Por Ángeles González Gamio
Doug Larson fue un columnista estadunidense que se hizo famoso por sus citas célebres. Una de ellas dice: La nostalgia es un archivo que elimina las asperezas de los viejos nuevos tiempos”. Seguramente ésta fue una de las ideas que inspiraron a Bruno Newman a coleccionar a lo largo de 40 años los 30 mil objetos que ahora conforman el acervo del Museo del Objeto (MODO) .
El original museo ocupa una preciosa casa estilo Art Noveau de principios del siglo XX, situada en la calle de Colima 145, en la colonia Roma, que día con día ofrece novedades. Sin duda la Roma está ya en pleno renacimiento, tras décadas de destrucción y decadencia de muchas de sus magníficas construcciones de estilo afrancesado, en boga durante el siglo XIX y comienzos del XX.
En su Twitter, el MODO se presenta como “el primer museo de México dedicado a coleccionar, conservar, exhibir y difundir diversas expresiones del diseño y de la comunicación”. La vasta colección tiene piezas que van desde 1810 hasta nuestros días. Además presenta exposiciones temporales de temas relacionados con el objeto del museo y tiene una simpática tienda.
Prácticamente todas las generaciones lo gozan; unos por la nostalgia y otros por la novedad: “Abuela, ¿de verdad usaban esas fajas?, jajaja, !qué buena onda!” Los que peinan o pintan canas, recordarán las botellas de vidrio para la leche con su tapa de cartón sostenida con un alambre, el soldado de chocolate y el orange crush, las navajitas de rasurar, las latas de manteca Inca, el cancionero Picot, los cajones de bolero, los sifones. El chocolate exprés que nos hace recordar a Cachirulo y su Teatro Fantástico, que pasaba los domingos por la tarde en uno de los tres canales de la televisión y era todo un suceso familiar.
Volví a ver a mi madre sentada en un taburete forrado de seda, enfrente de su tocador, polveándose con una gran borla que guardaba en una colorida polvera de gran tamaño, con la cabeza cubierta de “anchoas” que sostenía con pequeños pasadores y, una vez maquillada, desprendía, para lucir elegantes ondas en el pelo.
Así, los objetos cotidianos que se muestran en unas agraciadas vitrinas antiguas nos llevan al pasado y cobran nuevos significados en el presente. Nos hablan de modos de vida, de valores sociales. Su ubicación en un museo les da un nuevo sentido y nos permiten verlos de otras maneras, entre otras, nos permiten advertir distintas expresiones culturales mediante su diseño.
Sin duda el MODO tiene antecedentes en los Gabinetes de Curiosidades de los siglos XVI y XVII, que fueron precursores de muchos museos. En el Museo Británico de Londres conservan una gran sala que recuerda este tipo de gabinete mostrando los objetos más variados y curiosos.
Y para no alejarnos de la nostalgia, en la misma calle de Colima, en el número 166, una hermosa casona afrancesada aloja al restaurante Rosetta, que atiende personalmente Elena Reygadas, su encantadora dueña y cheff, quien ofrece una carta pequeña pero exquisita. La comida o cena se puede degustar en el luminoso patio con verdor o en alguno de los saloncitos que lo trasladan al París decimonónico, con sus tonos pastel, yesería rococó, tapices en alguno y cuadros de la época.
El buen gusto se advierte en todos los detalles: la azucarera, la jarra del agua, ¡bueno, hasta en los lavabos del baño! Algunas sugerencias, aunque todo es sabrosísimo: ensalada de alcachofas, sopa de alubias con calamares a la plancha, short rib cocida con especias y vino tinto y puré de polenta y si está cuidando la línea, el extraviado al vapor con hinojos.
Para el final unos canolis rellenos de queso ricotta o una espuma crema catalana con frutos rojos. Y ahí no acaba la cosa ya que a la entrada hay una estantería que muestra distintos tipos de pan: campesino, burdeos, de semillas; novedosas mermeladas caseras: de ruibarbo con fresas, limón amarillo, mandarina y muchas sabrosuras más que puede adquirir para llevar a casa.
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