El escritor Ian McEwan y el científico Jorge Wagensberg protagonizaron ayer en Kosmópolis uno de los momentos más divertidos de la jornada, un diálogo titulado Anticipar y crear que se centró en la relación entre la ciencia y la literatura. Ante un auditorio a rebosar, el autor de Solar (Anagrama) citó de entrada la famosa Ecuación de Dirac, que relaciona la mecánica cuántica y la relatividad, grabada en una piedra cerca de la catedral de Winchester.
"Es tan bonita que tiene que ser cierta", sentenció. "Es algo parecido a lo que le pasó a Einstein con la de la relatividad; era tan elegante que tenía que ser cierta", corroboró Wagensberg, que recordó que cuando la formuló Paul Dirac, en 1928, fue aceptada antes de ser confirmada. Lo bello de estas ecuaciones, dijo el escritor, es que "condensan en unos pocos símbolos un masivo poder de explicación".
"¿Por qué escribe novelas largas y no cuentos cortos para explicarse mejor?", terció Wagensberg. El problema del escritor, añadió, es cómo tratar la evidencia científica. "Los escritores, ante la ciencia, somos como niños con la cara pegada al cristal de una ventana intentando descubrir lo que hay dentro", admitió McEwan. Pero los escritores son los dueños de su mundo de ficción y pueden cambiar las leyes de la física si les conviene. En El señor de las moscas, William Golding establece que son los cristales cóncavos y no los convexos los que concentran la luz, y así se lo hizo saber a un lector que le recriminó el supuesto error.
Escritor y científico discreparon sobre si aún es posible hablar de progreso o si vivimos tiempos de "regreso". Para Wagensberg, la ciencia, por naturaleza, solo puede progresar, aunque su herramienta sea el error. McEwan matizó: el escritor se sirve del progreso de su oficio, usando técnicas narrativas innovadoras que dotan al relato de estructuras más complejas y efectivas. Pero en el campo del arte, apuntó, "todos los artistas actuales viven a la sombra de sus predecesores".
Pero en lo que coincidieron totalmente el escritor y el científico fue en su admiración incondicional por Arquímedes, que "ya lo dijo todo antes que nadie". Wagensberg, que está construyendo el Museo Arquímedes de Siracusa, cuna del gran matemático griego, había descubierto sorprendido que McEwan "lo sabe todo sobre Arquímedes".
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