La mirada violeta
Cayetana Guillén-Cuervo
De la que nos hemos librado. Por nacer más tarde o en otro lugar. Con tetas, eso sí, pero lejos de la guerra, de la miseria, de la intolerancia y del terror. Porque hay algo en la mirada de las abuelas que no se puede comparar con nada. El pasado. Quizá por eso se les ponen los ojos violeta. Para no recordar. Porque mirar atrás es sumergirse entre las sombras, es tiritar de miedo y de impotencia, es pasar frío y hambre, y más rabia de la habitual.
Mirar atrás es no escuchar al que te habla, porque estás enredado en otras cosas. Es quedarse colgado en aquél día en que mataron a tu padre delante de tus narices, es ver de nuevo a tu madre llorar de agotamiento para intentar sobrevivir, es hacer cola para comprar un kilo de arroz y una barra de pan, es soportar la humillación de que te encierren por unos ideales, de tener que pedir permiso por escrito para viajar, para sacar dinero de una cuenta o para hablar en voz alta.
Ahora nosotras caminamos libres, intentamos conquistar el equilibrio entre dedicar la vida entera a ordenar armarios y no aparecer por casa, entre la anulación por falta de estímulos o la anulación por exceso de ellos, entre la omnipresencia o la ausencia en el hogar, pero decimos lo que pensamos, lo que queremos, lo que necesitamos en cada momento, gracias a todas las que lucharon por llenar de color aquella paleta en blanco y negro.
Quizá olviden ellas, si es que pueden, para intentar seguir viviendo, pero que nosotras olvidemos me parece una falta de respeto. Porque en cada arruga de su piel vive una España dividida, una guerra civil entre hermanos, una larga posguerra entre la dictadura, la pobreza, y el dolor de un país lleno de culpa y ansiedad. De la que nos hemos librado. Por nacer más tarde o en otro lugar.
Por el legado que nos define diferentes y con la responsabilidad de luchar por la permanencia de todo lo conquistado. Contra nadie, pero sí a favor de lo que hay. Por eso es importante apoyarnos entre nosotras, escucharnos, detener la rueda que nos arrastra prácticamente sordas y ciegas y regalar tiempo a quien lo necesita. Y empatía.
Porque el insomnio es parecido, y las contradicciones, y la angustia por llegar a todo, y la impotencia por no poder estar en dos o tres sitios a la vez, y las ganas de mejorar las cosas, y el desconcierto que produce el paso del tiempo, y la nostalgia de una época en la que no tenías que dar explicaciones, ni mirar la hora, ni llevar el teléfono encima, en la que te podías permitir, incluso, desaparecer. Ese tiempo pasó.
las gY pesa otro en el que la mayoría de nuestra vida camina entre responsabilidades, obligaciones, problemas y pequeños sueños sin cumplir, días que transcurren sin un solo minuto para nosotras mismas y con el mínimo reconocimiento por parte de nadie. Pero ahí estamos. Y mejor estaremos si nos ayudamos unas a otras, porque eso nos permitirá conquistar ese equilibrio que tanto necesitamos.
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