Por Robert Fisk
No era un humilde presidente. No cedió. Hubo indicadores, desde luego –como poner fin a reformas” de legislación de emergencia– pero cuando este miércoles habló de tratar de calmar una crisis que costó la vida a más de 60 personas hace dos semanas y que arriesgó su gobierno, el presidente Bashar Assad de Siria no dio la impresión de ser un hombre en retirada.
Fue Libia lo que le dio el “empujón” para continuar, el aliento para ponerse en pie y decir que “la reforma no es un tema pertinente en este momento”. ¿Puede esto interpretarse como una traducción exacta de su convicción de que Siria no debe ser parte de la revolución en Medio Oriente? De cualquier forma, el partido Baaz seguirá en la lucha. Assad sigue siendo el presidente de Siria. Sin cambios.
Bueno, desde luego que, como sabemos, Muammar Kadafi, no es un sabio ejemplo a seguir en momentos difíciles.
El viernes es el día tradicional del recuerdo, el juicio y los cuestionamientos. Si Assad puede pasar el jueves sin asesinar a más gente en Deraa y Latakia, Assad, se salvará. Es joven, su esposa –injustamente despreciada por aquellos que odian a Siria, es un punto muy importante a su favor, y su gobierno ha eliminado efectivamente los excesos del régimen de su padre, Hafez. Pero –y este es un gran “pero”– la tortura continúa, la desigualdad y las injusticias de los servicios de seguridad Mujabarat persisten. La libertad en Siria es tan difícil de hallar como un oasis en el desierto. Según el analista de Al Jazeera, Marwan Beshara, el parlamento sirio sigue siendo “un circo de apoyo”.
Aún hay más “peros” en Siria. Se trata de un país duro y tenso sin las vías para la libre expresión que sí existían en Egipto; es más bien un centro de nacionalismo árabe. No por nada los sirios gritan “Um al Arabiya Wahida” (Madre de la nación árabe). No por nada los sirios recuerdan que ellos y sólo ellos se opusieron al acuerdo Sykes-Picot que en 1916 dividía a la región entre Francia y Gran Bretaña por la fuerza de los ejércitos. Los batallones montados sirios se arrojaron contra los tanques franceses durante la batalla de Maysaloon. Posteriormente, el rey de Siria recibió el trono de Irak como premio de consolación, de parte de Winston Churchill.
Esto no justifica el régimen autocrático de Bashar, pero dice algo sobre los sirios: no obedecen reglas. Los sirios no siguen a otros árabes como ovejas. Lucharon más que ningún otro país de la región por un proceso de paz entre Israel y Palestina –que Bashar este miércoles declaró “estancado”–. También afirmó ese mismo día que los disturbios fueron “una prueba para la nación” más que un desafío para el presidente. En verdad, la región de Hauran, donde se encuentra Deraa –localidad que fue escenario de una temible serie de asesinatos ordenados por el gobierno– siempre ha sido una zona rebelde aun cuando estaba bajo el control francés en 1916. ¿Puede Bashar Assad mantener unido a su país?
Hasta ahora ha logrado con una minoría alawita (o sea chiíta), atraer a la mayoría de la población sunita musulmana del país dentro del sistema económico establecido. Ciertamente, los sunitas son la economía de Siria; una elite poderosa desinteresada en las revueltas, la desunión o las conspiraciones extranjeras. Fue extraño que Assad hablara este miércoles de “conspiraciones extranjeras”. Ese viejo adagio no le hace ninguna justicia. Estas “conspiraciones” siempre son descubiertas cuando los dictadores se sienten inseguros. Damasco ha sido atacado por agentes israelíes e islamitas, agentes de la derecha turca durante los últimos 40 años. Tiene cierta resonancia este asunto gastado del “complot” que hace que los sirios sean más patriotas que luchadores por la libertad.
Desde luego hay mucho que está mal en Siria, y Bashar Assad puede haber abusado de su buena suerte este miércoles, cuando decidió no anunciar las “reformas” ni libertades que los sirios esperaban de él. En vez de eso proclamó: “Dios, Siria y Bashar”, “Dios, Siria y mi pueblo” ¿Fue eso suficiente?
Dijo que no llevará a cabo reformas bajo presión. Por cierto, “reformas” es con lo que quiere decir democracia. Pero Bashar sí está bajo presión; francotiradores del gobierno mataron a inocentes en las calles de las ciudades sirias. Quizá no esté de humor para concesiones pero ¿acaso Siria no las necesita?
La economía nacional flota muy cerca a la bancarrota. Diplomáticos suecos señalaron que Siria no resultaría afectada por la catástrofe económica occidental con el argumento de que la economía siria, en realidad, ni siquiera existe. La minoría kurda en el norte del país está en permanente estado de insurrección contenida. Pero Assad tiene dos amigos que le dan poder: el Hezbolá libanés y la República Islámica de Irán. Si los israelíes necesitan lograr la paz con Líbano, también necesitan a Assad. Si Assad quiere mantener su poderío regional, necesita a Irán. Siria es el portón árabe por el que Irán puede transitar. A su vez, Irán, es el portón por el que Assad que, recordemos, es alawita y por lo tanto chiíta, puede pasar libremente.
Es muy fácil para madame Clinton fustigar a Damasco por matar a su propio pueblo, frase que, desde luego, no usó en Bahrein. Estados Unidos necesita a Siria para sacar a sus últimas tropas de Irak. También sería muy fácil convertir los problemas del país en sectarismo. Nikolaos Van Dam, un brillante diplomático holandés escribió un excelente libro sobre la lucha de poder en Siria que explica cómo la minoría alawita realmente gobierna al país.
Sin embargo, Siria siempre ha sido un Estado unitario que se ha plagado a las exigencias de Occidente en aras de la cooperación en seguridad... hasta que soldados estadunidenses atravesaron la frontera siria y le dispararon a un agente de seguridad en su propia casa. Tan complacientes fueron las partes al tratar este conflicto que Estados Unidos envió a un pobre canadiense a Damasco, lo “entregó”, según la frase popular, para que fuera atrozmente torturado y encerrado en una cloaca hasta que los estadunidenses averiguaron que era inocente y mustiamente le permitieron volver a Toronto.
Esto, huelga decir, no son los temas que se discutirán en los programas noticiosos de televisión o que mencionará la secretaria de Estado, quien está tan preocupada por los inocentes en Libia que está bombardeando a la fuerza aérea de Kadafi, pero a la que le preocupan tan poco los inocentes de Siria que no enviará ningún avión a atacar a dicha nación.
Siria debe renovarse. Necesita que se ponga un fin a las leyes de emergencia, que haya medios de comunicación libres, un sistema judicial justo, que se libere a prisioneros políticos y, dicho sea de paso, que deje de entrometerse en Líbano.
La cifra oficial de 60 muertos en los disturbios en Siria podría ser mucho más alta según Human Rights Watch. El jueves, el presidente Bashar Assad supuestamente nos hablará sobre el futuro de Siria.
Más vale que sea bueno.
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