domingo, 15 de mayo de 2011

La Brenda en Chichicastenango/cuento corto.

Chichicastenango.

Esta es una población indígena de habla quiché, enclavada en la Sierra Madre, a la que se llega desde Sololá por una carretera angosta y serpenteante, construída en tiempos del dictador Ubico, hace más de ochenta años.

Voy conduciendo con cautela la camioneta último modelo que rentó La Brenda, aunque debo de reconocer que en las constantes pendientes sube con potencia y con mucha seguridad en las curvas cerradas.

La Brenda ya me trae mareado con su música horrenda (grupera, norteña, pasito duranguense, Juan Gabriel y Rocío Durcal) además las canta a todo pulmón y se sabe todas las letras de ellas.

Yo deseo explicarle la historia de estas comunidades indígenas y campesinas que sufrieron mucho la guerra civil, y a La Brenda le importa un comino lo sucedido en mi país desde los años sesentas. Sigue cantando y ya quiere llegar a comprar "trapos" en Chichicastenango.

Buscamos donde estacionar la camioneta, con cierto grado de seguridad, ya que los robos a los autos de los turistas es algo frecuente en esos sitios. Observo, y le señalo a ella, que la mayoría de los turistas son extranjeros, y particularmente europeos No alcanzo a adivinar su reacción a mis palabras, los enorme anteojos oscuros me impiden ver esos ojos verdes tan expresivos.

Empezamos a recorrer las largas calles llenas de puestos con textiles multicolores, máscaras de madera con figuras zoomórficas, comida típica, flores, zapatos chinos. Le digo: mi amor, vamos primero a la iglesia de Santo Tomás, para que observes algunos rituales religiosos. La Brenda hace una mueca de desagrado pero accede y me toma del brazo y seguimos caminando con dificultad por el gentío que se mueve como una masa
gelatinosa.

Al acercarnos a la pequeña iglesia católica, denominada Santo Tomás, en honor al santo patrón del pueblo, vemos a muchos hombres y mujeres sentados en la escalinata, que nos impiden el paso de manera evidente. Pregunto el por qué, y me responden que debo pagar una cuota por ingresar a la iglesia, y que debemos comprar veladoras o velas de parafina para la ofrenda. Pago y me permiten el ingreso con La Brenda.

Avanzamos al interior de la iglesia, en medio de una gran oscuridad, que solo se ilumina débilmente con las veladoras y las velas colocadas en el suelo. No hay bancas, ni donde sentarse. Es una iglesia que carece de cualquier clase de adornos en su muros y no posee ninguna imagen de santos. Llevo a La Brenda hasta el altar principal,y le explico que durante el periodo colonial, los sacerdotes católicos descubrieron que los indígenas tenían ocultos detras del altar mayor, las figuras de sus dioses tallados en piedra, y esa era la razón de que los indígenas entraran devotamente a la iglesia.

La Brenda se inquieta de aburrimiento por tantas explicaciones antropológicas de mi parte, y exclama muy a la mexicana: ! Qué hueva mi amor ¡ Sabes mucho, pero no sé para qué sirve todo eso que aprendiste en la universidad. Yo me estoy ahogando de tanto humo, larguémonos de aquí pero ya, concluyó ella.

Salimos, y la acompaño a realizar las compras de rigor, y docenas de bolsas de plástico que contienen los afamados textiles de la región, se van acumulando entre los brazos de varios niños que ella contrató como edecanes (cargadores).

Llenamos la camioneta con sus compras,y ella se muestra satisfecha con lo adquirido; principalmente con una colcha o cubre cama matrimonial, elaborada con retazos de huipiles de muchos diseños y colores. Fue una compra fantástica, por cierto. Le costó una fortuna, porque le impedí que regateara el trabajo de esos artesanos. A La Brenda no le importó desembolsar varios billetes verdes de cien dólares.

De inmediato nos regresamos a Panajachel a tomar un rico almuerzo típico de la zona. Eso si acompañado de un buen vino tinto francés que nosotros llevamos desde la capital. La Brenda, antes de la comida, se preparó sus cubas libres en la habitación. Ya bastante alegre por efecto del alcohol, lo que sucede siempre, le dio por bailar en el restaurante para delicia de los parroquianos. El vestido escogido por La Brenda para esta ocasión, semejaba a los atuendo de Scherezada, muchos velos.

El regreso fue tranquilo sin música, ella se durmió profundamente por los tragos de vino y whisky que bebió generosamente en la comida.

Al llegar a la capital, después de dos horas de trayecto, nos fuimos al hotel Camino Real, donde teníamos reservada la suite de siempre. Nos bañamos en el jacuzzi y charlamos bastante acerca de nuestro futuro amoroso.

Solamente nos quedan unas cuantas horas para que nos separemos momentáneamente. Ella parte a México por la mañana, y ya la tristeza nos invade a los dos.

Nos prometemos ser amantes toda la vida, independientemente de tener cada quien otras relaciones paralelas, eso es un amor maduro en mi concepto particular. Porque excluye la posesividad y la exclusividad del otro.

La Brenda y yo siempre hemos tenido aventuras amorosas con otras personas, y nos las comentamos, como es el caso actual, acabo de iniciar una relación con una mujer guatemalteca de mente abierta, sospecho que es la única de su especie.

Sin embargo, voy a México muy pronto, y me quedaré con La Brenda en su casa de San Angel, que es lo que corresponde en una relación, sui generis, como la nuestra.

Ya bañados y perfumados los dos, La Brenda, me pregunta: Amor mio, ¿tienes ganas de fiesta hoy?

Esta será una noche larga y extenuante, me lo parece, y quizas de llantos y amor desenfrenado, también.

Muero de sueño, son muchos desvelos para un hombre de mi edad.

La Brenda se viste completamente de negro, seda al parecer, se ve elegante y distinguida. Yo repito mi traje blanco de lino, estamos ataviados al reves de los novios clásicos.

El último reclamo de La Brenda a mi persona: "Me lleva la chingada contigo, por qué siempre está pegado a la computadora. Nada más me distraigo tantito y vuelas a la pendejada esa"

Tiene razón, no puedo vivir sin escribir.

Lo lamento mucho, mi querida Brenda..

No hay comentarios:

Publicar un comentario