miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Generación de los NI NI NI.

En casi todo el mundo desarrollado se ha dado el fenómeno de los jóvenes que forman ya la numerosa generación de los NI NI NI. Ni trabajan, ni estudian, ni se van.

Sin embargo, paradójicamente, es un grupo social que consume de todo como sí tuvieran ingresos económicos propios.

Estos son algunos ejemplo de lo que ocurre en Chile con sus jóvenes NI NI NI.
Cada mañana, tras tomar desayuno, y antes de salir a su trabajo como procurador en el estudio jurídico de su padre, Fernando Anaís -veintinco años, soltero, eterno estudiante de derecho por las noches- enciende su computadora, se conecta a la web y revisa las marejadas de la costa de Chile central.

Si el mar está agitado y las olas son grandes, se viste de traje y corbata, se despide de su madre, con quien vive, le da comida al perro -la única responsabilidad que tiene asignada en la casa- y se toma el metro a la oficina de abogados.

Pero si el mar está tranquilo, llama a su padre, le pide permiso para faltar al trabajo - "Es un consentido", dice- empaca su traje de goma, aletas y arpón, enciende su auto, y viaja a sumergirse y cazar en el mar. Si tiene suerte, regresa con algún lenguado o un rollizo.

Bucear es su religión. Y ésta es su filosofía de vida:

-Yo soy un agradecido de la vida, me río solo en la calle. Mi familia me encanta, a mi novia la amo. No trabajo para mantenerme, sino que literalmente porque me gusta, y a mi papá le da lo mismo que trabaje o no. Estoy relajadísimo, disfrutando todo lo que tengo.

Fernando Anaís vive en una pensión de cinco estrellas: tiene casa, comida, piscina, auto y servicio doméstico gratis; salvo los domingos, todos los días le hacen la cama. La plata que gana trabajando con sus papá tres veces a la semana y tramitando juicios de cobranzas en una empresa de factoring, el resto del tiempo, lo gasta en artículos de buceo, o en trajes para la oficina. Trajes caros. No tiene planes de independizarse. No necesita independizarse. Vive sobre el cómodo colchón que le construyeron sus padres.

-Mi mamá se muere si me voy a vivir solo. Yo tampoco me iría, tengo todo lo que quiero aquí, nadie me molesta y hago lo que quiero. Si quiero hacer una reunión o un asado, no le pregunto a mi mamá, le digo: "oye, mamá, vienen unos amigos".

Él no es un bicho raro.

Cada vez son más comunes los jóvenes que aunque trabajan y ganan plata, siguen viviendo con sus padres. Se les conoce como la generación canguro, porque aún están en la bolsa marsupial de la casa, criados bajo un manto sobreprotector que les brindan padres culposos, que quieren evitarles a toda costa los dolores naturales del crecimiento. Padres que a su vez fueron criados por una generación autoritaria: en una caricatura serían esos que amenazan con un par de años en la Escuela Militar al hijo rebelde. Ese padre amenazado ahora le compensa con cosas materiales la falta de tiempo dedicado.

Si antes la adolescencia terminaba entre los 18 y 20 años, el sicólogo Giorgio Agostini, quien ha estudiado el fenómeno, calcula que hoy es a los 30 en el caso de la mujer y 35 en el caso de los hombres. Y el mundo tendrá que adaptarse. Los responsables de esta realidad, a su juicio, son los padres.

"Pasamos de una pedagogía basada en el castigo al otro extremo. Muchos no supieron cómo ser papás, porque el modelo autoritario que vivieron no les servía, perdieron la autoridad y quieren darles a sus hijos todas las comodidades que ellos no tuvieron", dice el sicólogo.

Magdalena Szederkenyi, 24 años- una joven atractiva, soltera, paisajista que trabaja en forma independiente- dirá que con lo que gana podría perfectamente independizarse.

Pero para qué. Para qué vivir en un cuartucho, gastar en arriendo, gastos comunes, la cuenta del gas y la electricidad y comer pan con mortadela sentada en el suelo, si puede vivir en una linda casa en Las Condes y ahorrarse lo que gana para gastarlo en cosas más placenteras como las hamburguesas, los viajes y la ropa.

-Me compro ropa, no porque la necesite sino porque me gusta, porque la encontré bonita y porque creo que algún día me la voy a poner y me va a quedar bien. Me gusta darme ese lujo, es plata que me la he ganado yo con mi esfuerzo y, por otro lado, sé que más adelante voy a tener que pagar arriendo, gastos comunes. Más adelante, quizás tenga familia e hijos y esas van a ser mis prioridades. Por eso estoy feliz viviendo con mis papás.

Si la moral de sus padres fue vivir para trabajar, la de ellos es trabajar poco para vivir mejor. Según un estudio sobre jóvenes y trabajo, sobran oportunidades laborales para los jóvenes menores de treinta, pero éstos no las toman. Cuando tienen la vida asegurada, para qué someterse a un jefe.

Pilar Echeverría, 24 años, soltera, se fuma un cigarrillo en la terraza del patio de comidas del Alto Las Condes. Es bonita, rubia, de pelo largo. Hace un par de años egresó de la universidad como diseñadora gráfica y ya tiene su propia empresa: Be. Diseño Gráfico.

Su padre siempre trabajó como empleado y su madre lo esperaba para servirle la comida.

-Eso no, no me gusta, dice.

Cuando una amiga le ofreció la oportunidad de asociarse dijo:

"Es el minuto, tengo ganas, no tenemos nada que perder. No tenemos familia, estamos viviendo con los papas, démosle ahora. Y si funciona, funciona y si no, chao no más . Yo quiero ser independiente, yo no quiero depender del sueldo de mi marido, ni tampoco quiero ser una mamá ausente, ni quedarme todo el día en la casa".

Pilar Echeverría alcanzó a trabajar unos meses con un jefe, primero en una agencia de diseño y luego en otra de publicidad, pero no fue una experiencia que le agradara.

-Finalmente haces lo que un jefe o un cliente quiere que hagas. Y eso no me gusta, dice

¿Frustraciones? Esa palabra no existe entre los menores de treinta años. Y Pilar, mientras espera el éxito, comparte habitación con una hermana y desde que su mamá murió, una vez a la semana se encarga de cocinarles a su papá y hermanos.

APODERADOS PARA SIEMPRE

Si antes a las universidades tradicionales se accedía con un buen puntaje, hoy a muchas de las privadas se entra sólo pagando. Entonces, algunos las tratan como un servicio. Cualquier problema, un desperfecto en la calefacción de las salas, una ironía hiriente de un profesor, una nota considerada injusta, y aparecen padres por los pasillos del lugar. Parecen niños de kinder.

En la Universidad Adolfo Ibáñez tuvieron que crear un cargo especial para lidiar con las "inquietudes" de los padres. En la Finis Terrae, en tanto, tienen la política de prohibición de entregar las notas, si es que éstos las piden; y llegan a pedirlas. Otras universidades como la del Desarrollo son más amigables con los que pagan las cuentas e invitan a los padres a jornadas especiales para que conozcan las instalaciones y los profesores que enseñarán a sus hijos, antes de que entren.

Con todos los incentivos económicos que tienen en la casa de los padres -costo cero en vivir- tampoco hay apuro por salir de la universidad. Muchos incluso duplican el tiempo de estudio de una carrera, como Fernando Anaís que lleva 8 años en la escuela de derecho y aún le queda un resto. Y cuando finalmente egresan viene el viaje al exterior. Casarse y tener hijos es algo lejano aún.

La prioridad número uno de Magdalena Szederkenyi es un viaje para el que lleva tiempo ahorrando. Aún no tiene claro dónde, si a Europa o Asia, si va sola o acompañada, pero sí quiere quedarse mucho tiempo.

-Me gustaría aprender observando las distintas modas.

Quiere casarse y tener varios hijos, pero eso vendrá mucho después, cuando tenga estabilidad económica.

-Yo creo que no hay edad para casarse, lo haré cuando me sienta preparada. Pero tampoco quiero estar casada tan vieja, Me gustaría como máximo a los 28, pero tampoco me lo quiero poner como un plazo. Y tener hartos hijos, unos cuatro; como yo veo mi horario y puedo distribuir mis cosas. Quiero dedicarles tiempo a mis hijos y no quiero tener un postnatal de 3 meses, quiero que sea de un año mínimo.

Pilar Echeverría, la diseñadora gráfica, tampoco piensa casarse hasta que tenga, al menos, el tema económico resuelto.

-Yo no voy a formar una familia si no tengo plata. Mis papás me dieron un nivel de vida bueno y quiero que mis hijos tengan lo mismo. No quiero estar estresada porque no puedo meter a mis hijos en un colegio bueno.

Hasta hace un tiempo, el sueño de Fernando Anaís era radicarse en la playa, bucear mucho y trabajar poco como abogado de algún balneario. Pero dice que ahora le está picando el bichito de la plata y que eso lo tiene tentado a cambiar sus planes.

No sé si usted conoce a alguien así, porque yo me he topado en la vida con cientos de ellos. Los distingo a la distancia a los NI NI NI. Todos son iguales, nada estresados, con plata en la bolsa y dispuestos a gozar la vida de inmediato.

Esto es la pura posmodernidad, con esos eternos adolescentes que no quieren crecer.

1 comentario:

  1. La diferencia la marcan los latinos en este sentido. En Canadá donde mis hijos estudiaron, las cosas son muy diferentes. A los 16 años los papas les dicen adiós. Estudian y trabajan, no viven con los padres en su mayoría.
    Los padres no tienen el derecho de saber como van en la universidad a menos que el hijo les de una autorización para ver sus calificaciones.
    Lo que se ve en estos países es un cordón umbilical gigantesco. Llegan al extremo que ya casados siguen llegando a casa de los padres a comer y a que les laven la ropa. No saben hacer nada, ni siquiera freír un huevo.
    El tener servidumbre en estos países es otra cosa que ha arruinado a los adolescentes que se vuelven servidos e incapaces.
    Siento que llega a ser pernicioso. Mis hijos han vivido solos desde muy
    jóvenes, ellos no aguantarían estar mas de cierto tiempo con nosotros y para
    nosotros sería difícil.

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