En los últimos diez años el cine mexicano ha empezado a dignificar la profesión cinetográfica, han surgido buenos directores jóvenes, buenas directoras, buenos actores, buenas actrices y buenos guionistas. El resultado ha sido una docena de excelentes películas, ganadoras de galardones en los más prestigiados Festivales del Cine Internacional.
"Estamos intentando construir una nueva identidad nacional". Michael Rowe, director australiano afincado desde hace 16 años en Ciudad de México, se refiere con esas palabras tan grandilocuentes a una parte de lo que ha querido hacer con su película Año bisiesto, ganadora del premio a la mejor ópera prima del último Festival de Cannes, la codiciada Cámara de Oro, y que ayer se presentó en la competición del Festival de Gijón.
En su película, el espectador entra a conocer la vida de una mujer durante febrero. Laura apenas sale de casa, habla por teléfono con su familia y sus jefes en una revista de negocios y tiene contadas y esporádicas relaciones sexuales. Hasta que conoce a Arturo y entablan un juego de poder y sexo llevado al límite.
"La película habla de una mujer doblemente marginada, por mujer y por indígena, que toma el poder en una relación sexual extrema. Ella construye su verdugo, porque su manera de acercarse al sexo fue violentada en algún momento, pero en esa relación, es ella la que toma las decisiones apunta Rowe. No estamos acostumbrados a ver a este tipo de personas en el cine mexicano, una mujer indígena, profesional, que asume el poder.
Dignificar a la población
En efecto, para Pedro González-Rubio, director de Alamar, la segunda película mexicana en la competición del festival, el nuevo cine mexicano "tiene la función de dignificar a la mayoría de la población mexicana, que es algo que no hacen ni los políticos ni las televisiones, que siguen cultivando la imagen del mexicano pobre y alegre, o del borrachín divertido. Es vergonzoso". "Es un intento de superar el paternalismo. Hay algunos que lo hacen de manera rebelde, poniendo a sus personajes, mexicanos de a pie, gente común, en situaciones extremas, como hacen Rowe o Escalante", apunta González-Rubio.
Alamar funciona como el opuesto luminoso de Año bisiesto. Si el filme de Rowe sucede en el interior de un piso pequeño y habla de la soledad y la búsqueda de amor por la vía radical, Alamar ha sido rodada en su totalidad en exteriores, el impresionante caladero de corales de Banco Chinchorro en el Caribe mexicano, y habla del amor desde la luz, a través del viaje de un niño, que va a visitar a su padre, un pescador que vive en contacto con la naturaleza.
Sin embargo, también esta película, quiere rescatar otro tipo de personajes para el cine de su país, y aportar, según explica su director, "una ventana a la posibilidad de dar ternura de hombre a hombre, de padre a hijo". "Esta película es una medicinita para el mexicano de hoy", reconoce González-Rubio.
Alamar y Año bisiesto comparten otra rebelión común a las películas de parte de sus colegas de generación: la economía de medios. "Mi película se hizo con cuatro dólares", bromea Rowe. González-Rubio se fue a Banco Chinchorro con una cámara y con un amigo que se encargaba del sonido. Ambos hicieron un cine elemental y esperanzador.
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