Ni alegría ni indignación. Como si los chilenos vivieran aún bajo el terror que provocó el terremoto del 27 de febrero de 2010, al barrer con miles de casas, sueños y 525 vidas, nada nuevo indica en las calles que desde hace un año un presidente de derecha gobierna el país. Un privilegio que desde hace 50 años el voto democrático les había negado.
Las 1.415 réplicas que han remecido la tierra en este año, no han dado tregua . La reconstrucción de la vida sin miedo ha copado la agenda. A pesar de la lenta entrega de casas y de los miles que aún viven en campamentos, no hubo estallido social. Y en La Moneda, el piso no se movió.
Una sorpresa.
Porque desaciertos hubo . Errores también. Como el Transantiago, el sistema de transporte de la capital inaugurado por Michelle Bachelet y que provocó una ola de protesta. Transcurrido un año, Piñera debió sacar al ministro a cargo, pero todo sigue funcionando a medias y con un metro cada día más saturado . Un problema que acrecienta el malestar ciudadano. Las señales de que ese enojo sube son muchas. No surgen de las extravagancias de Piñera con su helicóptero, aterrizando a campo abierto y violando normas.
El descontento tiene este marzo un rostro distinto: el miedo al empobrecimiento . Piñera lo sabe. Por eso ayer envió un proyecto de ley para paliar el alza desbocada de los combustibles , que amenaza a los hogares ya colapsados por los gastos del inicio de clases, pago de impuestos y patentes.
Las críticas desde sus filas y la oposición fueron inmediatas. Y ello, porque al mismo tiempo cerró la puerta a la rebaja al Impuesto a los Combustibles.
Si hasta hace poco Piñera respiraba al exhibir un crecimiento de 5,2% en su economía, la crisis del petróleo trastoca sus planes y lo obliga a enfrentar con medidas sociales el terror a un nuevo invierno incierto. Ya no puede girar a cuenta del exitoso rescate de los 33 mineros atrapados bajo 700 metros. Su popularidad está en 42%.
El límite . Tampoco confía en que la oposición seguirá sin encontrar rumbo, discurso ni rostros para salir de una derrota histórica.
Habiendo saldado la deuda de vender sus empresas –el 26% de LAN (en US$1.500 millones), el canal de TV Chilevisión a Time Warner (US$ 150 millones) y su parte en el club de fútbol Colo Colo– esta vez apostó al 2011 como su año decisivo: incorporó a los principales candidatos presidenciales de su sector a su equipo de gobierno. Una osada reingeniería.
La jugada fue también provocada por un gran error: nombró a un demócrata cristiano –Jaime Ravinet– ministro de Defensa, iniciando la ansiada mordida a la Concertación. Y lo que abrió fue un flanco a la falta de transparencia en el uso de US$ 1.000 millones que reciben las Fuerzas Armadas al año por la venta del cobre. Prácticas de corrupción.
A Ravinet lo reemplazó por Andrés Allamand, fundador del sector liberal de la derecha, uno de sus críticos y que apenas llegó inició su carrera a La Moneda: despidió a todos los militares de los servicios secretos de Pinochet enquistados aun en esa cartera.
En Trabajo puso a Evelyn Matthei, la otra estrella liberal. La seguridad laboral, la promesa no cumplida luego del rescate de los 33 mineros, la hará competir con el otro candidato del gabinete: Laurence Golborne, el héroe del rescate y el ministro mejor evaluado .
En la trastienda, la mesa de dinero se mueve. Las mineras incrementan sus ganancias como nunca antes al igual que los bancos. Una actividad febril que los ciudadanos miran con temor.
Es allí donde Piñera medirá su apuesta. Y su sucesión. Por ahora, con el control remoto, él mide día a día la disputa presidencial en el corazón de La Moneda.
Con un año en el poder, el eximio jugador de la mesa de dinero debe haber sonreído con su baja de 51 lugares entre los más ricos del planeta (US$2.400 millones de patrimonio) según la revista Forbes. Su atención fue directo al otro ranking: los más poderosos del mundo. Y allí Piñera escaló al puesto 51, sólo superado en el continente por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
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