Los ecos distantes de la muerte del expresidente argentino Néstor Kirchner, se empiezan a dejar de escuchar. Ahora es el turno de las reflexiones serenas y pausadas como las que hace la periodista Laura Di Marco al respecto de Cristina, la viuda.
Una señora setentona y muy, pero muy, antiperonista -de esas que los K no dudarían en llamar "gorila"-, me dijo esta semana, sobre el funeral de Kirchner y la sorpresiva viudez de Cristina: "Confieso que lloré cuando la ví acariciando todo el tiempo el cajón, a la altura de la cabeza; yo hacía lo mismo en el velatorio de mi marido, lo acariciaba para que tuviera la cabeza calentita. Yo misma me sorprendí de sentir así. Será que el dolor habla un mismo idioma".
En los últimos días, escuché decenas de comentarios similares, de una súbita e inexplicable cercanía -inexplicable, al menos, desde la razón-, en boca de mujeres de clase media que no sólo no simpatizaron nunca con su estilo, sino que lo resistieron sin disimulo. Las mismas que, mucho más que los varones, le dedicaron a Cristina las frases más filosas, tanto a ella, como a su gobierno.
¿Qué las distanciaba tanto de la Presidenta?
Entre otras cosas, su impostación, su enojo perpetuo y muchas veces inútil, o, en su versión más pacífica, esa veta irritante de maestra ciruela adoctrinándonos, desde la pantalla, sobre cómo hay que vivir y pensar.
Y, sin embargo, algo profundo parece haber tocado el inconsciente femenino, a partir de la muerte de Kirchner. Una sensible vuelta de tuerca sucedió en ese "no me dejes" de Cristina hacia su compañero de vida, en los minutos finales de su agonía, en la sala shock de un lejano Calafate.
O, en esa tocante frase por cadena nacional: "Una parte mía quedó enterrada con él, allá en Río Gallegos". Y también en aquella postal inolvidable, de una Cristina de luto, tapada con lentes oscuros y parada dolorosamente, sola pero firme, al lado del ataúd de quien fue su marido y jefe político durante 35 años. Con el alma, a todas luces, quebrada, pero tratando parecer fuerte. Como lo hacen las damas dignas.
Quizá por primera vez la vimos -o, mejor, la sentimos- real. Vulnerable. Persona, y no personaje. Quizá, por primera vez, Cristina nos generó identificación.
Porque, ¿quién de nosotras, las mujeres, no le pidió alguna vez a un hombre -a su hombre-: "No me dejes", sino en una agonía, en un final doloroso o no inesperado? ¿Quién de nosotras, las mujeres, no ha dicho alguna vez, "una parte mía se fue con él"? ¿Quién de nosotras, las mujeres de clase media, no ha tenido que salir a remar la vida sola, después de algún vendaval o alguna ruptura conyugal, enfrentando desafíos vitales, porque no quedaba otra más que seguir adelante, aunque no fuera por un país, sí por los hijos o la familia?
Las mujeres de clase media que trabajan (mos), que habitan en las ciudades, y que en un alto porcentaje, mantienen un hogar monoparental, entienden muy bien de qué se trata eso de arreglárselas sola.
Y aquí excluyo deliberadamente a las mujeres de sectores populares porque su relación con la Presidenta siempre fue de otro calibre, transitó por otros espacios. Ellas siempre se relacionaron con Cristina de un modo más estrecho, probablemente mediado por la histórica cultura peronista. En una palabra: es claro que, en esas franjas sociales sucede, definitivamente, otro fenómeno.
Recuerdo muy bien cuando, en 2008, mientras reaizaba la investigación para un libro sobre liderazgo femenino en la Argentina ( Las Jefas ), inspirado en un clima de época dominado por la presencia de una mujer al frente del país político, muchas de sus protagonistas -altas ejecutivas, doce jefas poderosas, todas ellas- me pedían, en la intimidad, que no incluyera a la "señora". Para ser totalmente exacta: más que un pedido, era una condición que muchas -no todas, pero sí una gran parte- imponían para participar del proyecto que, en rigor, nunca había estado pensado para contar la historia de dirigentes políticas.
¿Me harían el mismo pedido hoy?
Y otra cosa: ¿podrá durar este flamante vínculo, esta nueva sensibilidad -y la política es, en alto grado, emoción y alimento sensible- y traducirse en apoyo político concreto?
Esta semana, charlando sobre este asunto con el sociólogo e historiador Marcos Novaro, me dijo: "Es totalmente cierto: hay otra sensibilidad hacia Cristina que la puede favorecer, aunque esa cercanía de las mujeres de clase media, que antes la resistían, no va a durar eternamente. Es probable que esa resistencia, tan fuerte, no vuelva a producirse, así con esa virulencia del pasado, pero si ella quiere realmente ensanchar la base kirchnerista fiel del 30 por ciento, esa que Kirchner había logrado recuperar después de la derrota de 2009, debe empezar por reconquistar a los sectores perdidos en 2007, y luego, con más intensidad, diluidos durante la crisis con el campo. Difícil, sin embargo, que lo logre, si reduce sus apoyos a la franja de los jóvenes, Hebe de Bonafini o los piqueteros super K, como Depetri".
Hombre al fin, Novaro concluyó su análisis con toda la contundencia de su hemisferio izquierdo, el de la lógica política pura y dura: "En definitiva, para capitalizar este momento de cercanía emocional, lo que esta señora debe demostrar es que puede gobernar".
Muy posiblemente, en el largo plazo, Novaro tenga razón.
Pero mientras tanto, en el aquí y ahora, Cristina, su viudez y el inconsciente colectivo femenino han confluido en un pacto sensible.
¿Alianza coyuntural, mediada por la tragedia? Es probable. ¿Simpatía frágil, poco consistente? Quizá, pero no por eso deja de ser novedosa, única, y, sobre todo, sorprendente.
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