sábado, 5 de marzo de 2011

El Botox y sus excesos.

Botox, botox, botox. Yo me pongo, tú te pones, él se puso, ella se pondrá... Desde que se alzó con el protagonismo absoluto en el universo de la estética, gracias a su capacidad para disimular las arrugas, la ya mítica toxina botulínica es parte integral de nuestras vidas. Quien no sabe lo que es, no vive en este mundo. Porque, casi seguro, que su madre, su amiga, su prima o su novia han caído en la tentación de inyectarse botox. Y, una vez probado el tratamiento, pocas (y pocos) se resisten a repetir.

El gran problema es que la mayoría se pasa, y mucho. Entonces se convierten en todo menos en seres humanos atractivos: rostros inexpresivos, idénticos, extraños, ausentes... Raros, muy raros. Lo hemos visto recientemente en la ceremonia de entrega de los Oscar. De pronto, sobre la alfombra roja sólo se pasea un personaje: Cruella de Vil.

Intérpretes como Nicole Kidman o el mismísimo Billy Crystal han perdido expresión en el rostro. La propia Nicole ha reconocido que se pasó con las inyecciones de toxina botulínica y que va a tratar de deshacer el error. Mientras tanto, que tenga cuidado. Sus hijas, precisamente por ser niñas, no pueden crecer con una madre inexpresiva. Como explica la neuróloga Louann Brizendine en su libro «El cerebro femenino» (RBA), las niñas (que no los niños) nacen interesadas en la expresión emocional y cuando son pequeñas, no toleran los rostros insulsos.

«Interpretan que si se vuelve hacia ellas una cara desprovista de emoción, es señal de que están haciendo algo malo... Ya se imaginarán el impacto negativo que ejerce en el aprecio por sí mismas, en pleno desarrollo, la cara inexpresiva y plana de una madre deprimida; incluso la de una madre que haya recibido demasiadas inyecciones de bótox», dice.

Al estilo mediterráneo
«En la cultura mediterránea se valora mucho la gesticulación y la expresión facial es fundamental, no sólo desde un punto de vista estético sino también en el desarrollo psicoemocional de los niños», indica el doctor Ricardo Ruiz, Jefe de la Unidad de Dermatología de la Clínica Ruber y director de la Clínica Dermatológica Internacional (www.ricardoruiz.es). «Por eso, en rejuvenecimiento facial la tendencia, hoy, es “menos es más”.

Ante los resultados cada vez más grotescos que se ven en determinados pacientes se tiende a intentar conseguir resultados “discretos”. En Estados Unidos tiene ahora gran aceptación la técnica “mediterránea”, que consigue mejorar el aspecto del paciente conservando los gestos y la naturalidad. Para conseguirlo, se utiliza toxina botulínica con menos dosis y más puntos de inyección, combinado con ácido hialurónico localizado en planos profundos para recuperar el volumen perdido con la edad. Esta visión 3-D del rejuvenecimiento tiene como consecuencia resultados más elegantes».

La toxina botulínica es un relajante muscular que actualmente se utiliza en estética no para eliminar arrugas, sino para «refrescar» la expresión, manteniendo los gestos del paciente. «Y para lograr esa naturalidad tan deseada, lo que hacemos es tratar la cara de forma global, no por zonas. Usar menos dosis de las recomendadas en los libros, pero con más puntos de inyección; conseguir el efecto lifting relajando los músculos depresores de la cara y sin pretender conseguir resultados espectaculares en la primera sesión», continúa el doctor Ruiz.

«Por otro lado, el ácido hialurónico se ha convertido en la sustancia de relleno estrella, tanto por su naturalidad como por su seguridad. Hace pocos años se utilizaba para “rellenar” arrugas. Hoy se inyecta de una manera más profunda para dar volumen a una zona que lo ha perdido (alrededor de los ojos, de la boca...). Este efecto “volumen” denominado bioplastia ha revolucionado el uso de los rellenos, consiguiendo resultados naturales sin efectos secundarios».

Sobran las palabras, aunque no las recomendaciones: nada de caras sin expresión. Ya lo dijo Jean Paul Richter: «Un rostro sin arrugas es un pliego de papel en el que no hay nada escrito».

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