domingo, 6 de marzo de 2011

Conciliar maternidad y profesión, un reto.

El estereotipo de “buena madre”, con las cargas físicas y emocionales que implica, así como la falta de condiciones laborales flexibles que permitan empatar las esferas laboral y familiar, a menudo obligan a las mujeres a elegir entre el ejercicio de la maternidad o de su carrera profesional.

“La reducción del número de hijos simultáneamente ha incrementado las exigencias hacia la madre, quien ahora es responsable no sólo de su bienestar físico (alimentarlos, vestirlos, cuidarlos) sino de que sean exitosos en la escuela, síquicamente estables y que tengan el suficiente amor para desarrollarse como seres humanos. Se observa con una lupa a los hijos para calificar a la madre, y eso es mucha presión”, dice Ángeles Sánchez Bringas, profesora en la unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana.

Y es que una de las certezas culturales que existen es que el cuidado de los hijos debe estar a cargo de la mujer, asegura la también investigadora del posgrado en estudios de la mujer de la UAM-X.

Coincide en ello Susana Franklin, terapeuta familiar y directora de un refugio para mujeres maltratadas. “Existe el mito social de que el peso emocional de los niños recae sobre la madre. La verdad es que, sistémicamente, es toda la familia la que contribuye al bienestar de sí misma y de cada uno de sus miembros, por lo que no es responsabilidad de sólo la madre”.

Sylviane Giampino, autora de ¿Son culpables las madres que trabajan?, sostiene en su libro que “las mujeres pagan con su culpabilidad si algo no marcha bien con los hijos. Como con los hijos siempre hay algo que no va bien, pagan a menudo”.

Para María Consuelo Mejía, fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir, este estereotipo “es un argumento que usa la ultraderecha contra la autonomía de las mujeres. Siempre que hay una discusión sobre situaciones sociales o políticas saca a colación que las mujeres no estamos cuidando a los hijos, que salimos a la calle y nos olvidamos de nuestro deber; eso es muy injusto e irreal, porque no sólo queremos salir a trabajar, en la mayoría de los casos estamos obligadas a hacerlo”.

Incluso en las sociedades más remotas, señala Teresita de Barbieri, socióloga del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, la mujer llevaba a su hijo a cuestas durante la recolección de frutos, y garantizaba así su cuidado y alimentación, lo que no sucedió después, durante la etapa de cultivo, cuando a pesar de ser una sociedad más sedentaria, las madres se veían obligadas a separarse de sus hijos.

“A pesar de que ha habido importantes cambios en la naturaleza del propio trabajo, las políticas laborales han cambiado poco y se sigue diseñando el mundo del trabajo y las expectativas sobre los horarios como si siempre (hasta cuando son las propias mujeres las que salen a trabajar) hubiera una esposa en casa” (Revista Debate Feminista, abril de 2005).

El problema, tan antiguo como la humanidad misma, no es privativo de México; sin embargo, otros países han avanzado en la implementación de políticas públicas que permiten la conciliación de ambas esferas.

De acuerdo con el undécimo informe El estado de las mujeres en el mundo 2010, publicado por la fundación Save the Children, Noruega da las mejores condiciones a las mujeres que desean ser madres.

En el monitoreo, que que toma en cuenta variables como salud, educación y estatus económico de madres e hijos, siguen Australia, Islandia, Suecia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Finlandia, Países Bajos, Bélgica y Alemania.

México se encuentra en el lugar 22 del apartado de “países menos desarrollados”, lo que equivaldría al puesto 65 a escala global.

El informe destaca la duración de las licencias por maternidad y paternidad en Noruega. Las mujeres pueden tomar 46 semanas con goce de sueldo íntegro o 56 con 80 por ciento, mientras que los varones pueden disponer de 10 semanas con sueldo completo.

En referencia al marco legislativo que permita conciliar ambas facetas (España aprobó en 1999 la Ley de Conciliación de la Vida Laboral y Familiar, y otros países europeos cuentan con legislaciones similares), en México se cuenta con la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres.

No obstante, la falta de reglamentación de dicha ley “no ha permitido establecer con toda claridad qué significa en términos de una política pública clara esta conciliación familiar y laboral, tanto para la administración pública federal como para la iniciativa privada”, sostiene Elsa Conde, ex legisladora federal y actual directora de Institucionalización de la Perspectiva de Género en el Instituto de la Mujer Oaxaqueña.

Una opción para no renunciar a ninguna de las dos es aplazar la maternidad o mantener un “bajo perfil” en la carrera profesional.

“Una mujer puede mantener al mínimo su carrera, es decir, sin promoverse y negar la posibilidad de ascender en el empleo”, apunta Sánchez Bringas. Sin embargo, el costo es alto.

Leticia Cuevas, vocera de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México, considera que el costo de elegir una vida profesional y renunciar a la maternidad es cargar con el estigma de no ser una mujer completa. Si, en cambio, se elige combinar ambas vidas, el precio a pagar es una carga mayor de trabajo.

“La crianza de los hijos es una responsabilidad social y de Estado. El presupuesto que cada año tiene la Federación es nuestro y tendría que servir para la creación de guarderías, licencias de maternidad y paternidad, escuelas de tiempo completo. Tendrían que dejar de ser programas piloto para convertirse en políticas de Estado”, afirma Conde.

La maternidad “es un fenómeno que permite a la sociedad reproducirse y por el cual ésta y el gobierno tienen que asumir su responsabilidad”, añade Sánchez Bringas.

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