miércoles, 1 de diciembre de 2010

De Héroe a traidor.

Día ideal para un cocido. La nieve ha hecho su aparición por primera vez en el invierno madrileño y las temperaturas bajas invitan a una comida calórica.

Y es que Li Cunxin tenía verdadero empeño en probar la más típica de las comidas de Madrid, en su primera visita a la ciudad, tras degustar hace ya años una "pallella" en Bilbao. El lugar es ruidoso y popular, pero este ex bailarín chino que, a sus 49 años, sigue conservando una apariencia más que juvenil, está encantado.

Y la pasión que muestra al degustar los platos -repite sopa y jamón y pica de más algún garbanzo que otro- contrasta con la tranquilidad y dulzura con la que narra su conversión de "héroe" de la China de Mao a "traidor" cuando en los años ochenta decidió desertar a Estados Unidos. "Yo nunca me he considerado un traidor a mi país.

Fue el Gobierno chino quien me obligó a alejarme de mi pueblo", cuenta Cunxin, un niño nacido pobre que, con 11 años, fue arrancado de su familia campesina de Qingdao y sometido a una despiadada disciplina para convertirle en uno de los mejores bailarines del mundo.

El Gobierno chino le arrancó de su familia para hacer de él un gran bailarín
Li Cunxin cuenta esos años llenos de contrastes, terribles, por un lado, porque vivió alejado de sus padres y de sus seis hermanos, -"lloraba todas las noches escondido bajo una manta que había tejido mi madre"-.

Pero gloriosos, por otro, por sus éxitos en el baile en El último bailarín de Mao, cuya publicación en España (editorial Kailas) coincide con el estreno el próximo día 17 de la película del mismo título que ha dirigido Bruce Beresford.

"El baile cambió mi destino. Salí de la pobreza y conseguí no solo una educación, sino también dinero para ayudar a mi familia".

Sin embargo, Cunxin, que dejó de bailar hace 10 años y vive hoy como empresario en Melbourne (Australia) con su mujer y sus tres hijos, sigue añorando la dignidad y generosidad de la comuna donde se crió.

Un lugar donde no había agua corriente ni electricidad, donde las temperaturas alcanzaban en invierno los 15 grados bajo cero y se pasaba hambre -"De 1958 a 1961, cuando yo nací, murieron de hambre entre 35 y 37 millones de personas, por eso mis padres no aspiraban a nada más que a que sus hijos no murieran por falta de alimentos"-.

Y por eso, Cunxin confiesa abiertamente: "Mi corazón sigue siendo el de un campesino pobre".

Ya no guarda resentimiento hacia un Gobierno que lavó el cerebro a muchas generaciones. Cuando llegó a Estados Unidos, no solo le sorprendieron los rascacielos, la prosperidad y la riqueza, también los árboles -

"En mi comuna arrasaron con los bosques y con todas las zonas verdes"- y, sobre todo, la libertad. "Me sentí muy defraudado por las mentiras que Mao y su régimen nos habían contado, fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi corazón como artista se centraba en la danza y no en la política.

Ese sentimiento me duró unos años, luego conseguí hacer las paces conmigo mismo".

Li Cunxin no quiere ni postre ni café. Su hijo mayor, de 18 años, le espera en la entrada. "Cuando me acuerdo de mi juventud me doy cuenta de la fuerza que hay que tener para no perder las esperanzas en circunstancias tan trágicas. El libro y la película ensalzan el coraje y el valor para perseguir los sueños. Ya me lo decía mi padre, que murió campesino: 'Nunca olvides de donde vienes, aunque hayas conseguido ser tan famoso en Occidente; de nada vale el éxito en el baile, en los negocios o la literatura si no eres una buena persona, un buen padre".

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