miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los peores libros del año./García Huidobro.

El deporte periodístico de los balances puede que no sea demasiado confiable pero es entretenido. No me pierdo las listas de los libros del año aunque les crea poco pues he visto muchas veces como los intereses desplazan a condazos a las opiniones francas.

En algunos medios, éste o sus críticos realizan la elección de los mejores. Otros hacen una encuesta entre pares o gente de confianza de los editores. Cualquiera que sea el mecanismo empleado, las fórmulas que se aplican no suelen mantenerse en el tiempo, lo que impide que se utilice un criterio que garantice continuidad año a año.

Además de la selección de los diarios chilenos, este año he visto la de El País de España y los argentinos La Nación y el suplemento Ñ de Clarín. Los tres tienen la gracia de listar no solo las categorías habituales de narrativa, poesía y ensayo. Este último, por ejemplo, incorpora la de Autores emergentes (El diario El País también les da espacio aunque los llama menos acertadamente “Autores a descubrir”), Fotogalería, Teatro, No ficción y periodismo, Infantil y juvenil, Clásicos y reediciones. A ellas agrega ‘Fuera de catálogo’, algo que los nuevos derroteros de la industria editorial se merecen.

A partir de los numerosos balances se podría confeccionar una lista de listas donde aparezcan los libros que más se repiten como recomendación. Menciono los principales. Lisboa del argentino Leopoldo Brizuela; Nocturnos, primer volumen de cuentos de Ishiguro; Correr del francés Echenoz; Coetzee –uno de los pocos galardoneados que el Nobel no ha mermado la calidad de su creación- con Verano de su saga autobiográfica; Umberto Eco con El cementerio de Praga, un especie de retorno del folletín.

El caso de César Aira es curioso y retrata de cuerpo entero el trabajo del argentino. Es destacado por La Nación y Revista Eñe pero por libros distintos: El divorcio/ El error y Yo era una mujer casada. Debe ser el único caso de un escritor que publica varios títulos al año. Ricardo Piglia definitivamente es el más votado. Su nueva novela Blanco Nocturno, género en el que no incursionaba hacia más de una década, es escogida en periódicos de España, Argentina, México y Chile. Y cualquiera que la lea estará de acuerdo con este consenso.

De las preferencias personales, me quedo con la selección del mexicano Sergio Gonzalez Rodriguez, quien hace sus apuestas en su columna del diario Reforma. Me gusta porque no agota su mirada con las categorías típicas.

Incluye además Crónica, Historia, Actualidad, Biografía, Humor, Entrevista. Aprecio que se la juegue, al punto de resaltar también lo malo.

“El peor libro del año: Pobre Patria mía, de Pedro Ángel Palou, novela burocrática en la que monologa un Porfirio Díaz disfrazado de personaje de Carlos Fuentes: ‘fósil desenterrado, paleolítico, inmemorial. Soy blanco y oscuro. Verde y transparente como el jade. Opaco y luminoso. Soy, para mi desgracia, eterno... Soy el viento, el fuego, el agua, la tierra. Soy el sumo sacerdote, el yaha yahui, el águila-serpiente de fuego’, etcétera. Lectura chatarra para supermercados.”

¿Por qué alguien en Chile no tiene la gentileza de advertirnos cuales fueron los peores libros del año para no ensartarnos con lectura chatarra?

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