Las protestas en Río llevan miedo y violencia al Maracaná
Las protestas callejeras se están diversificando y concentrando en los gastos del Gobierno con los eventos deportivos
Juan Arias
Río de Janeiro
17 JUN 2013 - 03:22 CET1
Tres mil manifestantes, en su gran mayoría jóvenes,
fueron rechazados la tarde de ayer con violencia por la Fuerza de
Choque de la Policía Militar, cuando intentaron llegar al estadio de
Maracaná en Río de Janeiro donde se estaba jugando el partido
México-Italia de la Copa de las Confederaciones. Mientras los
manifestantes gritaban “no a la violencia” y “preferimos educación y
sanidad a la Copa”, la Fuerza de Choque con miedo a que los
manifestantes pudieran llegar hasta las puertas del estadio,
arremetieron con gases lacrimógenos, espray de pimienta, balas de goma y
golpes de porra.
La policía estaba equipada con un helicóptero, perros y elementos a caballo. Aún sin datos oficiales, se sabe que hubo heridos y detenidos. Los manifestantes alzaban pancartas con los números de los miles de millones de reales que a Brasil le han costado la Copa de las Confederaciones y el Mundial.
Ante la violencia de las fuerzas del orden, los manifestantes corrieron hacia el Parque de Boa Vista donde fueron cercados para que no volvieran al estadio. En el parque había familias con niños y turistas que fueron alcanzados por los gases lacrimógenos.
Cuando los aficionados empezaron a salir del estadio, se cruzaron con grupos de manifestantes que huían del acoso de las fuerzas policiales. Las reacciones fueron de varios tipos. Muchos corrieron asustados. Otros les aplaudieron, como el mexicano Rafael Hernández que llegó a decir que hasta le daba vergüenza haber ido al partido viendo a aquellos jóvenes jugarse el tipo para pedir mejor educación y mejores servicios de salud. “Me gustaría que en México ocurriera algo así”, les dijo en español.
Los manifestantes que ante los policías que les cargaban gritaban “No queremos violencia” -y hasta intentaron darles flores-, cuentan que en segundos se vieron envueltos como en una guerra.
Según contaron los reporteros del portal Terra, la tropa de Choque de la Policía Militar “actuó con violencia, demostrando una falta total de profesionalidad para lidiar con multitudes y críticas de la población”. Las protestas callejeras, cuyos manifestantes iniciaron en São Paulo reivindicando mejores servicios de transportes públicos y más baratos, ahora se están diversificando y concentrando en los gastos del Gobierno con los compromisos deportivos.
Critican el que, según informaciones de prensa, para construir casi todos los estadios las autoridades gastaron en obras el doble de lo presupuestado, con la sospecha de supuestas corrupciones políticas. El sábado la violencia alcanzó el estadio de Brasilia en la inauguración de la Copa Confederaciones, alcanzando la protesta a la presidenta Dilma Rousseff, y hoy se trasladó a Río de Janeiro. ¿Seguirá peregrinando por los otros estadios y resistirá la protesta hasta el Mundial del año próximo? Esa es la incógnita y el miedo del Gobierno y de la FIFA.
Mientras tanto, se intenta conocer mejor qué grupos han estado en el origen de la protesta, cuánto hay en ellos de politización y por qué esta vez la sociedad civil les está secundando y siguiendo en sus reivindicaciones. El gran suspense de la manifestación en São Paulo llena de incógnitas a la que parece empiezan a querer sumarse fuerzas políticas y sindicales. Los jóvenes no protestan porque Brasil esté mal, y han hecho suyo el eslogan de la oposición política que dice "Brasil no va mal, pero puede ir mejor".
La policía estaba equipada con un helicóptero, perros y elementos a caballo. Aún sin datos oficiales, se sabe que hubo heridos y detenidos. Los manifestantes alzaban pancartas con los números de los miles de millones de reales que a Brasil le han costado la Copa de las Confederaciones y el Mundial.
Ante la violencia de las fuerzas del orden, los manifestantes corrieron hacia el Parque de Boa Vista donde fueron cercados para que no volvieran al estadio. En el parque había familias con niños y turistas que fueron alcanzados por los gases lacrimógenos.
Cuando los aficionados empezaron a salir del estadio, se cruzaron con grupos de manifestantes que huían del acoso de las fuerzas policiales. Las reacciones fueron de varios tipos. Muchos corrieron asustados. Otros les aplaudieron, como el mexicano Rafael Hernández que llegó a decir que hasta le daba vergüenza haber ido al partido viendo a aquellos jóvenes jugarse el tipo para pedir mejor educación y mejores servicios de salud. “Me gustaría que en México ocurriera algo así”, les dijo en español.
Los manifestantes que ante los policías que les cargaban gritaban “No queremos violencia” -y hasta intentaron darles flores-, cuentan que en segundos se vieron envueltos como en una guerra.
Según contaron los reporteros del portal Terra, la tropa de Choque de la Policía Militar “actuó con violencia, demostrando una falta total de profesionalidad para lidiar con multitudes y críticas de la población”. Las protestas callejeras, cuyos manifestantes iniciaron en São Paulo reivindicando mejores servicios de transportes públicos y más baratos, ahora se están diversificando y concentrando en los gastos del Gobierno con los compromisos deportivos.
Critican el que, según informaciones de prensa, para construir casi todos los estadios las autoridades gastaron en obras el doble de lo presupuestado, con la sospecha de supuestas corrupciones políticas. El sábado la violencia alcanzó el estadio de Brasilia en la inauguración de la Copa Confederaciones, alcanzando la protesta a la presidenta Dilma Rousseff, y hoy se trasladó a Río de Janeiro. ¿Seguirá peregrinando por los otros estadios y resistirá la protesta hasta el Mundial del año próximo? Esa es la incógnita y el miedo del Gobierno y de la FIFA.
Mientras tanto, se intenta conocer mejor qué grupos han estado en el origen de la protesta, cuánto hay en ellos de politización y por qué esta vez la sociedad civil les está secundando y siguiendo en sus reivindicaciones. El gran suspense de la manifestación en São Paulo llena de incógnitas a la que parece empiezan a querer sumarse fuerzas políticas y sindicales. Los jóvenes no protestan porque Brasil esté mal, y han hecho suyo el eslogan de la oposición política que dice "Brasil no va mal, pero puede ir mejor".
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