Tras varios intentos fallidos, el 31 de marzo de 1881 el zar Alejandro II de Rusia fue asesinado por miembros del grupo revolucionario Narodnaya Volya, fecha que quedó registrada como el inicio del mayor éxodo de judíos de la historia, ya que, al creerse que entre los magnicidas había uno de ese origen, se inició una oleada de violentos pogroms.
Un par de años antes del crimen, varios narodniki , como eran llamados los miembros de la organización, se exiliaron por el mundo, escapando de la persecución imperial. Uno de ellos, Alejo Scherbakov, llegó a Chile y se integró a la Armada, pero la historia no quedó ahí: tiempo después sirvió en la Guerra del Pacífico, nada menos que como el médico de la "Esmeralda".
Si bien varios inmigrantes rusos llegaron al país a finales del siglo XIX y comienzos del XX, poco o casi nada se sabía de Chile en tierras rusas antes del siglo XVIII. La primera vez que en el "otro fin del mundo" se supo de estas tierras fue en 1724, cuando en el primer periódico ruso, creado en los tiempos de Pedro el Grande, se menciona la historia de "La Araucana" de Alonso de Ercilla en la sección de "noticias internacionales".
"Hasta muy entrado el siglo XX, pasar la línea del Ecuador para un ruso era algo extraordinario; viajar al otro hemisferio era viajar a otro mundo, a un universo diferente. Chile era, en el imaginario, un lugar extremo y exótico", explica Carmen Norambuena, quien junto a la también historiadora Olga Ulianova escribieron el libro "Rusos en Chile", en el que relatan los orígenes, la historia y las huellas de la inmigración rusa en el país.
La investigación, realizada gracias al apoyo de Fondecyt, indaga en los primeros contactos entre rusos y chilenos durante el siglo XIX y las posteriores migraciones de carácter económico y político durante todo el siglo XX, además de las acontecidas en las últimas décadas luego de la caída de la Unión Soviética.
"Se trata de una migración muy lejana. Ni para Chile es un grupo numéricamente significativo, ni para Rusia Chile ha sido destino importante de las migraciones", afirma Ulianova, académica rusa del Instituto de Estudios Avanzados de la U. de Santiago.
Ambas historiadoras habían publicado investigaciones sobre la presencia rusa en el país, entre ellas, el libro "Viajeros rusos en Chile", en el que se detalla el paso de marinos, aventureros y otros viajeros que cruzaron el Cabo de Hornos, en viajes de circunnavegación o en su travesía hacia las colonias rusas en el mundo.
Sin embargo, el mayor número llegó en el marco de las migraciones masivas desde Europa al "Nuevo mundo": si en 1854 el censo contó sólo 20 rusos, en 1920 la cifra aumentó a 1.320.
"Los inmigrantes que llegaron en la época de las migraciones clásicas -antes de la Primera Guerra Mundial- no eran rusos étnicos, sino súbditos del imperio, miembros de las minorías étnicas que escapaban de la opresión.
Se trata de judíos -entre ellos, las familias de Volodia Teitelboim, Alejandro Jodorowsky o el primer Premio Nacional de Ciencias, Alejandro Lipschutz-, alemanes del Volga, polacos, entre otros. También llegaron unos pocos rusos étnicos pertenecientes a sectas o grupos religiosos, cristianos ortodoxos que, por pertenecer a corrientes no oficiales de la iglesia, eran perseguidos", explica Ulianova.
Rusos en el Municipal
Después de la revolución rusa comienza el exilio de los llamados "rusos blancos", aquellos que emigran huyendo de la violencia y del bolchevismo. Otros, se vienen tiempo después desde la Unión Soviética.
"Algunos son ex prisioneros de guerra, soldados soviéticos que iban a ser castigados por el régimen de Stalin si se quedaban. Eran los llamados 'obreros orientales', gente que estuvo en campos de concentración. La particularidad es que toda esta gente va revuelta en la inmigración, ex prisioneros y ex guardias de campos de concentración juntos", señala Olga Ulianova.
A pesar de las diferencias culturales, la inserción de los inmigrantes rusos en el Chile de la primera mitad del siglo XX no fue un proceso tan complejo como podría pensarse, ya que hay rasgos comunes entre las idiosincrasias rusa y chilena.
"Son sociedades que tienen mucho de tradicional, en las que se le da gran importancia a la idea de familia y existe conservadurismo en los hábitos cotidianos. En el mundo soviético, por ejemplo, la mujer estaba plenamente integrada en el aspecto laboral, pero en cuanto a las formas de comportarse había muchas normas conservadoras", afirma la historiadora rusa.
En cuanto a su inserción a nivel social, Norambuena explica: "Son grupos que se quedan fundamentalmente en las ciudades y ocupan nichos económicos, culturales y sociales que no habían sido copados por la población criolla. Muchos se insertan en el comercio y en la pequeña industria, pero fundamentalmente hacen un aporte relevante en las bellas artes. Ese es el aspecto que los diferencia de otras migraciones".
De hecho, de la generación de rusos que llegaron después de la Segunda Guerra Mundial, muchos ingresaron al Teatro Municipal y se convirtieron en solistas de ballet, siendo parte fundamental de los orígenes de esta disciplina.
También es posible encontrar una importante presencia rusa en la academia -en la USACh hoy existe un grupo numeroso-, las ciencias y la ingeniería. En este último ámbito, por ejemplo, tres inmigrantes rusos -Andrei Zaushkevich, Nicolai Tschischow y Alexandr Sutulov- ocuparon en los años 70 puestos clave en la Corporación del Cobre de Chile.
Un bar ruso
Parte de la migración más reciente de rusos al país no sólo estuvo vinculada con la caída de la Unión Soviética y el destino incierto que esta debacle trajo consigo. A principios de los años 60, un grupo importante de jóvenes chilenos -alrededor de 300- fueron a estudiar a la URSS, y de ellos, 114 regresaron a Chile casados con rusas. Lo mismo ocurrió con las esposas de los exiliados políticos del régimen militar que regresaron al país tras la llegada de la democracia. Esto explica que esta nueva inmigración sea mayoritariamente femenina.
En estas generaciones posteriores, la memoria histórica y las costumbres permanecen vivas de alguna manera, al tratarse de procesos relativamente recientes. Sin embargo, en el caso de las migraciones más antiguas, la asimilación borró, en la mayoría de los casos, el rastro de la tradición rusa.
"Si bien hubo varios matrimonios al interior de la colonia, la endogamia era limitada. En un principio, como se trataba de un grupo muy pequeño, los líderes del grupo, especialmente los rusos blancos, estaban muy preocupados de mantener el carácter ruso.
Muchos decidieron reemigrar para irse a lugares donde hubiese muchos compatriotas, ya que acá no había posibilidad de casarse entre ellos. Chile asimila muy rápidamente, porque las colonias son muy pequeñas. Las recibe muy bien, pero al cooptarlas, hace que la diversidad desaparezca", afirma Ulianova.
Aun así, en un comienzo se crean instituciones de rusos blancos destinadas a preservar la tradición. Son organizaciones, en primer lugar, en torno a la Iglesia Ortodoxa, "un atributo de la cultura nacional obligatorio", señala la historiadora rusa.
También se fundaron algunas formas de sociabilidad, como la Unión de los Monarquistas Rusos en Chile, dirigida por el empresario Trdat Avetikian, de origen armenio, quien también instala a mediados de los años 30 el bar ruso "Boyarin" en la Alameda, famoso por sus aperitivos. Se creó, además, un cementerio ruso ortodoxo en Puente Alto, el más lejano de Rusia.
Sin embargo, explica Ulianova, la comunidad rusa era demasiado pequeña, la capacidad de absorción de la sociedad local era muy fuerte y la propia colonia rusa no supo si quería mantener su otredad o integrarse, lo que desembocó inevitablemente en la asimilación. Carmen Norambuena esclarece los motivos de este fenómeno, típico de las minorías en el país: "Si bien nunca ha estado escrita una política migratoria en el caso chileno, sí ha habido una política que se ha aplicado y que ha sido extremadamente selectiva.
Esto explica que los grupos que llegaron a estas tierras fueron reducidos, incluso hasta el día de hoy, en que no existe una política de puertas abiertas para los inmigrantes".
Chile, en el imaginario ruso, era una tierra idílica, mítica y, al mismo tiempo, inconmensurablemente lejana.
El alma rusa del ballet clásico chileno
Inmigrantes y extranjeros de paso por Chile fueron claves en el desarrollo de la danza alrededor de los años 30, particularmente los rusos, en el caso del ballet clásico.
A finales de la década del 40 y comienzos de la del 50, los bailarines Vadim Sulima, Eugene Valukin y Nina Gritsova , todos provenientes de la Unión Soviética, establecieron en el Teatro Municipal -con la ayuda de la Universidad de Chile- una escuela de ballet clásico que posteriormente daría vida al Ballet de Santiago, seguidor en un comienzo de la tradición rusa y que sería el antecedente del Ballet de Arte Moderno y, posteriormente, del Ballet Municipal de Santiago. Hoy, Sulima es considerado uno de los fundadores del ballet clásico de posguerra en Chile .
También está el caso de otras bailarinas, como Irena Milovan , rusa nacida en Yugoslavia, quien bailó en el Municipal desde 1959, o de Xenia Zarkova , quien inició su carrera en el teatro de Belgrado.
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