Entré temprano a mi salón de clases en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México, para leer la prensa nacional, como lo hago siempre desde que tengo memoria, para iniciar mi cátedra con los estudiantes de antropología. Era el lunes 11 de septiembre de 1973, casualmente le hablaba a mis alumnos de la importancia que en Chile hubiera un Presidente de la República, socialista.
Mis alumnos de esa época eran hijas de políticos y funcionarios de alto nivel del gobierno mexicano, una de ellas era María Esther Echeverría Zuno, la hija del presidente en turno. Además, contaba en mi salón con brillantes estudiantes religiosos provenientes de la Compañía de Jesús, eran jesuitas, pues.
Gracias a la presencia en ese salón de María Esther, pudimos enterarnos de la muerte de Salvador Allende, noticia que le trasmitieron a ella sus guardaespaldas, a quienes había echado del salón por estar armados.
Con un nudo en la garganta, pedí a mis alumnos ponernos de pie y guardar un minuto de silencio en honor a Salvador Allende, con caras de asombro ellos hicieron lo que les pedí, sin comprender la magnitud del hecho de ese asesinato, que luego se dijo fue suicidio.
Al terminar la clase, lloré de rabia por los hechos en Chile y por los malos presagios que se advertían en lo inmediato. El General Augusto Pinochet, su militar de todas las confianzas, lo traicionó y le propinó un duro golpe de Estado, que se prolongó largos 17 años de una dictadura criminal.
Dictadura que provocó el mayor éxodo de chilenos por todo el mundo, en calidad de exiliados. México fue un refugio seguro para miles de ellos, la mayoría era la clase intelectual y política que dirigía los destinos de aquel gobierno socialista. La UNAM, El colegio de México, el CIDE, la UAM, Chapingo, entre otras instituciones educativas de nivel superior, se beneficiaron del intelecto chileno.
He sido un hombre de izquierda por tradición familiar, y por eso mismo he padecido de exilios desde temprana edad. Sigo siendo socialista, cuando la mayoría de los camaradas ya se "renovaron" y militan en nuevas fuerzas políticas, más de centro que de izquierda.
Mi admiración por el doctor Salvador Allende era muy antigua, desde que supe que había participado cuatro veces en las elecciones presidenciales de su país, hasta que alcanzó el triunfo, gracias a la Unidad Popular, alianza de todas las variantes de izquierda en Chile, me mostró la tenacidad de las ideas y de los ideales de igualdad y libertad para los pueblos del mundo.
A Salvador Allende, la burguesía chilena y el Gobierno de los Estados Unidos, en contubernio, solamente le permitieron gobernar con su programa socialista, mil días. Eso fue suficiente para sembrar las semillas de un cambio hacia la democracia después de 17 años de represión, cárcel, muerte y exilio para los luchadores sociales.
La vida tiene paradojas interesantes. Yo que hubiera querido participar en el gobierno socialista de Salvador Allende, aprovechando la coyuntura del movimiento del 68 mexicano, que igualmente nos reprimió a los estudiantes de entonces, y envió al exilio a varios dirigentes del Movimiento, yo no fui escogido para salir del país.
Fui a vivir a Chile 18 años después del sacrificio de Salvador Allende. Al ganar la presidencia de la República el democrata cristiano Patricio Alwyn, se dio la oportunidad de estar en Santiago por unos años, sirviendo al gobierno de México, tanto en la recién abierta Embajada Mexicana como en la Agencia Oficial de Noticias.
Estuve varias veces en el palacio de La Moneda, en reuniones oficiales, en el sitio exacto en donde murió Allende, me percaté que Pinochet clausuró la puerta de La Moneda donde Allende cayó herido de muerte, para evitar que el pueblo hiciera un lugar de veneración para ese "comunista marxista".
Visité su tumba en el Cementerio General de Santiago, y emocionado derramé algunas lágrimas por ese gran hombre asesinado por la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Las alamedas abrirán sus brazos para recibir a sus hijos del pueblo, dijo Allende.
Caminé infinitas veces por La Alameda, hermoso paseo citadino.
Y cada 11 de septiembre, marchaba con los cientos de camaradas socialistas, cantando las estrofas de aquellos cantos guerreros que impulsaron los chilenos en plena dictadura militar, el recorrido comprendía una visita y un acto en el Cementerio General y otro en el Palacio de La Moneda.
Compañero Salvador Allende, usted vive en la memoria de los socialistas del mundo, y en este aniversario de su sacrificio personal por Chile, desde Guatemala lo saludo.
!!Hasta la victoria siempre¡¡
¡¡Hasta la victoria siempre, Bolívar!!!
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