El periodista Carlos Castañaza nos ofrece este impactante relato, conmovedor e intenso.
Flor Alejandra es una niña muy especial. Quienes la ven sin conocerla creerán que eso tiene que ver con sus ojos de almendra o su cromosoma de más. Se equivocan. Yo lo explico a partir de su aspiración de celebrar a diario el privilegio de nacer, y por eso cada vez que el sol alumbra ella anuncia con renovada alegría que mañana es su cumpleaños. Y no uno cualquiera: se trata nada menos que de sus quince primaveras.
Cronológicamente hablando, ya pasa los 30, y en lo mental su comprensión del entorno la ha fijado para siempre en tan sólo 5 años. Pero las alteraciones genéticas no han evitado que su afán de vida la haga estar justo en el medio, así que invitará a cualquier persona que intercambie con ella una sonrisa a tan esperada celebración de la adolescente que, paradójicamente, ya dejó de ser y a la vez nunca será.
No importa que el 3 de diciembre se registre como la fecha oficial, ella despertará este sábado soñando con sus nuevos quince y con las ingeniosas fiestas que organizará el Pollo, ese hermano hacia quien fluyen torrentes de amor.
Al final de cuentas, aunque científicamente pueda explicarse esa fatal combinación de cromosomas, trisonomías, translocaciones y mosaicismos, difícilmente la ciencia sea tan clara cuando del espíritu se trata. Por eso los discípulos de John Langdon Down no pueden graficarnos cómo alguien con tantas limitaciones físicas y mentales, tiene intacto el recuerdo de su padre fallecido hace más de seis años. Y menos podrán graficar ese clarísimo diagrama de amorosa herencia que ella asimiló de aquel Jesucristo jalapaneco.
Las evidencias prueban que la Beba no necesita de neuronas frescas para rememorar a su papá Tono, pues le basta y sobra con las alertas que resuenan en su corazón, por mucho que su cardiólogo diga que también debemos escuchar las alarmas de una deformación interauricular en ese frágil órgano.
Flor Alejandra, a quien su orgulloso padre llamaba “Mi monedita de oro”, también encuentra entre sus alterados latidos el ritmo necesario para atesorar a su madre, llenándola de atropellados besos y abrazos, como comprendiendo en toda su dimensión cuánto Arcelia ha significado en su existencia y cuánto, por supuesto, significa ella como hija para que su madre tenga muchas razones para vivir. ¡Con tanto esfuerzo que requiere repartir su amor entre esos dos seres, nada le importa si el temible cromosoma 24 venía en el óvulo o en el espermatozoide!
A partir de hoy mismo, esta amorosa criatura de Dios empezará a tratar de convencernos de que “mañana es mi tututú”. Lo dirá con esa convicción de quien suple la oscuridad de su intelecto con la deslumbrante luz de su espíritu.
Lo dirá con la esperanza de recrear hasta la eternidad la escena en la cual escucha sus cohetes mientras ve a su papá Tono interpretar, enfundado en su bata de baño y acompañado de su pequeña marimba, aquel inolvidable: “Alejannnndraaaa, de mi coooorazóoonn… Alejandra míaaaa, cuánto te quiero yo”.
Sí, mi hermana Jandrix es una niña muy especial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario