Los domingos las señoras maduras no hayan sosiego en sus vidas. Nadie las toma en cuenta, todos tienen algo mejor qué hacer que estar con la esposa o madre del hogar.
Yo había decidido no atender más los reclamos eróticos de la dama que ama a su marido, después de leer repetidamente sus correos en mi cuenta de yahoo, insistiendo en la cita de ayer domingo, lo que sucedió es que hice caso omiso a ellos. Los ignoré por completo y me fui al Oakland-Mall, en lugar de ir como siempre a Fonatabella que se encuentra a escasa 4 cuadras de aquel sitio, y ahí pasé el día viendo gente comprando desaforadamente; tomando café y muchas notas sobre el comportamiento de los compradores navideños en Guatemala.
Siempre voy a estos sitios comerciales a beber café exprés, porque no hay cafés al aire libre en ninguna parte de la ciudad capital. Aquí no ha llegado la posmodernidad, ni lo que lo antecede. Si quiero sentirme como en México o Europa, mejor tomo el auto y llego a La Antigua Guatemala, que está a menos de una hora de viaje por una buena carretera. Y, ahí encuentro buenas cafeterías, repletas de turistas europeos y unos cuantos gringos despistados. Es otro ambiente, es lo que más me apetece disfrutar en días soleados e invernales del país de la "eterna primavera".
Estaba muy metido en la lectura de la novela "La Reina del sur", de Pérez-Reverte, pese a que esta es la segunda ocasión que la leo, me entusiasma y me da pavor las acciones que ahí suceden. El teléfono celular empezó a sonar repetidamente antes de que alcanzara a responder, ya que el ruido de la multitud que pulula por el centro comercial impide escuchar con claridad los celulares; cuando respondí sonó la voz de la dama que ama a su marido, eran gritos descompuestos, y cosas incoherentes para mi entender.
Solo le dije con voz pausada: podría usted hablar más despacio para que le entienda.
Del otro lado, la serenidad iba entrando poco a poco a su agitado pecho, su respiración se hizo pausada y por fin pudo decirme: ¿Por qué me dejó plantada en Fontabella? No se permitió ninguna pausa y continuó haciendo varias interrogaciones: "¿Usted cree que yo soy su burla?" "¿Usted no sabe la de malabares que tuve que hacer en mi casa para poder salir sin levantar sospechas?" "¿Se le olvida a usted, que el domingo es un día sagrado, dedicado a la familia, y hay que estar todos juntos?" "¿No sabe usted los arreglos personales que hice para agradarlo a usted?" "Traigo cosas deliciosas para que compartamos un momento agradable, ¿le complació lo que comimos el domingo pasado y la bebida también?" "Pues hoy traigo cosas mejores, más finas y delicadas que usted y yo sabremos apreciar, estoy segura."
"Dígame dónde está en este momento?
De inmediato se trasladó hasta el centro comercial de Oakland-Mall, cuatro cuadras la separaban de mi, en diez minutos estaba a mi lado todavía algo molesta.
Cerré la novela, pagué mis cafés exprés, había tomado cinco en toda la mañana y ya era mediodía, y salí detrás de ella al estacionamiento subterráneo, al piso S-4, al más profundo. La seguía a corta distancia pero de manera solapada, no vaya ser que alguien conocido de ella y de su marido nos vieran juntos.
A lo lejos, en un solitario rincón del estacionamiento, divisé su elengante y ostentosa camioneta. ella la abordó en la parte trasera, dejó abierta la portezuela y me introduje como pude.
En efecto, la dama que ama a su marido, venía muy elegantemente vestida: un pantalón gris oxford, blusa blanca de seda, una mascada color esmeralda atada al cuello, zapatos de tacón alto, negros y muy finos al parecer, la bolsa de mano siempre de marca Vuitton.
Cuando subí a la camioneta los nervios de ella estaban a lo máximo. Su malestar estaba fresco por el plantón que le dí sin avisarle que no iría a Fontabella como todos los domingos. "Usted me arriega demasiado, me obliga a perseguirlo por toda la ciudad" "Le suplico no haga eso conmigo, no ve que soy una mujer decente, con una reputación que resguardar de los chismes de la gente" "Tenemos que ser más discretos para que esta "relación" siga impecable como hasta ahora (¡¡)".
Al estar sentado junto a ella, no pude decir nada porque sus besos ardientes me cerraron los labios y me cortaban la respiración, sus manos se movían suavemente por mi rostro y cabello, acariciándome todo lo que se le antojaba a ella. Mis manos inmóviles, hasta que buscaron sus pechos y ella lo permitió desabrochándose con facilidad el sostén, debajo de la blusa. Sus pechos eran duros, sin la consistencia de los naturales, pero igual se podían gozar en su firmeza antinatural.
El mayor atrevimiento de ella en el climax, fue posar su mano derecha en mi entrepierna y sobarme con suavidad, como si se tratara de un gatito aquello.
De pronto ella se detiene y cambia de canal mental: "Le traigo cosas exquisitas que debemos probar ahora mismo." Se arregla la blusa se acomoda el brasier elegante de encaje negro que trae puesto, se abrocha el pantalón y se da una peinadita rápida, aunque no la necesita.
Destapa la champaña, sirve dos copas rebosantes y brinda conmigo: "Por lo nuestro, que dure toda la vida", salud". Musito apenas, salud.
Devoramos los bocadillos que ella compró en esa tienda de cosas importadas de la zona 14, ahora trajo hasta pastelillos de la Zurich de la Zona 10. Y, la sorpresa, me trajo en un termo caliente, ¡¡café exprés!!
En estos menesteres amorosos clandestinos el tiempo no corre sino que vuela, habían pasado ya cerca de una hora y media, y la dama que ama a su marido tenía que volver a toda prisa a su santo hogar. El celular de ella no sonó y se lo hice notar, y ella con una sonrisa pícara me dijo: "mi amor, lo apagué".
Saca su lapíz labial de las profundidades de esa elegante bolsa de mano, se retoca los labios con delicadeza, sin dejar de verme ni un segundo, "se le antoja, ¿verdad?" Y acto seguido me planta un beso largo y ardiente en mi boca, los dos cerramos los ojos como manda el protocolo amoroso.
Nos despedimos, y ella me advierte: "Ni se le ocurra volver a dejarme plantada otra vez, porque lo mato", dijo con una sonrisa coqueta. Arrancó la comioneta elegante y se fue disparada hacia la salida de La Diagonal 6.
Me quedé, como siempre, aturdido, en los sótanos del centro comercial, con los labios pintados de rosa carmesí, con tremendas ganas de orinar y un trecho largo por recorrer con las muletas.
Mi domingo no fue como lo planeé, salió algo diferente...
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