viernes, 11 de marzo de 2011

El espejo cruel con la Reina.

La Reina, como muchas mujeres de la comarca, se preocupaba demasiado por su imagen, principalmente vigilaba con minuciosidad que no aparecieran signos de vejez en su cuerpo y rostro. Porque eso no lo podría soportar, ya que había dicho a sus parientes más cercanos que no quería vivir más allá de los 50 años; porque después del medio siglo todos se arrugan y se afean.

Las mujeres viejas se convierten en brujas, solía decir la Reina. Y yo no quiero ser bruja, con el cabello blanco y el rostro ajado. Mejor me mato.

Esta obsesión por mantener la eterna juventud, provocaba que la Reina se levantara muy de madrugada y se colocara ante el espejo para verificar que el tiempo no había pasado por ella.

Como era madre de varios hijos, todos ellos bellos y hermosos, ella competía a ver quien era más bella, ella o sus hijas.

Sus visitas al espejo eran frecuentes a lo largo del día, a veces lo hacía con disimulo otras abiertamente. Nunca interrogó al espejo acerca de quién era la más bella de la comarca; ella estaba segura de que era ella.

La Reina tenía una rutina de cuidados para mantener su belleza extraordinaria. Las doncellas, que eran cerca de una docena, la asistían en sus cotidianos baños en leche de burra, le aplicaban las mascarillas faciales, le daban los masajes corporales, le cortaban las uñas de los pies y manos, con regularidad. El día entero era para cuidar su cutis y cuerpo.

Y cada cierto tiempo, no más de tres horas, la Reina se iba a colocar frente al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación, y desnuda se observaba complacida. Todo en orden.

Cuando celebró sus primeros 52 años, observó lo que tanto temió toda su vida: la vejez.

La Reina descubre, con gran angustia, que sus senos se habían desplomado, que la flaccidez de sus músculos era evidente y que las estrías en las nalgas y piernas, eran una especie de caminos y carreteras sobre su blanca piel. Nunca hizo ejercicio físico alguno, todo se lo servían en su mano tendida, bastaba un par de palmadas para que la servidumbre entera se pusiera a sus órdenes.

El cabello negro en sus raíces dejaba ver las canas incipientes.

Se miraba detenidamente frente al espejo, y observaba como su frente tenía ya algunos surcos horizonatales, que ella había ignorado hace algún tiempo, pensaba que era por tantas noticias desagradables que le llevaban a diario. Eran arrugas de preocupacion, pues.

El día que dio un grito de espanto fue cuando descubrió ante el espejo, que su largo cuello era un manojo de pellejos colgantes. Que la Reina había disimulado con grandes collares de perlas o con vestidos de cuello alto.

Encima de todo empezó a sufrir de intensos e inexplicables bochornos, que le provocaban estupor e incomodidad. Sentía que grandes oleadas de calor le recorrían todo el cuerpo y le perlaban la frente de sudor, gotas grandes.

las jaquecas se convirtieron en sus acompañantes, al igual que su creciente mal humor.

Sexo hacía muchos años que no lo practicaba desde que murió el Rey en combate. Sentía ganas pero no había con quien hacerlo que fuera de su completo agrado. Fue célibe a la fuerza.

Las visitas ante el espejo se fueron haciendo más espaciadas, una 6 veces al día nada más, cuanto antes eran unas 40 veces.

Cuando anunció a toda la comarca su cumpleaños 53, la Reina planeó algo grandioso y espectacular.

Invitó a unos 400 miembros de la realeza europea a una cena de honor.

En esa fecha, la Reina se presentó ante sus invitados de honor, vestida elegantemente y muy enjoyada. El vestido era de manga larga, cuello alto, y además se puso guantes en sus manos. Y para cubrir su rostro usó un antifaz que le trajeron de Venecia, bellamente decorado. No era Carnaval, pero lo parecía por las fachas de la Reina.

Del cuerpo y del rostro de la Reina nadie pudo ver nada, era un montón de trapos finos y joyas enormes en su cuello y orejas. Esa noche, los bochornos aquellos no la dejaron en paz ni un minuto, sudaba copiosamente, como si estuviera en un baño sauna portatil.

Ella casi no cenó nada, le dolía una muela, pero sonreía todo el tiempo, claro era una risa fingida, una mueca en su cara solamente.

Todos los invitados se retiraron contentos y agradecidos con las atenciones recibidas por la bella y elegante Reina.

La Reina, orgullosa y decidida, se retiró a sus habitaciones.

Antes de acostarse, tomó entre sus manos un pesado candelero de plata, y lo estrelló en el enorme espejo de cuerpo entero. !!Maldito¡¡, le dijo llena de rabia.

Tomó un fragmento del espejo, en forma de cuchillo, y con él se cortó las venas de su mano izquierda. Bañada en sangre fue encontrada a la mañana siguiente por sus sirvientas fieles, fue una escena espantosa para todas ellas.

Lo que se dice es que la Reina, muerta ensangrentada, conservó el antifaz puesto en su antiguo bello rostro angelical.

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