domingo, 15 de mayo de 2011

Alegría por desgracia ajena.

Alegría por desgracia ajena

Por Fernanda de la Torre.

“Estados Unidos condujo una operación que dio muerte a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y terrorista que es responsable de la muerte de miles de hombres, mujeres y niños”: Barack Obama.


El pasado domingo primero de mayo el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, anunció en un dramático mensaje la muerte del líder de la organización terrorista Al Qaeda, Osama Bin Laden, en Abbottabad, a unos 100 kilómetros de Islamabad, capital de Paquistán.

Las imágenes que siguieron al mensaje presidencial sorprendieron a la gran mayoría y horrorizaron a varios. Centenares de personas que se reunieron afuera de la Casa Blanca en Washington y en Times Square en Nueva York, para celebrar la noticia saltando y abrazándose como si de una victoria deportiva se tratara.

Como era de esperarse demostraciones de alegría por la muerte del terrorista fueron motivo de numerosas discusiones en foros y blogs de los Estados Unidos y de varias partes del mundo. Las preguntas eran interminables: ¿El festejar la muerte de un terrorista como Bin Laden es un acto de patriotismo o nos vuelve iguales a aquellos que despreciamos? ¿Ya no es válida la máxima que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos? ¿Estamos buscando justicia o venganza?

Sorprenderse ante una reacción no tiene nada de particular. Desde que éramos niños, padres y maestros nos reprendieron cuando no podíamos contener la risa cuando se caía alguno de nuestros compañeros. Recuerdo haber recibido un buen pellizco por esa causa. Con el tiempo, y después de que nos pasó a nosotros lo mismo y las burlas de otros nos lastimaron, aprendimos que ante una desgracia ajena las burlas o festejos están definitivamente fuera de lugar. En ese momento es necesario ser solidarios y ver en qué podemos ayudar, si esto no es posible, lo sensato es mantener la boca cerrada. Nada de aplausos, risas o burlas aunque la persona que está en desgracia sea definitivamente non grata.

El atroz atentado al World Trade Center es uno de los acontecimientos históricos de mayor trascendencia. Para los norteamericanos representa además un parteaguas en su historia. Como dijo el presidente Obama en su discurso: “Hace casi 10 años, un brillante día de septiembre se oscureció por el peor ataque que el pueblo de Estados Unidos ha sufrido en su historia. Las imágenes del 11 de septiembre se han grabado a fuego en nuestra memoria colectiva”.

Sin duda las imágenes del 11 de septiembre nos marcaron a todos, y en especial a los norteamericanos, pero a pesar de ello, las celebraciones por la muerte del terrorista no dejan de sorprender. Leyendo sobre el tema, encontré en el New York Times un artículo de Jonathan Haidt, profesor de psicología en la Universidad de Virginia, que consideró que los festejos que sorprendieron y molestaron a tantos, eran sanos y convenientes.

El explica que las ideas de moralidad a nivel individual no pueden escalarse y aplicarse a grupos y naciones. De hacerlo, perderíamos de vista lo saludable y altruista de esas celebraciones. En su articulo menciona al sociólogo Émile Durkheim quien señala que hay dos tipos de sentimientos sociales: en un nivel están el respeto y afecto que ayudan a formar relaciones con otros individuos y en otro nivel se encuentran las emociones colectivas, que son los sentimientos que unen a las personas en grupos sociales.

Estas emociones disuelven la mezquindad y nos hacen sentir que formamos parte de algo más grande e importante que nosotros mismos. Durkheim definió a la “efervescencia colectiva” como la pasión y éxtasis que se encuentra en los rituales religiosos tribales cuando una comunidad se reúne a cantar y bailar alrededor del fuego y disuelve las barreras que los separan a uno del otro. Jonathan Haidt, considera que las celebraciones fueron exactamente eso, por eso sanas y convenientes. ¿Será?

Es difícil saber qué haríamos en determinadas circunstancias. De ahí el sabio refrán sioux que dice: “Antes de juzgar a una persona, camina tres lunas con sus mocasines.” Si hubiéramos perdido un familiar o un ser querido en el atentado, o vivido una situación similar, probablemente hubiésemos salido a festejar también. Sin embargo, puedo entender que estas manifestaciones de efervescencia colectiva hayan horrorizado a muchos, de la misma manera que hace diez años nos horrorizamos al ver que había quienes festejaban los atentados del 11 de septiembre. Efervescencia colectiva o no, probablemente ninguna de las dos celebraciones hayan sido una buena idea.

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