Brasil: ¿Puede alguien explicar lo que está ocurriendo?
Cuando los estadounidenses piensa en Brasil, las
manifestaciones son lo último que llega a su mente. El fútbol, el
carnaval y, más recientemente, el Mundial de Fútbol y los Juegos
Olímpicos han sido, para bien o para mal, las imágenes más asociadas con
el gigante Americano.
Imaginen entonces la sorpresa de los estadounidenses al ver
las fotografías de las protestas masivas y continuas -algunas de ellas
violentas- en todo Brasil.
Los estadounidenses han oído hablar de agentes de policía
arrojando sus armas a las hogueras creadas por los manifestantes y
uniéndose al movimiento; de miles de brasileños dando la espalda a la
bandera durante la reproducción del himno nacional en la Copa
Confederaciones, y de una joven brasileña pidiendo a ciudadanos de EE UU
a través de YouTube que escuchen las peticiones de los manifestantes.
Y mientras los medios estadounidenses cada vez publican más
información de los brasileños pidiendo un cambio en su país, los
ciudadanos no pueden dejar de preguntarse de dónde viene este
movimiento. Pero responder esa pregunta no es algo sencillo.
Cuando los medios de comunicación de EE UU comenzaron a
hacer referencia a las manifestaciones del pasado lunes, los reportajes
se centraron en las tarifas del transporte público como la motivación
principal, si no la única, de las protestas y del descontento popular.
Sin embargo, cada vez es más evidente que el precio del transporte era
solo la punta del iceberg.
Dada la limitada cobertura dedicada por los medios a las
manifestaciones, y la todavía menos detallada información sobre las
peticiones de los protestantes, los estadounidenses recurrieron
rápidamente a las redes sociales, conectando con sus familiares y amigos
en el extranjero para conocer los avances. Facebook, Twitter y YouTube
contaban una historia completamente diferente.
A través de esas fuentes, los estadounidenses obtuvieron acceso a las voces y las perspectivas de los propios manifestantes.
A pesar de que la subida del precio del transporte afecta
directamente a los más pobres y la clase trabajadora, pronto se
esclareció que los ciudadanos más jóvenes, los estudiantes, también
estaban entre los protestantes. Y la naturaleza masiva de las protestas y
la diversidad demográfica de sus participantes llamó la atención de los
estadounidenses acerca de las preocupaciones de los brasileños, que
demostraron ser mucho mayores que el coste del transporte público.
Cada vez más, los medios de comunicación y las redes
sociales han trasladado las demandas de los manifestantes en cuanto a
mejoras en sistema de salud, educación y transporte, así como el fin del
gasto temerario por parte del gobierno y la corrupción que durante
tanto tiempo han plagado el sistema.
Y aunque las protestas se han mantenido pacíficas en su
mayoría, los estadounindeses han sido testigos de imágenes en las que
los manifestantes huyen de la policía amenazados por mangueras y gas
lacrimógeno lanzado contra ellos y, a veces, contra la prensa.
Avaaz.org,
la red social de activismo, ha llegado a organizar una petición para
solicitar la impugnación de la presidenta Dilma Rousseff y ya ha logrado
el respaldo de más de 270.000 firmas.
Una vez más, la audiencia de EE UU se vio sorprendida,
habiendo oído hablar de Brasil como el ejemplo del éxito en
Latinoamérica, el país con una creciente economía y un sistema político
estable cuya influencia global y regional sólo podía crecer y que podría
demostrarlo al celebrar los próximos Juegos Olímpicos y Mundial de
Fútbol.
Pero ahora Brasil cada vez parece más a Chile, cuyo éxito
económico y fiscal de la última década cada vez está más ensombrecido
por el movimiento de protestas en aquel país -constante, a pesar de
algunos períodos de calma y resurgimiento, desde 2011.
Si acaso, lo que el movimiento chileno nos ha enseñado es
que el crecimiento no es una panacea para los problemas de un país, sino
lo contrario. Mientras que el éxito económico de un estado permite a un
gobierno responder a problemas domésticos, ese mismo éxito aumenta la
presión sobre los líderes políticos para que hagan precisamente eso.
En Brasil, como en Chile, la presión se ha traducido en una
mayor demanda de servicios: infraestructuras, salud, educación y
programas sociales.
Un vídeo en YouTube grabado por una joven brasileña
demuestra el alcance de esas demanda. La mujer explica que el éxito
económico de su país vino acompañado de grandes esperanzas sobre la
capacidad del país para asistir a sus ciudadanos.
Y, mientras que el Gobierno ha invertido 14.000 millones de
dólares en las infraestructuras del Mundial de Fútbol y los Juegos
Olímpicos, aumentaba la impaciencia de los ciudadanos por la reticencia
de las autoridades a emplear ese dinero en ayudar a una población
necesitada desesperadamente de mejores escuelas y un sistema de ayudas
sociales.
En cierto modo, quizás Brasil sea víctima de su propio
éxito económico. Parece que los brasileños que se han echado a las
calles a favor del cambio no piden más que un gobierno que emplee sus
recursos para proporcionar a sus ciudadanos los servicios que tanto les
faltan.
Toda la sorpresa con la que han reaccionado los estadounidenses ante las manifestaciones carece así de sentido.
Aunque los norteamericanos quieren saber qué ocurrirá
ahora. Los protestantes han dejado claras sus preocupaciones y su
presencia en el escenario internacional crece cada día.
Ahora, Estados Unidos, espera con curiosidad para ver cómo
responderá la presidenta Rousseff. Con suerte, podrá movilizar a su
propio gobierno y sus amplios recursos para cumplir y gestionar las
expectativas de la población brasileña.
Lo que ella sabe sin duda -y lo que muchas veces olvidan
los manifestantes- es que el cambio político y social es inevitablemente
un proceso constante. Esperamos que pueda sumar a él a los
protestantes.
*El autor es director del Programa Internacional del CSIS en Washington
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