A la política en la novela se llega por muchos caminos. Carlos Pardo (Madrid, 1975) ha preferido el camino de la indignación del lector al del panfleto masticado. "Una buena novela política es una novela que refleja hechos y los pone en conflicto, no la que marca el camino del que lee. Hay una falta de conciencia política en todos los personajes que aparecen en el libro y eso es algo que debería chocar al lector", reconoce el poeta que publica en Periférica su primera novela, Vida de Pablo. La política organiza el relato en la sombra, lo soporta en silencio, pero no es el tema de la narración. El asunto es el amor.
Cumple así con un libro sin historias pero con efectos, y retrata a una generación colgada en el vacío. No hay tramas, solo capas tras capas de mentira, juegos de efectos uno tras otro, para esconder bajo un tono vitalista el adiós a la época de las grandes revoluciones. A modo de falsa biografía, el narrador enseña las relaciones de sus amigos, primero, y su amor, después. Los personajes que se cruzan entre el narrador y Pablo, distraen las tramas, para demostrar que la vida, al final, gana con lo inesperado.
La primera parte del libro se sostiene en un tono vibrante, protagonizado por estas víctimas de la industria del ocio, en la periferia, inventándose para subsistir a sus decepciones, desarraigados y orgullosos de su miseria. "El fracaso de los personajes, con sus trabajos de mierda y su falta de éxito en la vida, es su marginalidad. Son supervivientes de una promesa de la sociedad del bienestar que no se ha cumplido", cuenta Pardo, que ha cuidado mucho de no caer en el rencor ni en la elegía.
El truco final
Como buena novela política sin política, Vida de Pablo es una novela de amor. "La mejor manera de tratar sobre ese amor era escribiendo aparentemente de otra cosa, de Pablo", reconoce el colaborador literario de Público. El autor cambia de tono hasta tres veces, y después de una primera parte regada con la oralidad de las anécdotas sobre sexo, drogas y amistad, llega el amor sin mística y con él, el cierre de un observador que hace crónica del tiempo que pasa y de la juventud que se va.
Por seguir en el engaño, Vida de Pablo es literatura confesional, pero no exactamente autobiográfica: "He recogido la labor de las memorias del siglo XVIII y he hecho una autobiografía en la que casi todos los personajes fueran reales y todos los hechos ficticios. La oposición entre ficción y realidad es uno de nuestros grandes complejos. He querido ser verdaderamente real y utilizar la ficción". Pardo hace que la del narrador sea una confesión sin virtudes, mostrando sus miserias y olvidando lo políticamente correcto. "El pudor es una manera de evitar reconocer que uno es mucho peor de lo que piensa", zanja.
Son unas falsas memorias, en las que lo verdadero y lo falso se confunde. "He pretendido que no sonara literario. Quería escapar de lo que es una novela. Ahora hay muchos escritores que admiro haciendo eso: Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya o Coetzee", cuenta y aclara que la mejor literatura que se está haciendo hoy recupera la frescura y lo antiliterario de la novela anterior al siglo XIX.
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