Por Cristina Pacheco
En el salón de usos múltiples se escucha la poderosa voz de Otilia. Más que leer, declama la noticia:
Otilia: “Se apagaron para siempre los ojos color violeta de quien en vida fuera la rutilante estrella del cine...” (Un acceso de tos la obliga a interrumpir la lectura.) Perdón. Es que con tantos cambios de clima... (Vuelve a toser.)
Magda (impaciente): ¡Pues toma agua y ya!
Guadalupe (solícita): Yo se la traigo.
Otilia (sonríe): No te molestes. En un momentito se me pasa. (Se aclara la voz y continúa.) “La gran actriz inglesa murió a los 79 años...” (Otro acceso de tos la sacude.)
Magda (le arrebata el periódico): Mejor que lea Pilar.
Pilar (hunde la mano en la bolsa de su suéter): ¿Qué creen? Dejé mis lentes en el cuarto.
Consuelo: Deberías colgártelos con una cadenita, como yo. Así nunca los olvido ni los pierdo.
Otilia: Que lea Guadalupe.
Guadalupe: No. A mí me da pena. Desde chica he sido muy penosa.
Magda: Bueno, entonces leeré yo. (Mira a Otilia.) Pero voy a comenzar desde el principio porque con tantas interrupciones como que perdí el hilo.
Otilia (ofendida): Nadie tose por su gusto.
Magda: ¿Ya te vas a molestar?
Otilia: No, pero se me hace feo que me critiques nada más porque me dio tos.
Magda (mira hacia el grupo): ¿A ustedes les parece que es criticar a alguien decirle que se limpie la garganta tomando agua?
Pilar: No discutan. (A Magda.) Por favor empieza antes de que llegue la terapeuta y nos lleve al patio para que hagamos ejercicio.
Consuelo: No sé ustedes, pero yo no pienso seguir con eso. (Intenta inútilmente doblar la pierna derecha). Los mugrosos ejercicios no me han servido de nada.
Pilar: Cómo quieres que te sirvan si a los 10 minutos de que empezamos vas a sentarte.
Consuelo: Porque me canso y me duelen las rodillas.
Rebeca: A mí no me molestan mis piernas, y eso que ya tengo 82 bien cumplidos. (Orgullosa.) Bonita, millonaria, célebre y todo, Elizabeth no llegó a tener mi edad.
Pilar: Miren a ésta. Ya hasta le habla de tú a la Taylor.
Consuelo: A lo mejor a ella le hubiera gustado ese trato. Dicen que era una persona muy sencilla.
Otilia: Ayer leí que ella nunca aspiró a la fama pero a su madre le importaba mucho.
II
Magda: ¿Me van a dejar leer o no? (Satisfecha ante el silencio que impone.) “Se apagaron para siempre los ojos color violeta de quien en vida fuera la rutilante estrella del cine...” (Ve que Guadalupe levanta la mano y pide la palabra.) Nunca voy a pasar de este parrafito. ¿Qué sucede?
Guadalupe: Es que me acordé de una cosa pero si no quieren no se las digo.
Otilia: ¡No andes con tus misterios!, ¡habla!
Guadalupe: Ahorita que Magda mencionó lo de los ojos violeta recordé a Zulema, que en paz descanse. Ella también tenía los ojos de ese color.
Magda: No. Eran más bien grises.
Rebeca: Y muy bonitos. Lástima que la pobre haya tenido que ponerse aquellos lentes que parecían fondos de botella. (Se persigna.) Yo, gracias a Dios, hasta la fecha tengo mis ojos buenos y eso que ya cuento 82 añitos bien servidos.
Magda (con su habitual impaciencia): Nos lo ha dicho varias veces. ¿Quiere que le aplaudamos? No es mérito suyo sino voluntad de Dios. El día en que Él ordene “se acabó”, ¡adiós Rebeca!
Guadalupe: Eso es cierto pero también es cosa de la gente. La de antes vivía mucho. Por ejemplo, mi abuela Zeferina: murió a los 102 años y sin que le doliera nada.
Otilia: Porque ha de haber llevado una vida muy sana.
Guadalupe: ¡Uy, sí! Aunque mi abuelito le ofreciera pulque ella jamás lo tomaba.
Rebeca (señala a Guadalupe con el índice): ¡Hizo muy bien! Si he vivido tantos años es porque jamás he probado el cigarro ni el vino, cuando mucho una copita de sidra a fin de año y sólo para brindar. Ustedes lo han visto.
Otilia (se rasca la cabeza): Tampoco es tan cierto eso de que por los buenos hábitos vive uno más. Allí tienen a Elizabeth: anoche oí en el radio que se internó varias veces en clínicas. Sólo así pudo dejar las drogas y el alcohol.
Guadalupe: ¡Lo que habrá gastado en eso!
Otilia: Muchísimo, pero lo bueno es que se curó.
Magda: De los vicios, pero ¿qué tal de los hombres? (Hojea el periódico.) Por aquí salen sus fotos con cada uno de sus siete maridos.
Rebeca: Dirán que soy anticuada pero eso sí que no me gusta de Elizabeth. Mi opinión es que una mujer debe conformarse con un hombre: el marido. Yo, por ejemplo, nunca de los nunca pensé en irme con otro.
Otilia: A lo mejor no se le presentó la ocasión (en secreto, a Magda). Y menos si ya desde entonces era bigotoncita. (Las dos ríen.)
Rebeca: Pues fíjate que tuve varias oportunidades. (Modesta.) No diré que fui una belleza como Elizabeth Taylor pero tampoco fea. Pretendientes no me faltaron. Con decirles que ya de viuda un amigo de mi marido me ofreció matrimonio. Mi hijo Melquíades me dijo: “Ándele mamá, acepte, don Tiburcio es un buen hombre”. Pero no quise para no ofender la memoria de mi difunto.
Otilia (al oído de Magda): Nada tonto, el muchacho debe de haber pensado: “si no la caso voy a tener que cargar con ella por el resto de sus días”.
Magda (con disimulo): Rebeca siempre me dice que su Melquíades es un hijo muy bueno.
Otilia: Sí, tanto que jamás la visita.
Magda: No hables tan fuerte. Rebeca te va a oír.
Rebeca (alterada): Ya la oí porque, gracias a Dios, aunque ande en los 82 años todavía no estoy sorda ni me pega la tos a cada rato y muevo muy bien mis piernas.
Pilar: Ya lo sabemos. Deje que Magda nos lea lo de los maridos de la Taylor. Eso ha de estar bueno.
III
Magda: La lista ocupa toda una página. Escuchen: “La diosa del cine norteamericano declaró: Me casé en siete ocasiones porque mis principios no me permiten ser infiel”.
Rebeca: ¡Pues qué cínica! Si eso de meterse con un hombre primero y luego con otro y otro más no se llama infidelidad entonces no sé qué será.
Otilia: Se equivoca. Elizabeth habría sido infiel si hubiera andado con todos al mismo tiempo y no fue así. Cuando ya no quería a un hombre se divorciaba de él y ya libre elegía a otro. Muy su gusto ¿no?
Rebeca: ¡Qué bonito! Como quien tira unos zapatos viejos y se compra otros.
Pilar (con la cabeza ladeada): Ya oí el claxon de la terapeuta. No tarda en venir por nosotros. (A Magda) Aunque sea un cachito, siga leyendo lo de los matrimonios de Elizabeth.
Magda: “La mayor adicción de la Taylor fue el amor. Eso la convirtió en una mujer casada a los 18 años. En una entrevista por televisión dijo: Cada vez que me enamoré me casé”.
Guadalupe: ¿Y sus hombres también la habrán querido?
Magda (acercándose más al periódico): Aquí no dice, pero yo creo que sí. Era muy bonita y luego con aquellos ojos color violeta... ¿Se imaginan cuántos hombres habrán vivido enamorados de ella?
Pilar (inclina la cabeza): Entre otros mi hermano Reynaldo. Vio todas sus películas y hasta hizo un álbum con las fotos que salían de ella en los periódicos. Cuando se fue a California le hicimos la broma de que se iba para ver si se encontraba con su artista adorada y no para trabajar. (Suspira.) Mi hermano nunca regresó y hace muchísimo tiempo que dejé de tener noticias suyas. Supongo que habrá muerto. Él también nació en 1932, como su amada Elizabeth Taylor.
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