Por: Paloma Bravo
Ésta es la historia de Juan, tal y como me la cuenta. Me sugería cambiarla, mejorarla, pero no puedo: él escribe mejor que yo y, además, ya había comprado mi novela. Un gran tipo, Juan, en muchísimos sentidos.
Una vez conocí una chica. La podemos llamar L, para hacerlo a tu manera. Empezamos a salir. Bailamos, reímos, hicimos el amor, compartimos confidencias y nos enamoramos. No necesariamente en ese orden. Ambos teníamos 22 años, y estudiábamos en la misma Facultad. A los veinticuatro, decidimos irnos a vivir juntos. A los veintiocho decidimos casarnos. Unos meses antes de la boda me dejó. Sin darme un motivo, sin un grito, sin una discusión, sin odio, sin nada. Sin nada no. Me dejó algo que nunca había experimentado. Me dejó el Miedo.
Pero no es su historia la que te quiero contar sino algo que sucedió después con otra persona.
Unos meses después de que mi querida L me diera las gracias por participar, así, como quien destapa un yogur y lee “siga buscando”, pues eso, unos meses después conocí a Y.
Ella empezó a trabajar por las tardes en la misma empresa en la que yo lo hacía. Era una de esas mujeres que a mí me vuelven loco, y la verdad es que no he conocido muchas que lo hicieran, y a ninguna como Y. Tremendamente mordaz, inteligente, altiva pero accesible si uno sabe seguir las pistas, dulcísima cuando se siente a salvo, y con dos maravillosas virtudes, por si lo dicho hasta ahora a alguien no le pareciera suficiente: la capacidad de ver las cosas desde ángulos que la mayoría ni imagina y, la habilidad de tener siempre una pregunta en los labios.
Así que, bailamos, reímos, compartimos confidencias…
…y tuve miedo.
Para ser todavía más justo, te diré que ella acababa de divorciarse con treinta y tres años. De forma muy cívica y aséptica, pero no sin ciertas dosis de dolor y culpa. Y sin embargo, ella arriesgó. Se arriesgó y yo tuve miedo. Ella era lo que siempre había buscado, ahora lo sé, pero dejé que aquello pasara de largo.
Un día, por fin, aprendí a convivir con el miedo, a ser yo el que le dominara a él y no a la inversa. Era tarde. Lo intenté todo menos suplicar, creo que no daré detalles. Pero de nuevo, ella iba una página por delante.
Y y yo somos grandes amigos y nos queremos mucho. Nos vemos a veces, y bailamos, y bebemos vino, y nos contamos confidencias y ella hace preguntas y yo la hago reír. Y luego ella vuelve a su vida con su chico y yo a la mía con mi chica, cuando tenemos pareja. Ella no ha vuelto a dejar pistas y yo un día dejé de buscarlas.
FIN
No sé si te vale como historia, pero es lo que hay. Eres libre para adaptarla, cortarla, pegarla, sacar conclusiones o no hacerlo, libre para publicarla u olvidarla. Te la regalo porque, total, yo ya la he vivido.
Por puro afán de protagonismo, intervengo para tener la última palabra y para discrepar: éste no es el "FIN" de la historia de Juan. Estoy segura de que no.
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