domingo, 16 de junio de 2013

Una boda insólita

Un informador indígena indicó a la policía dónde estaban los secuestrados

"Voy a hacer algo que creí que no iba a hacer nunca, que es pedirle matrimonio", ha dicho el liberado

Los españoles Ángel Sánchez y María Concepción Marlaska. / Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Al principio no le creyeron. Cuando el informante llegó al comando de la Policía de La Guajira diciendo que sabía el lugar exacto donde tenían secuestrados a los españoles Conchi Marlaska y Ángel Serrano, los policías no le creyeron.
El hombre, de rasgos indígenas, llegó el viernes 14 de junio, en horas de la mañana, pidiendo la recompensa de 100 millones de pesos (unos 40.000 euros) que la Policía estaba ofreciendo por información que permitiera resolver el caso.
Y no le creyeron porque desde hacía unos días estaban apareciendo informantes falsos que llevaban a las autoridades a lugares equivocados. "Nosotros le podemos entregar la plata, pero necesitamos pruebas, necesitamos saber que usted no nos está mintiendo". le dijo el coronel Élber Velasco Garavito, comandante en La Guajira.

El rapto que acabará en boda

A Ángel Sánchez y a Conchi Marlaska los secuestraron el pasado 17 de mayo bien lejos de su tierra y los condenaron, paradójicamente, a estar juntos pero atados a una cadena. Pero después de ser rescatados por la policía, los entrevistan y aparecen en portadas de periódicos. Y, como si no fuera suficientemente novelesco, Ángel, conmovido, saca de su sufrimiento una frase que deja mudos a los periodistas.
Al finalizar la comparecencia en la residencia del embajador de España en Bogotá pero aún ante los periodistas, Sánchez, de 49 años, aprovechó para declararse a su novia, de 43, con la que tiene una relación desde hace siete años.
—Voy a hacer algo que creí que no iba a hacer nunca, y menos en estas circunstancias, que es pedirle matrimonio. Espero que no me diga que no—, dijo Sánchez.
Ella, sorprendida, bromeó:
—Esto parece un concurso....
Sánchez prosiguió:
—Yo quería decir una cosa muy importante que quería valorar en público. Yo estoy vivo gracias a ella, quiero que todo el mundo lo sepa, porque si no me hubiera vuelto loco.
Luego le pregunta a Conchi, así, como si nada, delante de todo ese mundo:
—¿Te quieres casar conmigo?
Y ella le contesta que sí. Un sí rotundo.
—Es fundamental hacer equipo y sacar toda la fuerza—, agrega Ángel, recordando que ahí, en medio de esa dificultad se dieron cuenta de que ambos están convocados a vivir un destino común.
Pero el individuo, casi jurando que decía la verdad, quería la plata de inmediato. Para ese momento la Policía ya tenía identificados a los secuestradores, pues estos habían recibido en Colombia, a través de dos personas en España, un pago extorsivo de 53.000 euros, como parte de las gestiones de la liberación. Lo único que faltaba era saber el punto exacto (la caleta, era la palabra que usaba la policía) donde tenían a los españoles, a quienes cambiaban de lugar dos veces al día.
Luego de varias deliberaciones sobre la credibilidad del informante, el Gaula de la Policía (Unidad antisecuestro) tomó el riesgo.
El testigo partió del comando de la Policía no solo con un adelanto del dinero, sino dotado con equipos satelitales para que, desde la distancia, se pudieran ubicar las coordenadas. Su compromiso era regresar en la tarde, con descripciones detalladas no solo de los lugares de acceso al intrincado territorio —desértico, árido—, sino con impresiones en las que debía detallar los rasgos y la condición en la que estaban los secuestrados.
Y pasaron las horas y el hombre regresó con todo lo que le habían pedido. “Nos dimos cuenta de que había una altísima probabilidad de que esa información fuera cierta. El rescate se abría como una operación muy peligrosa, pues nos podían matar a los secuestrados. Pero teníamos los equipos, el personal (incluso un helicóptero disponible las 24 horas). Y se hizo la evaluación y comenzó el operativo”, dice Velasco.
La suerte estaba echada. Las coordenadas mostraban una ranchería indígena en inmediaciones del municipio de Maicao, muy cerca de la frontera con Venezuela, en cuya entrada hacía guardia un hombre en moto. Su función era la de campanero, la del que avisaba de movimientos raros. Por lo que había dicho el informante, la Policía sabía que en ese momento los secuestradores estaban celebrando el cobro de los 53.000 euros. Había muchas posibilidades de que estuvieran borrachos, tomando chirrinchi, de fiesta.
Y fue por esa razón que a las 2.10 de la madrugada del sábado, la Policía moviliza hacia la entrada de la ranchería a varios agentes encubiertos, vestidos de indígenas wayuu, con sus respectivos animales y prendas, para distraer la atención del campanero. Mientras tanto, las Fuerzas Especiales entran al resguardo, pero a Conchi y a Ángel se los han acabado de llevar. “En ese momento los están moviendo, y una vez se dan cuenta que estamos cerca, sueltan a los españoles, los dejan sobre la vía y huyen”.
En medio de la oscuridad, Conchi y Ángel no saben lo que está ocurriendo, están asustados, comienzan a gritar “¡somos los españoles, somos los españoles!”, luego de lo cual se escuchan unas palabras que parecen de mentira: “¡Somos del Gaula de la Policía Nacional, ustedes están libres!”
Por las calles de los municipios de Uribia y Maicao desde hacía varios días corría un rumor que apenas se decía entre dientes: que en el secuestro había indígenas involucrados. Al final, el discurrir de los hechos así lo confirmó. Quienes retuvieron inicialmente a los dos asturianos, según la Policía, fueron los miembros de una pequeña banda conocida como Los Pingüinos, conformada por indígenas, con arraigo familiar en Uribia.
Sin embargo, dice el coronel Velasco, al principio el objetivo no era el de cometer un secuestro. “Les querían robar, pero cuando vieron que se trataba de extranjeros, montaron una retención improvisada. Tan improvisada que los delincuentes se dividieron entre los que decían que tenían que soltarlos, y los que, por el contrario, querían aprovecharse de la situación”.
Las autoridades señalan a Cristian Sierra, José e Iraki Diaz como las cabezas detrás del rapto, una vez que se los entregan Los Pingüinos. Y, aunque las órdenes de captura están casi listas, la información que tiene la Policía es que los integrantes de la organización, que no tienen antecedentes penales en Colombia, cruzaron la frontera para refugiarse en Venezuela, por lo que ya se activaron los canales diplomáticos y de cooperación policial. La cacería será a través de Interpol. \[En Madrid fueron detenidos, el pasado sábado, un español y otro hombre originario de Siria tras cobrar el rescate en el Palacio de Hielo\].
Deshidratados y con afecciones estomacales, aunque sanos y sin un rasguño, Ángel y Conchi comenzarán el viaje de regreso a sus casas, al otro lado del océano. Una vez fueron liberados, consumieron agua sin parar. Sobre las cinco de la madrugada del sábado, le pidieron desayuno a los policías: morían de hambre.
Ya habrá tiempo para que relaten su odisea. Para que cuenten cosas como que a Conchi (a diferencia de Ángel) los captores no la encadenaron, tratando de mostrar una “buena imagen”, como si un secuestro no fuera de por sí ya demasiado perverso.
"A nosotros nos dijeron que los encadenáramos de pies y manos, pero no lo vamos a hacer", les decían.
Conchi y Ángel ya tendrán tiempo de relatar que al principio la dieta era a punta de arepa y queso, pero que luego de algunos días les servían chivo, pero un chivo muy duro, difícil de masticar, en medio de la precariedad sanitaria y la ausencia de luz eléctrica.
Al llegar a España, Conchi y Ángel hablarán del carcelero, ese tipo corpulento y gordo que pedía tanta comida para él que hasta sobraba para ellos. Ya contarán que al principio dormían en chinchorros (o hamacas) pero que la última semana les dieron colchonetas. Ya hablarán de las voces de los secuestradores que hablaban en wayuunaiki, la lengua nativa. Ya habrá tiempo de hablar de esa tierra que nunca van a olvidar.

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