Cada vez nacen y sobreviven más niños prematuros, procedentes de gestaciones múltiples o no. Esto puede ser debido al trabajo y estrés materno, a la edad materna avanzada o a técnicas de inseminación artificial, entre otras causas. Alrededor de nueve de cada 100 niños nacen prematuros, lo que significa que en España nacen antes de tiempo más de 30 mil niños cada año.
Actualmente, sobreviven casi todos los que pesan más de 1.000 gramos al nacer. Algunos son poco prematuros, pero otros muchos no, lo que obliga a una hospitalización prolongada en salas especiales, gastos muy considerables, riesgos de complicaciones, secuelas, ansiedad y tensión familiar porque la madre y el padre, especialmente la primera, tienen que pasar muchas horas cerca del bebé.
Hasta hace poco, los niños prematuros eran introducidos en incubadoras que aportaban calor, humedad, a veces oxígeno, y recibían alimentación bien por boca, por sonda hasta el estómago, o a veces por vena. El cuidado consistía, por tanto, en calor, humedad, alimentos y, a veces, oxígeno, porque se pensaba que los niños prematuros sólo tenían que engordar.
Actualmente, se sabe que los prematuros, incluso los grandes prematuros (menores de 1.000 gramos de peso) son criaturas muy sensibles, seres vivos muy frágiles que oyen, huelen, ven, sienten frío, calor, malestar, confort y dolor; duermen y están despiertos.
No son niños para engordar, en realidad son personas muy delicadas que necesitan que sus padres y sus cuidadores conozcan sus necesidades, no sólo nutritivas y físicas, también otras de afecto y trato. Así como los riesgos que tienen para su desarrollo físico y neurológico y para su futuro; hay que saber tratar y cuidar adecuadamente a estos pequeños niños.
Los niños prematuros son muy sensibles al ruido y la luz. Antes de nacer, en el claustro materno vivían en silencio y oscuridad, sólo oían el ruido del latido cardiaco. Por ello, las incubadoras deben estar tapadas con paños gran parte del día, para evitar que la luz natural o artificial les impida descansar. Estos niños necesitan dormir casi todo el día, tienen múltiples periodos de sueño con escasa vigilia.
Además de oscuridad, necesitan silencio. Muchas unidades de prematuros tienen alarma acústica, una gran 'oreja electrónica' que se enciende de rojo cuando los sensores de ruido detectan voces humanas o ruidos de muchos decibelios. La necesidad de sueño y tranquilidad obliga a realizar todas o gran parte de las actuaciones o cuidados en cortos periodos de tiempo, al objeto de que los niños puedan descansar y estar tranquilos el mayor número de horas del día.
El ruido produce estrés, pero la música tenue, especialmente la clásica, por ejemplo la de Mozart, genera confort que se traduce en descenso de la frecuencia cardiaca, menor actividad metabólica y, en consecuencia, mayor ganancia de peso. Los recién nacidos que nacen en su tiempo, están ya maduros y preparados para aceptar más luz y ruidos, pero los prematuros no, especialmente los grandes prematuros. Cubrir esta necesidad de silencio y oscuridad es tan útil como sencillo de aplicar.
Los recién nacidos a término huelen, sobre todo el olor de la leche materna cuando se acercan al pecho de su madre. Los prematuros también huelen, desarrollan este sentido olfateando el líquido amniótico, que tiene unas sustancias parecidas a la leche materna.
Poner un pañuelo o un trapo con el olor de la leche materna tranquiliza al bebe. También sentir que su madre o padre le tocan, le acarician o, mucho mejor, sentir el contacto de la piel desnuda del bebé, aunque sea prematuro, con la piel de la madre o del padre, pecho contra pecho, piel con piel. Esta técnica que es conocida como 'método canguro', tranquiliza, calienta y seda al bebé.
Los más pequeños, incluso los que pesan menos de un kilo, sienten dolor, de manera tan intensa como los adultos, porque ya tienen desarrolladas las vías nerviosas que detectan y transmiten la sensación del dolor al cerebro.
Por ello no se les puede pinchar, molestar ni ponerles en posturas incómodas, porque no tienen autonomía para moverse. A estos pequeños pacientes deben aplicárseles las mismas medidas de tratamiento del dolor que a los adultos, crema o medicación anestésica. Un anestésico muy eficaz es dar de comer, un biberón, mejor con leche materna, mientras se les practica el procedimiento doloroso, por ejemplo un pinchazo para extraer sangre para análisis. La succión de alimento libera morfina endógena.
Aplicar todas estas medidas, requiere no sólo conocimiento de su utilidad, también voluntad y disponibilidad de tiempo. Por tanto, hay que organizar el funcionamiento de las unidades de prematuros y de los padres de forma que puedan cubrirse estas necesidades, el arte de los cuidados. Cuesta poco y es muy efectivo.
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