Las mujeres japonesas han sido educadas por siglos en una cultura del recato y el decoro.
No se pueden reír estrepitosamente, a carcajadas. Si se ríen se cubren la boca entera con la palma de la mano derecha, y cierran los ojos automáticamente.
Ellas se sientan en la mesa y comen al final, después de los hombres sin importar edades y rangos familiares.
Tiene la obligación de atender con una sonrisa franca a sus peores enemigos, y sentarlos a la mesa y brindarles lo mejor.
Las mujeres japonesas no aceptan que alguien les ayude con la bolsa del súpermercado, porque eso tiene implicaciones de compromiso muy fuerte, hay que pagar ese favor de algún modo.
Por siglos las mujeres japonesas usaron el famoso kimono de algodón o de seda según la ocasión y el clima. Nunca usaron ropa interior.
En el siglo XX, las mujeres japonesas que iban al servicio sanitario, a orinar, se morían de pena y verguenza de que el ruido de su micción se escuchara afuera del recinto del WC.
Para evitar ese bochornoso ruido que produce el chorro de orina sobre el agua del inodoro, ellas muy modositas soltaban varias descargas de agua para encubrir los ruidos del chorro de orina, gastando enormes cantidades de agua por efectos de una verguenza de la expulsión de líquido de su cuerpo.
Los japoneses inventaron de inmediato una grabadora portátil, ahorradora de agua, que tenía incorporada una grabación de descargas de agua del inodoro. La grabación duraba varios minutos y simulaba que alguien adentro del baño estaba descargando el agua cada tres minutos.
Esos artefáctos sonoros existen en muchos servicios sanitarios de las residencias de Japón.
Y, así las japonesas van al baño muy quitadas de la pena, sin gastar tanta agua.
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