Las trece fincas
El asunto de la Infanta pone de relieve un problema español: en este país somos expertos en la especulación
En este país somos expertos en el terreno de la especulación. No me
refiero a la inmobiliaria, que también, sino al arte de especular. Por
eso abundan las tertulias como churros y florecen como amapolas las
teorías. Se sienta uno en un taxi, entra en la panadería o se toma uno
un café, y aunque evite el contacto visual para que nadie le hable, a
sus oídos llegarán, malditas sean las circunstancias, las palabras de
alguien dispuesto a exponer la verdad del asunto. España es un país en
el que padecemos un tremendo problema literario. No rematamos una
historia jamás. Hacemos el planteamiento, pero, ay amigos, en el nudo
nos encastillamos y de ahí no salimos. Pocos de los casos que se
plantean en el telediario han conseguido llegar al desenlace. Y eso que
los planteamientos son de órdago. Pero si nos aconsejara una autoridad
en guion cinematográfico nos diría que comenzamos las historias tan
arriba que inevitablemente nos precipitamos hacia un final
decepcionante. Yo diría aún más: somos expertos en el no final.
Hace tiempo que vengo observando este fallo en el argumento colectivo de nuestras vidas. Esta semana (sin ir más lejos) hemos vivido la noticia que ejemplifica esta tara tan nuestra: una mañana nos levantamos con la noticia de que la Infanta ha vendido 13 propiedades inmobiliarias. Nada más y nada menos que 13: a un paso está este asunto de que lo investigue Iker Jiménez. En consecuencia, nos ponemos a analizar la falta de transparencia de la Casa Real, cuando va la propia Casa y desmiente la venta e incluso la propiedad de dichas fincas. El Ministerio de Hacienda deja caer que ha sido un fallo y a partir de ahí los tertulianos se dedican a especular sobre la naturaleza del fallo. Acarician el fallo, desmenuzan el fallo, opinan que detrás del fallo hay una mano negra: unos dicen que para beneficiar a la Monarquía y otros para perjudicarla. Los días se suceden y las tertulias también. No sé ustedes, pero yo cuanto más oigo, menos entiendo. Y tengo la sospecha de que a los contertulios les sucede tres cuartas de lo mismo, aunque es natural que no se queden callados porque les pagan por especular. El problema es el remate. ¿Esto tendrá un fin, una explicación convincente? El ministro Montoro, al que hay que agradecer los buenos ratos que nos da, se planta ante la prensa y elevando sus manos como si fueran alas, declara con un tono reprochón: “No vean ustedes tantos fantasmas volando, que ustedes siempre ven fantasmas volando”. En mi humilde opinión, esto no solo se lo tiene que decir el ministro a los periodistas, debería decírselo al pueblo en general, ya que, efectivamente, quien más quien menos lleva una semana inventando y exponiendo su propia teoría, dado que asimilar que todo se ha debido a un error con el DNI de la Infanta es algo tan cutre que dan ganas de llegar a la IV República sin haber pisado la III.
Lo que se ve venir, dada la destreza que tiene el Gobierno para no rematar ni uno solo de los asuntos sin resolver que protagoniza, es que llegará un día en que en las tertulias se cansarán de marear la perdiz del misterio de las 13 fincas y de los errores tecnológicos de 13 registradores de la propiedad, y le hincarán el diente a otro asunto que tendrá un planteamiento espectacular, pero que se quedará enrocado en el nudo. España vive en un continuo expediente X. Mucho me temo que el siguiente caso que protagonizará los corrillos será el del expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa, que es un hombre que entra y sale de la cárcel a la velocidad de la luz, haciendo honor a ese dicho tan cañí de “entran por una puerta y salen por la otra”. De la misma forma, a una infanta la imputan, mañana la desimputan, pero resulta que luego igual la vuelven a imputar. Todo esto (por mirar un poco el lado positivo del asunto) es muy bueno para el cerebro. Es como si a diario el Gobierno nos planteara un desafío distinto y dejara en nuestras manos la posible resolución del caso, y una vez que nos tuviera entretenidos desarrollando imaginativas teorías, nos planteara de pronto otro problema, obligándonos a dejar el anterior sin resolver para ponernos al siguiente.
Una gincana mental para un pueblo cada vez más envejecido es muy de agradecer. Será por esto que al final de toda sobremesa que se precie se alza una voz autorizada que asegura que, frente a la rigidez anglosajona, los españoles somos verdaderos maestros improvisando, que somos los reyes de la flexibilidad. Como para no serlo con tantas emociones superpuestas. Otra cosa es que no lleguemos a saber la verdad de cada asunto. La marea tertuliana se llevará el caso de las 13 fincas, el de los espías del PP que vigilaban al PP, el de los ERE, y hasta el de los papeles de Bárcenas… El telón caerá, pero no porque alguien escriba la palabra “fin” sino por puro aburrimiento, por cansancio. Alguien dirá en una barra, en un taxi, en una panadería o en la cola del paro, “bah, si todo son chanchullos”, y se publicará una encuesta que reflejará el alto nivel de desencanto de los españoles, el descreimiento hacia la clase política. Habrá un tertuliano que afirme que donde cunde el pesimismo brota la demagogia, y en otro canal Revilla, el expresidente de Cantabria, cantará una habanera.
Hace tiempo que vengo observando este fallo en el argumento colectivo de nuestras vidas. Esta semana (sin ir más lejos) hemos vivido la noticia que ejemplifica esta tara tan nuestra: una mañana nos levantamos con la noticia de que la Infanta ha vendido 13 propiedades inmobiliarias. Nada más y nada menos que 13: a un paso está este asunto de que lo investigue Iker Jiménez. En consecuencia, nos ponemos a analizar la falta de transparencia de la Casa Real, cuando va la propia Casa y desmiente la venta e incluso la propiedad de dichas fincas. El Ministerio de Hacienda deja caer que ha sido un fallo y a partir de ahí los tertulianos se dedican a especular sobre la naturaleza del fallo. Acarician el fallo, desmenuzan el fallo, opinan que detrás del fallo hay una mano negra: unos dicen que para beneficiar a la Monarquía y otros para perjudicarla. Los días se suceden y las tertulias también. No sé ustedes, pero yo cuanto más oigo, menos entiendo. Y tengo la sospecha de que a los contertulios les sucede tres cuartas de lo mismo, aunque es natural que no se queden callados porque les pagan por especular. El problema es el remate. ¿Esto tendrá un fin, una explicación convincente? El ministro Montoro, al que hay que agradecer los buenos ratos que nos da, se planta ante la prensa y elevando sus manos como si fueran alas, declara con un tono reprochón: “No vean ustedes tantos fantasmas volando, que ustedes siempre ven fantasmas volando”. En mi humilde opinión, esto no solo se lo tiene que decir el ministro a los periodistas, debería decírselo al pueblo en general, ya que, efectivamente, quien más quien menos lleva una semana inventando y exponiendo su propia teoría, dado que asimilar que todo se ha debido a un error con el DNI de la Infanta es algo tan cutre que dan ganas de llegar a la IV República sin haber pisado la III.
Lo que se ve venir, dada la destreza que tiene el Gobierno para no rematar ni uno solo de los asuntos sin resolver que protagoniza, es que llegará un día en que en las tertulias se cansarán de marear la perdiz del misterio de las 13 fincas y de los errores tecnológicos de 13 registradores de la propiedad, y le hincarán el diente a otro asunto que tendrá un planteamiento espectacular, pero que se quedará enrocado en el nudo. España vive en un continuo expediente X. Mucho me temo que el siguiente caso que protagonizará los corrillos será el del expresidente de Caja Madrid Miguel Blesa, que es un hombre que entra y sale de la cárcel a la velocidad de la luz, haciendo honor a ese dicho tan cañí de “entran por una puerta y salen por la otra”. De la misma forma, a una infanta la imputan, mañana la desimputan, pero resulta que luego igual la vuelven a imputar. Todo esto (por mirar un poco el lado positivo del asunto) es muy bueno para el cerebro. Es como si a diario el Gobierno nos planteara un desafío distinto y dejara en nuestras manos la posible resolución del caso, y una vez que nos tuviera entretenidos desarrollando imaginativas teorías, nos planteara de pronto otro problema, obligándonos a dejar el anterior sin resolver para ponernos al siguiente.
Una gincana mental para un pueblo cada vez más envejecido es muy de agradecer. Será por esto que al final de toda sobremesa que se precie se alza una voz autorizada que asegura que, frente a la rigidez anglosajona, los españoles somos verdaderos maestros improvisando, que somos los reyes de la flexibilidad. Como para no serlo con tantas emociones superpuestas. Otra cosa es que no lleguemos a saber la verdad de cada asunto. La marea tertuliana se llevará el caso de las 13 fincas, el de los espías del PP que vigilaban al PP, el de los ERE, y hasta el de los papeles de Bárcenas… El telón caerá, pero no porque alguien escriba la palabra “fin” sino por puro aburrimiento, por cansancio. Alguien dirá en una barra, en un taxi, en una panadería o en la cola del paro, “bah, si todo son chanchullos”, y se publicará una encuesta que reflejará el alto nivel de desencanto de los españoles, el descreimiento hacia la clase política. Habrá un tertuliano que afirme que donde cunde el pesimismo brota la demagogia, y en otro canal Revilla, el expresidente de Cantabria, cantará una habanera.
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