La comida no es importante en Metralla (Sins Entido). Solo al final de la novela gráfica con la que Rutu Modan (Tel Hashomer, Israel, 1966) se consagró, alguien cocina sopa con raviolis y un pollo que acaba chamuscado. Rutu Modan tiene una relación hedonista con la comida desde que decidió dejar de imitar el desdén de su hermana mayor hacia los alimentos y descubrió las delicias de la mantequilla. Una vez abierta la puerta a los sabores , decidió que no la cerraría. Una niña con criterio propio.
La dibujante triunfó con 'Metralla', una obra con el conflicto palestino de fondo
Una niña que dibujaba historietas en la guardería y que, a los siete años, armó un cómic sobre dos países en guerra, alentado por los ecos que recibía sobre un conflicto real: la guerra del Yom Kippur, que enfrentó a Israel con Siria y Egipto en octubre de 1973. Ahora bien, ser precoz no necesariamente facilita las decisiones.
"Mis padres eran médicos, vivíamos rodeados de personal sanitario en el vecindario y la única profesión que mis padres consideraban una profesión era la medicina. Lo demás eran pasatiempos", recuerda en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tras una caminata por el Retiro. Al acabar el obligatorio servicio militar, y arrastrada por una amiga -aquí, digamos, el criterio propio flaqueó-, entró en Bellas Artes para decepción del padre, que presumía que aquellas manos de Rutu habían nacido para hacer filigranas en la cirugía plástica. "Finalmente, aceptó que era joven y podía hacer algunas cosas equivocadas".
Los padres de Rutu Modan no eran los únicos en Israel que creían que el dibujo era un pasatiempo. En realidad, nadie creía en el cómic. De Tintín se publicó una entrega y nunca más. De Maus se malvendieron 400 ejemplares. El gran fiasco de una gran obra. "Cuando yo empecé era fácil porque no había competencia", bromea Modan.
Ni competencia, ni editoriales, ni artistas ni público. En 1995, el año en que funda Actus Tragicus junto a Yirmi Pinkus, había -contados- tres artistas de cómic. Rutu Modan se abrió camino como ilustradora en periódicos y libros infantiles. No tardaron en premiarla.
Su primera obra larga, Metralla (2006), nacida de un encargo, la encumbró plenamente, aunque curiosamente se publicó antes en inglés y español que en hebreo. Ahora dibuja para grandes cabeceras como The New York Times, Le Monde o The New Yorker y da clases en la misma academia de Arte y Diseño de Jerusalén en la que se graduó.
Metralla revela su inclinación por las carreteras secundarias. Kobi, un taxista, trata de identificar el cuerpo desconocido de la víctima de un atentado porque cree que podría ser su padre. Al fondo de la historia, el conflicto palestino-israelí. Pero no es una historia sobre un conflicto en el que ve dinámicas pueriles con resultados sangrientos. "Están enzarzados en una discusión infantil, en ver quién empezó primero", lamenta la autora.
Su próxima novela gráfica discurrirá en Polonia, el Holocausto será también solo un escenario secundario. "No quiero hacer una historia de víctimas. No es una buena posición en la vida. El sentimiento de víctimas que tienen israelíes y palestinos es parte del problema político. Ir de víctima te hace sentir que lo mereces todo porque has sufrido todo".
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