viernes, 24 de diciembre de 2010

La Brenda, amarga navidad.

La Brenda me busca insistentemente, por la vía telefónica, el día de hoy. Yo observo el celular y detecto que se trata de ella y me resisto por un largo rato a responderle.

Me imagino cosas que le ocurren a ella en estas fechas: La Brenda tiene un hijo de 25 años que se fue con su padre a Estados Unidos, cuando era un niño. Nunca volvió a México y La Brenda lo perdió definitivamente de su círculo amoroso materno.

Su familia materna es originaria de Sonora y la paterna de Chihuahua, así que La Brenda es norteña por los cuatro costados. Pero está desligada de todos los lazos familiares hace mucho tiempo.

Cuando vivimos juntos en la ciudad de México, yo era "su única familia", y por supuesto, su corte de amigas íntimas que son exactamente seis.

Las navidades solíamos pasarla juntos en alguna playa del Pacífico mexicano, solitos los dos.

Cuando mi familia tuvo la oportunidad de conocer a La Brenda en México, durante una visita fugaz de mis hermanas a verme, se quedaron impresionadas por esa mujer tan espectacular, por varios motivos, que ahora no los comentaré. Pero me llamaron aparte para decirme en voz baja que esa mujer no me convenía, porque tenía la pinta de una "come-hombres".

Obviamente no les hice caso alguno a mis queridas hermanas, quienes siempre velan por mi salud física y emocional, procurándome buena alimentación y apartándome de todas las mujeres que se cruzan por mi camino.

Mi familia, el sector femenino, aborrece a La Brenda. Pese a eso yo seguí viviendo mucho tiempo con ella. Suelo ser terco en materia amorosa, estoy con quien quiero estar y cuando decido que ya no sigo más, ahí mismo paro la cosa.

Dos navidades pasé al lado de La Brenda, siempre observando en ella un cierto grado de depresión por estas fechas decembrinas, por lo que mi sugerencia era largarnos a la playa, a Puerto Escondido, Oaxaca, México, para distraerla de un ambiente deprimente que invade la ciudad de méxico, donde todo el mundo enloquece bajo el efecto de un consumismo exagerado.

La Brenda es una consumidora de primera línea, es única, es fashion, pero no en estas fechas.

Cuando estabamos en la playa, invariablemente era acompañado de alcohol y ricas viandas, porque a ella le encantan los tragos con buena comida, eso sí viendo el mar, con esa mirada perdida que nunca pude descifrar. No había diálogo alguno durante horas en que ella miraba fijamente el horizonte, en tanto yo leía las novelas que llevaba a los viajes. No me preocupaba demasiado por sus largos silencios, estoy acostumbrado a la meditación, al silencio absoluto.

Aunque La Brenda es una tarabilla, es decir una cotorra, una parlanchina irrefrenable, el mar la abstraía tanto hasta el punto de hacerla caer en un estado casi catatónico, muy determinada también por la cantidad de cubas libres que se tomaba a lo largo de todo el día. Pero la depresión no aparecía nunca cuando viajabamos rumbo al mar en avión.

Hoy 24 de diciembre, La Brenda me llamó insistentemente hasta que logró que le respondiera. Y , me dijo: "Negrito lindo, estoy en Puerto Vallarta, Jalisco, con La Renata y La Déborah, pero te extraño mucho, ¿quieres venir? te mando el boleto ahora mismo. Ya tenía esa voz melosa de cuando estaba con tragos encima, varios, por supuesto. Se pone muy sensual, provocadora y demandante. "Vente ya, negrito de mi vida", insistía todo el tiempo.

"Mi vida está vacía sin ti", se obstinaba en repetir.

Pedí hablar con La Renata, y pregunté: ¿qué le pasa a La Brenda? La respuesta es sencilla, dijo La Renata, "no te olvida y se deprime sabiendo que tienes otros planes con otra mujer, eso no lo soporta nadita".

"Dile que la amas todavía, eso la hará feliz necesariamente", agregó La Renata.

Guardé silencio y le pedí que me pasara de nueva cuenta a La Brenda. Ella tomó el teléfono: ¿Sí vienes a verme, mi amor? Le respondí que no. Le oculté que ahora mismo está conmigo en Guatemala Aura Marina, mi futura mujer. Porque de lo contrario prodría provocar un suicidio en Puerto Vallarta, Jalisco, México.

Ya el efecto de los múltiples tragos de alcohol que traía La Brenda, entre pecho y espalda, habían causado estragos en su dicción, y seguramente en su verticalidad también, me la imaginaba tambaleándose con el celular en la mano, y su sonrisa sensual.

Colgué de súbito el teléfono, no soporto a los alcohólicos y sus necedades, aunque se trataba de mi querida Brenda.

Ya no insistió más.

Estoy seguro que habrán de cenar rico y elegantemente, La Brenda y sus amigas del alma, en alguno de los más sofisticados restauranrtes de esa bella ciudad portuaria del Pacífico mexicano.

Espero, en verdad, en que mi querida Brenda se ponga a bailar solita en la pista, con esos movimientos que atraen las miradas de los hombres, que arden de deseos por ella, en lugar de perderse en los extravíos del alcohol. La Brenda suele hacer esto muy seguido: empieza la música, sale sola a la pista, los reflectores están sobre ella, encima de su metro ochenta de estatura, sus enormes pechos y cadera ancha, la melena negra suelta hasta la cintura y sus grandes ojos verdes, toda ella contoneándose como si llevara sobre los hombros una serpiente gigante y ondulada. Nadie le puede quitar la vista de su provocadora actitud, hombres y mujeres por igual, se quedan con la boca abierta admirando ese portento de mujer, exótica y muy mexicana , a la vez.

Aura Marina y yo cenaremos deliciosamente, las viandas que han preparado mis hermanas menores, quienes se lucieron con un menú gourmet, rociado de buenos vinos tintos franceses y una exquisita champaña para celebrar esta próxima unión matrimonial.

Y que La Brenda sea feliz, viendo el mar nocturno, como cuando éramos marido y mujer.

Mañana será otro día, y el mar seguirá ahí con sus intensos tonos azules, para ser mirados por los ojos verdes de mi querida Brenda.

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