sábado, 25 de diciembre de 2010

Tenemos la cara que merecemos.

La cara puede que sea el espejo del alma, aunque lo que está claro es que el rostro emite un mensaje propio y es reflejo del estado de salud, de las experiencias vividas o del ánimo de la persona.

Pero ¿tenemos la cara que nos merecemos? Cirujanos plásticos y expertos en el proceso del envejecimiento responden afirmativamente a esa pregunta. El paso del tiempo deja huella en el rostro, y esas marcas serán más o menos acentuadas en función de cómo se ha vivido la vida.

Los excesos, la mala alimentación, el estrés, la falta de sueño o prolongadas exposiciones al sol pasan factura –junto con el factor genético– a la fisonomía facial.

Y si se trata de analizar caras, las hay que son como libros abiertos. Ahí está el rostro de Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones, cuya fisonomía es un fiel reflejo de una intensa y acelerada vida. Sería la cara que muchos padres enseñarían, seguramente, a sus hijos para advertirles de las huellas que pueden dejar en el rostro los excesos de una vida poco ordenada.

Lo corrobora Antonio Tapia, cirujano plástico del hospital Quirón de Barcelona, que se refiere a la cara de Richards como “el rostro que define a toda una generación”. La factura de ese sobreesfuerzo físico y el consumo continuado de sustancias para sobrellevarlo –añade Tapia– “ha propiciado un envejecimiento acelerado”.

Pero no es patrimonio exclusivo de Keith Richards. “La actual sociedad deja también huellas muy marcadas en las caras”, afirma Josep Maria Serra Renom, catedrático de Cirugía Plástica y Estética. “Hoy en día también podemos afirmar que además de tener la cara que nos merecemos, tenemos el rostro que nos marca un modelo de vida concreto”, añade este médico.

Serra indica que la vida acelerada de hoy en día –comidas fuera de casa, dietas poco equilibradas, el tabaco, el permanente estrés o las pocas horas de sueño– pasa factura a los rasgos faciales. Y los pacientes que deciden acudir al quirófano para borrar esas huellas parecen sacados de un mismo patrón.

En el noventa por ciento de los casos tratados en las clínicas de cirugía, “los tratamientos se aplican a caras flácidas, que nada tienen que ver con grandes excesos ni consumos abusivos de drogas”, añade este catedrático.

La moda de engordar y adelgazar a ritmos acelerados tiene buena parte de culpa en las deformaciones de los rostros, con piel que cuelga por el cuello y toda la cara. Antonio Tapia comparte esta teoría. “Hoy en día más que doparse (afirma al referirse a las drogas) la gente se medica para aguantar el ritmo de vida marcado por este ambiente tan competitivo”.

Y hay otro factor que favorece el envejecimiento precoz del rostro, como “es el prolongado tiempo que se pasa, tanto de día como de noche, en locales cerrados”, añade este médico. Las caras de esta sociedad moderna quizás no sean tan duras como la de Keith Richards, pero las huellas marcadas por los hábitos de esta acelerada vida, en teoría normal, son igual de evidentes.

La arruga, llegados a este punto, parece lo más natural. Es la huella que más cuesta borrar de la cara, pero bien llevada –coinciden también ambos cirujanos– debe considerarse como lo más natural. Sería un error pensar que una cara con muchas arrugas es sinónimo de una vida con muchos excesos.

Y es que el envejecimiento acelerado de una cara marcada por las arrugas tanto lo puede provocar una desordenada vida como la exposición prolongada al sol de una persona que, por ejemplo, juega cada mañana durante años al golf”, revela Serra.

Josep Maria Serra concluye que muchas de las actuales caras son fruto, “más que de una mala vida, de los dañinos hábitos impuestos por la sociedad moderna”. Y las huellas en esos rostros se repiten: bolsas en los ojos, exceso de piel en el cuello, prominentes papadas, mofletes caídos... En resumen, rostros flácidos que transmiten un mensaje tan nítido como el que destila una cara de facciones duras, que sería el caso del guitarrista de los Rolling Stones.

Esa factura en las caras que paga la actual sociedad coincide con una creciente devoción del culto al cuerpo. La imagen ha pasado a ocupar el primero de los puestos en las relaciones humanas y eso explica el incremento de trabajo en las consultas de cirugía, a las que acuden personas que quieren borrar esas huellas de sus caras.

El error, advierte Antoni Salvà, director del Institut d'Envelliment de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), “es obsesionarse con ese culto al cuerpo y no reconocer como algo natural que el cuerpo envejece”. Para este médico, “no aceptar una arruga es lo mismo que no asumir que uno tiene que hacerse viejo”.

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