Tibieza en la Cumbre
La reunión del Consejo Europeo solo esboza algunas respuestas a los graves retos económicos
De la reunión del Consejo Europeo celebrado durante el jueves y el
viernes apenas han emergido señales de cambios a la altura de los que
precisan las políticas económicas en la UE, especialmente en la
eurozona. Es cierto que se ha evitado la frustración completa, pero la
significación de los acuerdos alcanzados apenas guarda proporción con la
severidad de los problemas económicos que están presentes en el área de
la moneda común.
Y el más importante es el elevadísimo contingente de desempleados, especialmente jóvenes. La recesión sigue destruyendo puestos de trabajo y, ante la falta de políticas diferentes a las practicadas hasta ahora, Europa apenas crecerá el año que viene. Desde luego no lo hará con la intensidad suficiente como para invertir la tendencia destructora de empleo, favorecer la creación de empresas y potenciar la supervivencia de las que hoy están asfixiadas por falta de demanda y de financiación.
Son estos dos los problemas que el Consejo debería haber abordado de forma determinante. Con estímulos inversores para favorecer la mejora de las condiciones de las pequeñas y medianas empresas y la reducción del desempleo, en especial de los más jóvenes.
A tenor de los decepcionantes resultados que ha generado la aplicación de los ajustes fiscales (la famosa austeridad), el terreno parecía más que abonado para que Gobiernos empeñados en el castigo a las economías periféricas —más que en la viabilidad de la eurozona—, apostaran por movilizar recursos con los que alimentar la demanda de las empresas. Esos mismos Gobiernos tampoco han concretado definitivamente el horizonte de la unión bancaria, necesario para que se alejen los temores que subyacen en algunos sistemas financieros de la periferia europea.
No puede hablarse de completa frustración, porque las autoridades alemanas han cedido parcialmente y se ha podido insinuar la dirección correcta de próximas decisiones. Como la movilización de fondos europeos que sirvan para reducir el desempleo juvenil, aunque su cuantía sea testimonial: 6.000 millones de euros en los dos próximos años. Se han aprobado algunas piezas del mecanismo de resolución de crisis bancarias que permiten albergar cierta esperanza de que se neutralice la realimentación perversa entre los problemas del sector bancario y los de endeudamiento público, que también aqueja a las economías del sur, de forma especial a la española. Menor concreción ha habido respecto a la posibilidad de que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) se implique a fondo en la tarea de paliar la ausencia de crédito a las pequeñas empresas.
Para que todo lo anterior no se quede en enunciados ha sido necesaria la aprobación de los presupuestos de la UE de los siete próximos años, algo que hay que saludar. Con todo, Europa, los Gobiernos de sus países, han vuelto a demostrar que el ritmo de las decisiones guarda poca relación con la magnitud de los problemas que sufren la mayoría de sus ciudadanos.
Y el más importante es el elevadísimo contingente de desempleados, especialmente jóvenes. La recesión sigue destruyendo puestos de trabajo y, ante la falta de políticas diferentes a las practicadas hasta ahora, Europa apenas crecerá el año que viene. Desde luego no lo hará con la intensidad suficiente como para invertir la tendencia destructora de empleo, favorecer la creación de empresas y potenciar la supervivencia de las que hoy están asfixiadas por falta de demanda y de financiación.
Son estos dos los problemas que el Consejo debería haber abordado de forma determinante. Con estímulos inversores para favorecer la mejora de las condiciones de las pequeñas y medianas empresas y la reducción del desempleo, en especial de los más jóvenes.
A tenor de los decepcionantes resultados que ha generado la aplicación de los ajustes fiscales (la famosa austeridad), el terreno parecía más que abonado para que Gobiernos empeñados en el castigo a las economías periféricas —más que en la viabilidad de la eurozona—, apostaran por movilizar recursos con los que alimentar la demanda de las empresas. Esos mismos Gobiernos tampoco han concretado definitivamente el horizonte de la unión bancaria, necesario para que se alejen los temores que subyacen en algunos sistemas financieros de la periferia europea.
No puede hablarse de completa frustración, porque las autoridades alemanas han cedido parcialmente y se ha podido insinuar la dirección correcta de próximas decisiones. Como la movilización de fondos europeos que sirvan para reducir el desempleo juvenil, aunque su cuantía sea testimonial: 6.000 millones de euros en los dos próximos años. Se han aprobado algunas piezas del mecanismo de resolución de crisis bancarias que permiten albergar cierta esperanza de que se neutralice la realimentación perversa entre los problemas del sector bancario y los de endeudamiento público, que también aqueja a las economías del sur, de forma especial a la española. Menor concreción ha habido respecto a la posibilidad de que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) se implique a fondo en la tarea de paliar la ausencia de crédito a las pequeñas empresas.
Para que todo lo anterior no se quede en enunciados ha sido necesaria la aprobación de los presupuestos de la UE de los siete próximos años, algo que hay que saludar. Con todo, Europa, los Gobiernos de sus países, han vuelto a demostrar que el ritmo de las decisiones guarda poca relación con la magnitud de los problemas que sufren la mayoría de sus ciudadanos.
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