Qué pasará tras la muerte de Fidel Castro. ¿Qué ocurrirá cuando las principales figuras de la “gerontocracia cubana” desaparezcan? ¿Quién tomará el relevo? ¿Está la disidencia condenada a un simple rol de testigo, sin influencia real?
El estado de salud de Fidel Castro, 84 años, ya no es más por lo visto objeto de simples “murmuraciones”, como ocurría en 1994; ahora su estado es de dominio público, aun si el diagnóstico sigue siendo secreto de Estado.
El líder máximo pasó la posta a su hermano Raúl, 79 años, que “no está bien “, según un cable de abril de 2006 sobre la salud del “clan Castro”. Entonces, su “estado físico parecía peor que el de su hermano mayor”.
Un despacho de enero de 2009 asegura que la representación diplomática de EU en La Habana, la Oficina de Intereses, está “lista para administrar todas las eventualidades ante la muerte de Fidel Castro”.
Pero los diplomáticos “no creen que el anuncio de su muerte desencadene manifestaciones violentas ni una explosión de la migración”, como suele pensarse. Todo se hará de tal forma para asegurar al pueblo cubano que Raúl Castro y su gobierno tienen el control de la situación.
“El conservadurismo de los cubanos, después de cincuenta años de represión, combinado con la admiración que suscita todavía la personalidad de Fidel, excluyen los disturbios a corto plazo”, se afirma.
En marzo de 2007, la disidente Martha Beatriz Roque pretendió que los funerales serían el “catalizador” para que un millón de cubanos salgan a la calle, a fin de reclamar verdaderos cambios políticos y económicos. “Ella dice haber desarrollado un red nacional capaz, cuando llegue el momento, de poner a un millón de cubanos en las calles”, explica un “memo” confidencial.
Dos años más tarde, un informe de abril de 2009 pone en duda lo anterior. El autor ve “muy pocas pruebas de que las principales organizaciones disidentes tengan demasiado eco entre los cubanos ordinarios. Según un cable de julio de 2009, “la oposición se redujo y dividió en decenas de pequeños grupos, a menudo con objetivos similares, pero incapaces de coordinar sus actividades”. Ellos siguen estando “ampliamente aislados”.
Los disidentes son poco conocidos, si no es que por diplomáticos y periodistas extranjeros. La población está más interesada en las posibilidades de viajar libremente y de vivir mejor. Además, “muchos grupos de oposición están destinados a caer bajo el mando de individuos cuyo ego no facilita el trabajo en común y constituyen blancos fáciles para ser manipulados por los servicios”. (…)A la vez, pocos disidentes tienen una visión política capaz de encarnarse en un futuro gobierno”.
Por otro lado, “así como el régimen, la oposición envejece y son pocos los jóvenes que ocupan sus cargos”. Incluso grupos de jóvenes que parecían prometedores hace cuatro o cinco años optaron por emigrar, y sus dirigentes no han sido capaces de renovar su base, lamentan los diplomáticos.
Decepcionados, los estadunidenses parecen haber llegado a la conclusión de que “el movimiento disidente tradicional no está en condiciones de reemplazar al gobierno cubano. Para visualizar a los probables sucesores del gobierno, hay que mirar a otro lado. (…)
Los sucesores inmediatos saldrán sin duda de los rangos intermedios del gobierno”. Pero, como admite en despacho de febrero de 2008, “el régimen y su funcionamiento interno siguen siendo un enigma”.
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