Carlos es un hombre de cincuenta años, arqueólogo guatemalteco. Vaga por la ciudad de Guatemala por los barrios exclusivos en búsqueda de ayuda a su precaria situación de vida.
Hombre menudo, de cabello, canoso y largo, recogido en una cola de caballo. Mal vestido, con huellas de que no come muy seguido, se le ve demacrado.
Siempre ansioso, con los nervios de punta, desesperado.
Trae al hombro una mochila vieja, llena de medicamentos y un block de hojas blancas para dibujar. El es un gran dibujante de rostros humanos, hechos con tinta china, maravillosos todos.
Cuando me vio caminando por las elegantes avenidas de la Zona 10, sin conocerme me detuvo y de inmediato me expresó que me admiraba por ser un hombre de lucha, que yo era un ejemplo para él. Simplemente yo camino bastantes cuadras apoyado en un par de muletas, es parte de mis ejercicios cotidianos. No hay en ello, nada extraordinario a mi parecer. Sin embargo, en la ciudad de Guatemala, suelen detenerme muchas personas a preguntar por mi estado de salud y a preguntar el porqué camino con muletas. Todos se interesan en quererme ayudar, dándo nombres de médicos o clínicas donde puedo atenderme a bajo precio mi problema de locomoción.
El que Carlos me interceptara en plena calle y expresara esos comentarios, no me sorprendió para nada. Ya sabía de antemano que esa es una estrategia para obtener auxilio económico, y así fue. Al final le dí unos centavos para aliviar su condición de vida miserable. Me lo agradeció con mucha emoción y lágrimas en el rostro.
Hoy de nuevo me lo encontré en el mismo sitio de la vez anterior, y lo invité a tomar un café y le puse un billete en su mano derecha que lo hizo sonreír.
Carlos tiene SIDA, ya falleció su esposa contagiada por él, y su único hijo el Estado se lo quitó para resguardarlo de un posible contagio.
Es un hombre que lucha por la vida, sin grandes recursos psicológicos. Piensa en la muerte siempre. Lo ha perdido todo, mujer e hijo, y la esperanza por la vida también.
Vive de admirar a otros, pero su vida no la valora nada.
Habla mucho de su pasado glorioso en Tikal como arqueólogo exitoso. Pero eso ya es historia remota.
Su presente es más importante, ya el SIDA no es una condena a morir como antes.
Pero evidentemente, vivir con SIDA no es nada agradable porque en Guatemala, los infectados de esa mal viven estigmatizados, nadie los quiere, ni los médicos...
No sé si nos volveremos a encontrar en esas calles elegantes de la Zona 10, que paradójicamente, se llama La Zona Viva.
A veces nos reconfortamos de pequeños males cuando leemos historias como esta o cuando las vivimos. Siempre hay, no uno, muchísimos que están en una posición desventajosa y a veces sin remedio.
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