Eduardo Blandón comenta esta obra de la polémica autora canadiense Naomi Klein.
Es un libro virtuoso, sin duda. Primero porque está bien documentado. Es evidente que la escritora no intenta decir nada gratuito ni especular, por eso se refugia en libros, escarba en documentos e indaga con personas. Ata cabos y construye intentando corroborar la hipótesis que guía todo su trabajo: el capitalismo trabaja según el modelo del shock: golpea, hace daño, debilita... para dar el jaque mate y aprovechar las circunstancias en donde las defensas quedan bajas.
Es una obra genial, además, porque está muy bien redactada. Pocas veces se tiene la oportunidad de gozarse un libro "de cabo a rabo" como consecuencia del buen gusto literario. Naomi Klein tiene esa estética. En un estilo producto de muchas lecturas y de suficiente asimilación de aquello que se intenta expresar, la intelectual edifica un relato que no da pausas ni respiro para beneficio del lector. Es una obra de tres o cuatro sentadas y que jamás deja impertérrito.
El libro no es inocuo y la escritora no lo intenta. Tampoco es "literatura amarilla", escandalosa ni de narraciones inverosímiles, pero sí sus palabras tocan. Conmueve porque es una larga crítica al sistema capitalista con base a testimonios recogidos que prueban la inmoralidad de sus gurús y epígonos. La metáfora del shock de por sí es maquiavélica y lo demuestra desde el primer capítulo.
Por supuesto siempre se le puede hacer crítica al texto. Por ejemplo, en ocasiones se puede sospechar de las fuentes consultadas. Son demasiadas perfectas y acomodadas a sus intenciones para no hacer dudar ni dejar entrever cierta manipulación en los datos. Asimismo, Klein da la impresión de cierto retorcimiento en sus interpretaciones, otra vez, tratando de redondear su hipótesis final. Pero nada de esto, a mi juicio, resta valor global al trabajo.
El centro de la crítica de la intelectual se centra desde el inicio en el arquitecto del sistema capitalista, en su "máster": Milton Friedman. Para ella, el economista premio Nobel, es el padre de la doctrina del shock. Fue él quien sugirió aprovechar las grandes crisis para imponer a golpe de espada el sistema que consideró perfecto para las economías globales. Pero no sólo quiso aprovecharlas (como en el caso del huracán Catrina en los Estados Unidos), sino apadrinarlas (como el caso de Chile y otros más citados en el libro).
"Milton Friedman fue uno de los que vio oportunidades en las aguas que inundaban Nueva Orleans. Gran gurú del movimiento a favor del capitalismo de libre mercado, fue el responsable de crear la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos.
A sus noventa y tres años, y a pesar de su delicado estado de salud, el 'tío Miltie', como le llamaban sus seguidores, tuvo fuerzas para escribir un artículo de opinión en The Wall Street Journal tres meses después de que los diques se rompieran: 'La mayor parte de las escuelas de Nueva Orleans están en ruinas -observó Friedman-, al igual que los hogares de los alumnos que asistían a clase. Los niños se ven obligados a ir a escuelas de otras zonas, y esto es una tragedia. También es una oportunidad para emprender una reforma radical del sistema educativo'".
Movido por esa intuición de sacar raja a los acontecimientos, Friedman siempre aconsejó lo mismo: reducir el gobierno y privatizar todos los servicios del Estado. En el caso de Nueva Orleans, por ejemplo, sugirió que el gobierno entregase cheques escolares a las familias, para que éstas pudieran dirigirse a las escuelas privadas, muchas de las cuales ya obtenían beneficios, y dichas instituciones recibieran subsidios estatales a cambio de aceptar a los niños en su alumnado. Era esencial, según indicaba Friedman, que este cambio fundamental no fuera un mero parche sino una "reforma permanente".
La doctrina del shock consiste en dejar el sistema inmunológico afectado y, en estas condiciones, imponerse desde fuera y modelar según el propio arbitrio.
Esto se comenzó a aplicar en Chile (el golpe de Pinochet, según Klein, es prototípico), en Bolivia, Argentina, Irak y hasta en los propios Estados Unidos (el caso de Nueva Orleans). Lo contradictorio, afirma el libro, es que la mayoría de las personas que sobreviven a una catástrofe de esas características desean precisamente lo contrario de "un nuevo principio".
Quieren salvar todo lo que sea posible y empezar a reconstruir lo que no ha perecido, lo que aún se tiene en pie. "Pero a los capitalistas del desastre no les interesa en absoluto reconstruir el pasado".
"Así funciona la doctrina del shock: el desastre original -llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, Tsunami o huracán- lleva a la población de un país a un estado de shock colectivo.
Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de las sociedades tanto como la música a toda potencia y las lluvias de golpes someten a los prisioneros en sus celdas. Como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, las sociedades en estado de shock a menudo renuncian a valores que de otro modo defenderían con entereza".
El golpe, la crisis y la tortura obtienen sus resultados. Aquí es donde las grandes corporaciones aprovechan, según el libro, y se lanzan como buitres a redituar maquiavélicamente sus beneficios.
Por eso Bush, explica Klein, empezó por subcontratar, sin ningún tipo de debate público, varias de las funciones más delicadas e intrínsecas del Estado: desde la sanidad para los presos hasta las sesiones de interrogación de los detenidos, pasando por la "cosecha" y recopilación de información sobre los ciudadanos.
"El papel del gobierno en esta guerra sin fin ya no es el de un gestor que se ocupa de una red de contratista, sino el de un inversor capitalista de recursos financieros sin límite que proporciona el capital inicial para la creación de sus nuevos servicios".
La escritora afirma que su libro es un desafío contra la afirmación más apreciada y esencia de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia.
En lugar de eso, "demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido en un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo -el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock".
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