Para enlistarse en las fuerzas armadas la población gay tenía que ocultar su filiación sexual. Las personas que “aceptaran” su homosexualidad, fueran sorprendidas manteniendo relaciones homosexuales o fueran delatadas podrían ser expulsadas del Ejército.
En 1993, Bill Clinton instauró la ley Don’t Ask, Don’t Tell. Esa ley, que de hecho es una artimaña, prohibía al Ejército preguntar a los soldados por sus preferencias sexuales. A pesar de esas reglas, aproximadamente 13 mil homosexuales fueron expulsados de las fuerzas armadas. El 17 de diciembre, después de varios intentos, la ley fue revocada.
Haberla derogado es, por supuesto, adecuado. Ahondar en las razones por las cuales en un país como Estados Unidos –y en muchas otras naciones– el Ejército permitía que se discriminara a la población homosexual, por la única razón de sus filias sexuales, es necesario. La demonización de gays y lesbianas, como filosofía y como modus operandi del Ejército, pesaba más que la calidad humana de los homosexuales y que su deseo de servir a su nación enlistándose en el Ejército.
Aunque desconozco si existen crímenes por homofobia en Estados Unidos, la humillación y la estigmatización de esa población, como parte de códigos aceptados por instituciones tan visibles como el Ejército, es suficiente razón para regresar a temas cada vez más vigentes, como el respeto hacia los otros.
Dogmatismo, oscurantismo y torpeza intelectual son las bases de ese tipo de conductas. Entre esos atavismos y el fanatismo la distancia es muy corta. Triste ejemplo es el ahorcamiento público de homosexuales en algunos países como Irán; no menos cruel y repugnante son los crímenes por homofobia en México. Y no menos escabrosa es la pérdida de la intimidad como signo de nuestros tiempos, tal como le sucedió a Stepeh Benjamin, soldado expulsado del Ejército.
Benjamin se había enlistado en la Marina estadunidense donde servía como traductor de árabe; es decir, era una pieza clave por los conflictos con Irak. Espiado, como suele ser en esas instituciones y en la vida contemporánea, unos inspectores encontraron conversaciones privadas donde se revelaba que era gay. Fue delatado y expulsado de la Marina.
Lo relatado en el párrafo previo –linchamientos públicos en Irán, asesinatos “escondidos” en México y violación de la privacidad en Estados Unidos–, más una larga serie de ejemplos en todos los confines del mundo, refleja la universalidad de la homofobia. ¿Cuáles son los mecanismos para enseñarle a la población las razones por las cuales es amoral discriminar a la población gay y lesbiana? Quizás la clave consista en explicar los significados de aceptar (y respetar) en vez de la acostumbrada apología sobre la tolerancia. Los diccionarios orientan.
Cuatro acepciones ofrece el Diccionario de la Lengua Española. Transcribo tres: “1. Sufrir, llevar con paciencia. 2. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. 3. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” (desde mi punto de vista encuentro difícil conciliar el apartado tres con los anteriores). Sobre aceptar: “Aprobar, dar por bueno, acceder a algo. Recibir o dar entrada”.
En el contexto de la homosexualidad y de tantas otras circunstancias –aborto, eutanasia, bebés “a la carta”– si se acepta y no se cuestiona la condición del otro los pleitos no existirían, ya que las desavenencias serían mínimas: se acepta, se respeta y, como resultado de ese ejercicio, se crece. Se crece, porque las maneras y las formas distintas de vivir y de reflexionar suelen enriquecer.
En cambio, si se “sufre o se lleva con paciencia” la forma de ser del otro, los pleitos se suscitan porque la paciencia y el sufrimiento tienen límites. No se puede tolerar ad nauseam; aceptar y respetar es más sencillo.
Escribo sin dificultad la siguiente oración: Es en la casa y en la escuela donde se aprende a aceptar y respetar. Escribo (casi) derrotado la siguiente idea: ¿será posible modificar conductas para sembrar respeto y aceptación? Combatir los fanatismos y la sordera es tarea de librepensadores. ¿Cómo hacerlo?: Instaurando en las primarias una materia que incluya temas como diversidad, respeto, derechos humanos, libertad.
El contexto, y el sustento por mucho tiempo, del Don’t Ask, Don’t Tell es demoledor. Peores son los parangones –aborto, eutanasia– cuando es el fanatismo convertido en religión el que toma las riendas de las discusiones. Don’t Ask, Don’t Tell es un ejemplo de lo que sucede en un país. Cuando se desgrana el mapa de la homofobia en el mundo la situación es alarmante. ¿Qué hacer? Contagiar por doquier el valor de la diversidad y apoyar, donde sea necesario, las voces que no comulgan con cualquier fanatismo. Es necesario enseñar a los niños a pensar con independencia y a entender el valor de la diversidad.
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