El problema principal que confrontaba Octavio es que la memoria le estaba fallando mucho, y apenas tenía 45 años.
Un Alhaizmer temprano era lo peor que le podía suceder, "no hay peor cosa que no acordarse de nada, ni de lo que desayunaste hoy por la mañana y menos lo que ocurrió hace un año," reflexionaba Octavio.
La preocupación era, entonces, cómo combatir la pérdida de la memoria, cuando todos saben que "recordar es vivir", se repetía Octavio.
La angustia lo atormentaba de día y de noche, pero más por la noche, ya que se acostaba a reposar y con ganas de dormir, y simplemente no podía conciliar el sueño. "Todo se me olvida, pero lo peor es que ya no me acuerdo de mis viejos amores", pensaba él.
Una noche, como a eso de las tres de la madrugada, le surgió la brillante idea de como combatir la mala memoria y no olvidar a sus mujeres del alma, que fueron muchas.
Había que averiguar dónde existía un sitio que trabajara bien, con todas las medidas de seguridad e higiene, y con gente profesional, mejor si estuvieran certificados por alguna institución de Estados Unidos.
Sus amigos no pudieron ayudarlo por que estaban ajenos al tema de la recuperación de la memoria por esa vía.
Un día cualquiera, Octavio iba caminando distraídamente por Insurgentes, y le llamaron poderosamente la atención un par de chicas punks y un joven de la misma onda, aparte de lucir unos peinados tipo mohicano, con los pelos teñidos de azul marino, tenían perforados los lóbulos de las orejas con enorme hoyos, donde atravesaban unos troncos cilíndricos de madera; también lucían los tres una serie de percings (cejas, orejas, nariz, lengua, cuello); pero lo que más le llamó la atención a Octavio fueron los cuerpos casi completamente tatuados con paisajes y animales, y retratos de personas queridas de ellos.
Esos chicos estaban sentados en el suelo, al frente de una tienda de artículos y ropa para punks y para otras tribus urbanas, así llamadas por la sociología, como los "Emos". Octavio se acercó a ellos con timidez y les interrogó acerca de sus tatuajes, quería saber dónde se los hicieron y si era algo seguro en términos de higiene.
Con la dirección en la mano, corrió de inmediato a la Estación Sonora del Metrobús, lo abordó y enseguida estaba en la Zona Rosa, se apeó en la Estación Glorieta de los Insurgentes, caminó dos cuadras y encontró el sitio indicado. Subió la escalera oscura y mugrosa del edificio, pero no hizo mucho caso a esas minucias del poco aseo y falta de ilumincación. Tocó la puerta de un departamento, que no tenía rótulo alguno indicando el tipo de negocio que era, tardaron en abrirle.
Por fin, la persona que abrió la puerta, le sonrió y le dijo que pasara. El tipo tenía todo el cuerpo y cabeza tatuados, pero ninguna perforación visible.
"¿Qué traes en mente?", lo interrogó el joven tatuado. Octavio, traía una hoja de papel con una lista de nombres. "¿Puedes hacer algo con esto?", preguntó tímidamente Octavio. "Sí", fue toda la respuesta que recibió en el acto.
"Mi idea es que aparezcan todos esos nombres en una especie de Código de Barras, como los que traen los productos en el supermercado, y que pueden ser leídos con un lector especial."
He trabajado varias noches forzando a la memoria para recabar todos esos nombres propios, antes de que se esfumen de mi mente, por eso deseo que sean tatuados en mi brazo derecho y que queden ahí para siempre".
Ok, -dijo el hombre tatuado.
Pero falta un detalle, intervino Octavio, antes de acostarse en una camilla poco pulcra, "quiero que todos esos nombres sean escritos al revés, para que solo puedan ser leídos con un espejo enfrente, ¿es factible eso?
Si, -dijo fastidiado el hombre tatuado.
Y añadió:-este trabajo va a necesitar varios días para que quede terminado.
"Esta bien", dijo resignado Octavio.
Veintidos nombres de mujer integraban la lista completa de Octavio, algunos eran nombres dobles y largos (María de la Concepción, María Guadalupe, Karla Ivonne, etcétera).
Después de diez días de trabajo intenso sobre el brazo de Octavio, quedaron inscritos de modo indeleble los nombres de todas sus novias, amantes, esposas y queridas, perfectamente clasificadas por esas categorías suyas.
A simple vista era un Código de Barras, líneas negras con caracteres extraños, pues los nombres estaban escritos al revés.
Octavio salió de la "clínica" sintiéndose orgulloso de su hazaña.
"La memoria me vale madres que la pierda ahora mismo, traigo un respaldo en mi brazo de toda la información que necesito para vivir en paz".
Desde ese día, Octavio usa camisas de mangas largas, para ocultar su valiosa información a los ojos de los curiosos o curiosas. Sólo él sabe lo que trae entre manos, o, mejor dicho, entre brazos...
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