdad social y la reforma a la educación han cruzado –como nunca antes- transversalmente la campaña presidencial.
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