El despliegue temático tuvo como escenario al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que concluyó el domingo 12, en momentos en que en el país arranca un proceso de “desestatización” para “el renacimiento de la sociedad”, según el decir de Alfredo Guevara, cercano colaborador de Fidel Castro y presidente de honor de la muestra.
Las visiones épicas fueron sustituidas esta vez por la pérdida de valores morales, la corrupción, la frustración generacional y la búsqueda del triunfo personal fuera de Cuba, según las concepciones de cineastas locales, la mayoría jóvenes.
“Hay que ver las películas en el festival porque después les meten tijeras o las desaparecen”, comentó J.M.H, de 35 años, en reflejo de la suspicacia con que viven algunos en el país.
Larga distancia, de Esteban Insausti, por ejemplo, sintetizó la desesperanza que arrastran, sobre todo los jóvenes, desde la crisis de los años 1990 por la desaparición del aliado soviético.
En tanto, Casa vieja, de Lester Hamlet (Premio de la Popularidad entre 120 filmes de 20 países en competencia) indagó en las interioridades de una familia humilde, revolucionaria de origen, dividida por la emigración del más joven de los hijos y crispada por las escaseces luego de medio siglo de luchar por un nuevo tipo de vida.
“Lo que ustedes no entienden es que a nosotros nos gusta vivir así”, se le escucha decir con mueca de amargura a uno de los protagonistas, mientras los espectadores ríen o caen en un silencio indescifrable.
El drama de unos roqueros del interior del país que buscan refugio en La Habana en los años 1990 y terminan autoinfectándose de sida para decirle adiós a las carencias es el tema de Boleto al paraíso, de Gerardo Chijona, mientras fuera de competencia se exhibió Chamaco, de Juan Carlos Cremata, que se refiere a la suerte de otro provinciano que huye a la gran urbe y termina prostituido entre un abogado y un policía corrupto.
Las caras ocultas de la sociedad cubana no son distintas a las de cualquier otro país, “lo diferente es que aquí siempre se han silenciado u obviado, como si con eso no existieran”, comentó M.S.P, de 48 años.
En este festival también fue sui géneris la película más simbólica, José Martí: el ojo del canario. El director Fernando Pérez presentó a los isleños la niñez y adolescencia de José Martí, bajándolo de los altares políticos y suponiendo desde la primera masturbación del “Apóstol de la independencia”, por la exuberancia de una negra esclava, hasta la temprana entrada a prisión por su conducta anticolonial .
Esperamos que esta película “nos ilumine en la hora de definiciones que vive la sociedad cubana”, dijo una representante del centro Martin Luther King de La Habana, al entregar al largometraje uno de los premios.
El gobierno dice que los cambios que instrumenta para “actualizar” el modelo socialista garantizarán su continuidad más allá de la desaparición de sus creadores. No obstante, entre los cineastas se ha desatado una carrera contra el reloj.
“La Habana, tal como la hemos conocido durante décadas, podría sufrir una transformación radical en los próximos años, por eso consideramos importante retratarla tal y como es hoy”, dijeron los productores de Siete días en La Habana, que comenzará a rodarse en enero bajo la dirección, entre otros, del puertorriqueño Benicio del Toro y el cubano Juan Carlos Tabío.
Ha sido tan singular este festival que hasta se hicieron sentir Reynaldo Miravalles, uno de los patriarcas de la cinematografía cubana, exiliado en Miami, y el director Miguel Coyula, radicado en Nueva York.
Miravalles fue sorprendido por una ovación de casi cinco minutos, cuando asistía de incógnito a la premier de Casa vieja, y Coyula expuso en Memorias del desarrollo la visión de 50 años de revolución de un intelectual cubano emigrado, con la desmitificación del Che Guevara y Fidel Castro.
“Me fui de Cuba porque no me dejaban escribir lo que quería (…) en Estados Unidos tengo toda la libertad para hacerlo pero a nadie le interesa lo que digo”, comentó el protagonista, en una síntesis de sus frustraciones personales.
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