sábado, 27 de noviembre de 2010

Cómo hacer feliz a su esposo.

“Guía de la buena esposa”, un manual que supuestamente data de 1953 y cuyas ilustraciones dan toda la sensación de que eso es cierto. Pero quién sabe, quizá se trate de un sarcástico ilustrador contemporáneo o de un creativo misógino de alguna agencia con ganas de hacer ruido. Lo que es claro, es que se trata de uno de los manifiestos machistas más políticamente incorrectos que he visto en mi existencia.

Suena esta Guía como producto del régimen franquista espáñol.

Vamos al grano.

La regla número uno: “Ten lista la cena. Planea con tiempo una deliciosa cena para su llegada. Esta es una forma de dejarle saber que has estado pensando en él y que te preocupan sus necesidades”.

Regla número dos. “Luce hermosa. Descansa cinco minutos antes de su llegada para que te encuentre fresca y reluciente. Recuerda que ha tenido un día duro y sólo ha tratado con compañeros de trabajo”. Claro, porque ser dueña de casa es un hobbie que no cansa y, encima, el pobre sólo se ha relacionado con el club de Toby laboral las últimas diez horas. No como ella que, entre los cuatro niños, la cajera del supermercado, la costurera, el jardinero y el ferretero, se ha dedicado a holgazanear.

Regla tres. “Sé dulce e interesante. Su aburrido día de trabajo quizá necesite mejorar. Una de tus obligaciones es distraerlo”. ¿Leyó bien? ¡Obligación! Perdón señoritas, pero por moderno y urbano que trate de ser (o parecer), no puedo evitar sentir cierta envidia por ese hombre, digo, ese amo y señor de los años 50. Un tirano con permiso. Un crack, un campeón.

Regla cuatro: “Arregla tu casa, debe lucir impecable. Haz una última ronda por las principales áreas de la casa justo antes de que tu marido llegue”. Ella vendría siendo algo así como la mujer aspiradora o la mujer biónica con plumero incluido. Un verdadero robot de carne y hueso. Y operado a control remoto por su dueño.

Regla cinco: “Hazlo sentir en el paraíso. Durante los días más fríos del año debes preparar la chimenea antes de su llegada. Tu marido sentirá que ha llegado a un paraíso de descanso y orden, esto te levantará el ánimo a ti también. Después de todo, cuidar de su comodidad te brindará una enorme satisfacción personal”.

De Ripley, ¿no? ¿Se fijan con qué increíble libertad usan verbos como “debes” y palabras como “obligaciones”? Y, además, lavan el cerebro. O sea, si tú mujer me haces sentir en el cielo, entonces tú estarás más contenta. Pura magia.

Regla seis: “Prepara a los niños. Cepíllales el cabello, lava sus manos y cámbiales la ropa de ser necesario. Son sus pequeños tesoros y él los querrá ver relucientes”. Tan brillantes como la mesa, las ventanas y las sillas, los hijos se suman a la colección de objetos perfectos que él querrá ver cuando llegue a su palacio-casa. Un beso y buenas noches, nada más, porque el papá tiene que ver las noticias y no hay que molestarlo. Salvo para servirle el whisky.

Regla siete: “Minimiza el ruido. A la hora de su llegada apaga la lavadora, secadora y aspiradora e intenta que los niños estén callados. Piensa en todo el ruido que él ha tenido que soportar durante su pesado día de oficina”.

Regla ocho: “Procura verte feliz. Regálale una gran sonrisa y muestra sinceridad en tu deseo de complacerlo. Tu felicidad es la recompensa por su esfuerzo diario”. Ojo, no basta con fingir, importa un bledo si tuviste un día desastroso, tienes que concentrarte para verte y sentirte feliz, porque aquí quien importa no eres tú. Es él.

Regla nueve: “Escúchalo. Puede que tengas una docena de cosas importantes que decirle, pero a su llegada no es el mejor momento para hablarlas. Déjalo hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos”.

Yo sé que a estas alturas muchas de ustedes deben estar sulfuradas. Sufriendo con esto que les parece tan atemporal y ridículo. Pero hagan el siguiente esfuerzo: piensen que sus bisabuelas veían el mundo desde ese prisma, que así las habían enseñado sus propias madres y que, en ese contexto, el hombre era Dios. Y la mujer, bueno, algo así como una esclava asumida.

Regla diez: “Ponte en sus zapatos. No te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de presión y compromisos, y su verdadera necesidad de estar relajado en casa”.

Reflexiones al respecto: Con razón duraban tanto los matrimonios antaño. Así cualquiera. Cualquier hombre, digo.

Regla número once, la última, pero no por eso la menos importante. “No te quejes. No lo satures con problemas insignificantes. Cualquier problema tuyo es un pequeño detalle comparado con lo que él tuvo que pasar”.

Afortunadamente, esa clase de mujeres entraron en franca extinción hace mucho tiempo, eso espero...

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