Algunos arquitectos se han dado cuenta de que la ciudad y el ciudadano se benefician cuando ellos dejan de competir. O cuando deciden competir juntos. En Barcelona, un nuevo barrio de viviendas sociales de alquiler busca trazar un puente entre el antiguo y conflictivo vecindario de La Mina y la fachada mediática del edificio Fórum, de Herzog & De Meuron, uno de los pocos inmuebles fallidos de los brillantes proyectistas suizos.
Más allá de los restos de los fastos que transformaron una depuradora en plaza pública, el vecindario tiene otras joyas arquitectónicas, como el geriátrico de Lluis Clotet e Ignacio Paricio, un edificio orgánico y racional, vestido sutilmente con persianas de aluminio.
Convertir en plaza el interior de la manzana permite tener pisos abiertos
Justo a un lado de ese centro, tres bloques de viviendas de protección oficial dicen algo juntos. Fue precisamente la admiración por el geriátrico lo que sugirió la idea de actuar por contagio. "Lo mejor", cuenta Josep Bohigas, de Bopbaa, autores del último bloque de la manzana, "es que sucedió sin premeditación. Ocurrió".
Tanto ellos, como Coll Leclerc -galardonados este año por la mejor vivienda social levantada en Cataluña- y Gustau Gili Galfetti, autores de los tres inmuebles, actuaron vigilándose. Más que controlarse, aprovecharon los distintos plazos en la construcción de sus edificios para sembrar coincidencias. Se contagiaron.
Así, Bopbaa parece haber tomado prestada la perfilería de aluminio de Clotet-Paricio para cerrar sus terrazas de acceso, Jaime Coll y Judith Leclerc aligeraron ese elemento y Gustau Gili ensayó su idea de un bloque construido en seco, con módulos metálicos acoplables a una estructura prefabricada de hormigón.
La decisión de convertir el interior de manzana en una plaza común sentó el tono final del barrio: los pisos no serían introvertidos. Se trataba de celebrar la vida en la calle. Y así lo han hecho. Sobre el aparcamiento común, los vecinos comparten patio-plaza. Ha crecido la hierba y el vecindario contagia optimismo.
Al bloque de 14 viviendas diseñado por Bopbaa se accede por las terrazas, que doblan la superficie de la sala de estar durante el buen tiempo. En el interior, un espacio diáfano y con luz de ambas fachadas concentra la mayoría de los metros. Se trata de celebrar la temporalidad, de sacarle partido a una terraza y a un lugar de paso, como recuerdan el negro y el amarillo de la fachada, que remiten a los taxis de la ciudad.
A su lado, el edificio de Coll Leclerc también celebra la luz. Sus 42 viviendas tienen 12 metros de fachada y cinco de profundidad. Es decir: mucho aire y grandes vistas. Aquí las habitaciones no se estrenan con el nombre escrito. Son intercambiables. Están distribuidas en una franja reconfigurable. Todas tienen la misma ventilación, iluminación, asoleo, tamaño y vistas. Es el inquilino, y no el arquitecto o la inmobiliaria, quien decide cómo quiere vivir.
Las fachadas traseras de todos estos inmuebles invitan a reconquistar los espacios abiertos: a abrir las ventanas, a perderle miedo a la convivencia. Y esa iniciativa es doblemente valiosa al aterrizar así, sin cerrojos ni miedos aparentes, en una zona marginada por años de mala reputación. Ojalá funcione el contagio.
De momento, el barrio respira aire fresco. Esta nueva manzana no parece Barcelona. Tiene un aspecto liviano, nórdico. Los inmuebles comparten veneración por el sol, por los subrayados en color y por el fomento de la vida comunitaria. Toda la arquitectura habla de convivencia.
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