sábado, 27 de noviembre de 2010

La dama que amaba a su esposo.

En el correo electrónico que tengo en Yahoo.com recibí un mensaje en clave: "¿Y qué tal un vinito tinto chileno?" y agregaba: "domingo, a las 12 am, en el sitio de siempre".

El remitente era una cuenta empresarial desconocida para mi.

De inmediato intuí de quien se trataba el mensaje de esa insólita invitación, porque se reconocía que era de una mujer. Los hombres no se andan con esas clases de misterios o rodeos, por eso los descarté por completo. Sin embargo, ¿quién era esa mujer?.

La duda estaba en dilucidar quién de las dos mujeres que conocí en "La Vinoteca" de la Plaza Fontabella, de la Zona 10 era la de la insinuante provocación.

Una de ellas es una doctora especializada en Rayos Equis, muy reconocida en Guatemala, quien me dijo el día que la conocí que era soltera a pesar de sus casi 50años de edad, pero que estaba abierta a conocer gente interesante. Había tenido unas malas experiencias amorosas, que la dejaron traumada por muchos años, en los que no quiso salir con nadie y se entregó en cuerpo y alma a su trabajo de medicina.

Simpatizamos bastante ella y yo, al grado que los vinos corrieron a cuenta suya al final. No me dejó pagar nada, ni siquiera la mitad de la cuenta. Se hizo la indignada y me espetó lo siguiente: "gano lo suficiente para invitar a un hombre, a lo que se me de la gana, y este es el caso". La doctora traía varios alcoholes en el torrente sanguíneo, porque ella estaba ahí antes de que yo llegara a beber los vinos tintos chilenos que me agradan. como siempre me coloco en la barra, porque voy sólo, no quiero ocupar una mesa y estropearles el negocio a los dueños.

Desde que me ven llegar, los meseros me conducen cariñosamente a la barra, y se llevan las muletas lejos de mi vista, y de la de los demás. Los fines de semana el sitio está a reventar de jóvenes parejas y unos cuantos parroquianos maduros, como yo, y la doctora en cuestión; valga añadir que el lugar es "decente" para los estándares de la medieval ciudad de Guatemala.

La otra dama es esposa de un alto funcionario del gobierno actual, que siempre anda sola porque su marido trabaja día y noche, eso piensa ella. Esta bella mujer, más hermosa que la doctora aquella, está igualmente insatisfecha, pero ella con la vida marital o de pareja.

El tema son los hombres, porque ambas me interrogaron fuertemente al respecto del tema. Su pregunta es: ¿Dónde están los hombres? Esos varones decentes, cultos y caballerosos que nos gustan a las mujeres. Porque en Guatemala no se ven por ninguna parte. Huyeron o ¿qué?

Mi marido, dice la guapa dama del funcionario, o está en junta permanente con el Presidente o jugando golf con los otros ministros. Y yo, ¿dónde quedo? ¿Me entiende?

No me lo tome a mal, si estoy en este lugar tan agradable a la hora de la familia, del sagrado almuerzo de los chapines. (En Guatemala, la comida del medio día se realiza entre las 12 y las 2 de la tarde, siempre).

Eso me dijo con algo de culpa la primera vez que nos vimos ahí, en la Vinoteca, a esa misma hora del almuerzo sagrado de las familias.

Ese domingo, me encaminé hacia la barra sólo, los meseros estaban todavía arreglando las mesas y no se percataron de mi presencia. Puse las muletas encima de una silla giratoria frente a la barra, ni modo.

Pedí mis tradicionales copas de Casillero del Diablo, que no es la mejor viña de Chile, pero en fin es lo que más se exporta desde Chile, me dicen los dueños de la vinoteca.

A la una de la tarde ya había ingerido seis copas pequeñas de vino tinto, y la mujer no aparecía por ahí, pensé: me dejó plantado. Acepto el descalabro dominguero.

Pedí un sandwich de jamón serrano (en pan integral), una ensalada césar y una porción de aceitunas negras, gigantes, de Andalucía. Y me dispuse a deleitarme con lo que ordené.

De pronto entró a la vinoteca un tipo con cara de guardaespalda, típico ex-soldado o policía, trajeado pero con mal gusto. Se dirigió a mi, directamente, y me entregó una tarjeta con la firma de la señora del ministro, para que acudiera de inmediato al estacionamiento subterráneo de Fontabella, bajé por el elevador al sótano S2 y busqué la camioneta blindada de la dama, y como tiene los vidrios polarizados no cveía nada de su interior, y además estaba un poco escondida en un sitio poco alumbrado.

Me vió, y de inmediato me invitó a subir a la camioneta. Ascendí a la parte trasera, ahí estaba ella, radiente y olorosa a fragancias francesas, con un traje sastre divino y un peinado de salón, de una buena estética.

De entrada, me suelta: "Mi marido sospecha que no le soy fiel", y me anda vigilando con los de mi propia seguridad, a quienes ya soborné para callarles el "hocico", y se disculpó de inmediato por ese calificativo tan grosero.

Había una botella de champaña francesa abierta y bocadillos adquiridos en una tienda de delicatessas españolas de la Zona 14. Dos copas elegantes y servilletas de tela blanca, estaban bien dispuestas en una mesita. Música brasileña de fondo. Ella con una sonrisa maliciosa, me dijo: brindemos por lo "nuestro". Le dí un par de sorbos a la champaña y ella de pronto me planta un beso largo y apasionado en la boca.

"Júreme que me va a ser fiel siempre". "Yo amo intensamente a mi marido, eso no se le olvide por favor". Alcancé a balbucear, le creo señora. Y otro beso más intenso buscó mi boca con restos de la champáña todavía, pero en su boca.

"Ahora, váyase de inmediato". No quiero despertar sospechas. Hay mucha gente conocida de nosotros (de ella y su marido) rondando por este centro comercial. Discúlpeme, se lo ruego tengo que marcharme a almorzar con mi adorada familia.

Me bajé con las piernas laxas de la emoción. Y con la botella de champaña en la mano isquierda, sólo ví como salía la bella dama a toda velocidad del estacionamiento subterráneo, chirriando las llantas de su pesada camioneta blindada.

Caminé totalmente turbado y queriendo encontrar un pañuelo desechable para limpiarme la boca de las huellas del lápiz labial rojo carmesí de ella.

Fue un domingo memorable, sin duda. Los efectos embriagantes de los vinitos que había ordenado al principio en la vinoteca, se diluyeron por arte de magia.

No sé qué pensar de esa dama enamorada de su marido, me temo que esa historia conmigo continuará domingo a domingo, a menos que su marido-funcionario deje de serlo y se ocupe de su fiel y santa esposa. Ya veremos...

2 comentarios:

  1. Ja ja ja, Hay Bolivar!!!! Es maravillosa la forma en que narras ese encuentro, tu escritura tiene el poder de transportarnos allí como que fuéramos espías viendo tal escena de amor. Me sentí el de la película "La Vida De Otros", muy buena película.
    Ya con 6 copitas de vino, la resistencia debe de ser difícil, verdad? Lo digo porque no es cualquier cosa en este país atreverse a subir al carro de un funcionario público y menos con garullas que nunca se sabe a que lado pertenecen.
    Pensando bien todo, creo que no te irás de este país tan fácilmente como pensaste, te han caído muchas mujeres que te inspiran a escribir, que te mantienen en un estado de pasión.

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  2. Que gran narrador Bolivar, felicitaciones... y claro, no hay como escribir en base a experiencias propias ;)

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