lunes, 6 de septiembre de 2010

La ciudad fea.

Después de muchos años de ausencia, quiso volver a caminar por las avenidas y calles del centro histórico, para rememorar viejos tiempos, los de la niñez y los de la adolescencia. Guatemala es una ciudad fea, ciertamente.

Parece que esta es una cuestión que hacen las personas mayores, salir a re-conocer sus sitios de antaño y tratar de sentir las mismas emociones. Eso hizo su madre cuando le pidió en México que la llevara de nuevo a la Villa de Guadalupe, al Centro Histórico y a los barrios donde vivió cuando era joven.

Guillermo entró de nueva cuenta al famoso Hotel Panamerican, el de la 9 Calle entre la 6 y 5 Avenida. La idea era almorzar el menú típico de ese restaurante diseñado para turistas gringos. Lo clásico de ahí: Cocido de res, frijolitos volteados, platanitos fritos, las enchiladas (que no tienen chile) y una cerveza Gallo.

Pero el impulso, si bien tiene que ver con la nostalgia que siente Guillermo por ese antiguo Centro Histórico, más que todo tiene relación con María Elena, aquella joven guatemalteca que lo dejó encandilado para siempre por su belleza.

En aquella inolvidable fiesta que hubo en el Hotel Panamerican, en los años sesentas, se celebraba el fin de cursos del Colegio Guatemala, un prestigiado centro de estudios para la clase media. Guillermo era un joven de 20 años recién cumplidos y María Elena lindaba los 24 años.

Ella era la hija del director del Colegio Guatemala, y se encargaba de organizar los festejos de graduación de todas las promociones que egresaban año con año.
Labor que realizaba ella con una gran eficacia. Todos quedaban satisfechos, padres, alumnos y autoridades.

Para estos festejos de las graduaciones de los chicos del colegio, María Elena suele vestirse como indígena quetzalteca, con sus trenzas adornadas con cintas de colores y un clavel rojo en la sien derecha.

Esa noche el grupo de egresados decidió contratar a la mejor marimba de Guatemala, la Marimba Chapinlandia para amenizar la cena y el baile.

Después de la cena, a los primero acordes de la marimba, Guillermo saltó como tigre al centro de la pista y sacó a bailar a María Elena, ella aceptó la invitación, y se dejo que él le pusiera la mejilla junto a la suya. Bailaron muy juntitos varias piezas de marimba. Aunque era evidente que Guillermo era un joven impetuoso, con ganas de ligar con la hija del dueño del colegio, ella no opuso ninguna resistencia y aceptó los requiebros amorosos de aquel chicuelo atrevido.

Ella le confesó a Guillermo que tenía novio y compromiso para casarse, cosa que a Guillermo no le importó saber en lo más mínimo, él siguió adelante: besos en la oreja y en el cuello de la dama.

Guillermo le confesó que estaba enamorado, perdidamente, de ella desde que la conoció en el colegio, hacía 5 años.

Guillermo era joven pero muy desarrollado físicamente y tenía barba pese a su corta edad; parecía mayor.

Las miradas y los cuchicheos de la gente no se hicieron esperar, se escuchaba un murmullo de comentarios y risitas, que suscitaba el atrevimiento de Guillermo. !!¿Cómo se le ocurre enamorarla, si el es un patojo baboso?¡¡ Todos se dieron cuenta de la acción seductora de Guillermo y de la cantidad de besos que le propinó a la chica en plena oreja y cuello, era evidente.

Guillermo le pidió a María Elena una cita para verla al día siguiente y conversar con ella, lejos de las miradas reprobatorias de la gente. Ella aceptó, y fijaron como el lugar del encuentro el mismo restaurante del Hotel Panamerican.

El llegó al día siguiente, bien bañado y peinado, se sentó en el centro del restaurante y pidió una cerveza Gallo, se la bebió pausadamente y la espera se alargó demasiado.

María Elena nuca llegó a la cita de amor. Después supo Guillermo que ese día ella había salido rumbo a Europa a encontrarse con su prometido.

Hoy, cuarenta años después, Guillermo está sentado en la misma mesa, bebiendo una cerveza Gallo y recordando los besos que le dio en la oreja y en la nuca, solo cerró los ojos y reprodujo la escena de la despedida y de las palabras de ella prometiendo volver al día siguiente.

Guillermo salió contento del Hotel Panamerican, camino por las calles del Centro Histórico, entre zanjas abiertas y los edificios deteriorados de la 6 Avenida, nada es como era antes, ni la nostalgia...

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