lunes, 7 de marzo de 2011

¿Dan felicidad los hijos?

Por Sebastián Campanario

Un visionario, el Pato Donald. Tres sobrinos para divertirse un rato -Huey, Dewey y Loui-, pero ninguna de las complicaciones de ser padre. 70 años más tarde del inicio de las aventuras del personaje de Disney, los estudios de economía de la felicidad llegaron a una conclusión perturbadora, abrumadoramente consistente desde el punto de vista estadístico y respaldatoria de la decisión de Donald: los hijos no aumentan, en términos agregados, la felicidad y el bienestar emocional de sus padres. O al menos no lo hacen en la magnitud que el mandato social suele proclamar.

Tal vez la más famosa de las investigaciones al respecto sea la del premio Nobel Daniel Kahneman, padre de la economía del comportamiento. En 2004, Kahneman estudió en profundidad la vida de casi mil mujeres de clase media de Texas, y halló que cuidar y pasar tiempo con sus hijos rankeaba en el lugar 16 entre 19 opciones posibles, por detrás de preparar la comida, mirar la tele o hablar por teléfono. El inglés Andrew

Oswald, uno de los más famosos economistas de la felicidad -una rama que nació a principios de los 70 y cuya conclusión más conocida es que el dinero influye menos sobre el bienestar emocional de lo que se pensaba- está de acuerdo con su colega Kahneman, y agrega que los hijos tienen "rendimientos decrecientes" (la felicidad que genera el segundo es menor que la del primero, y así sucesivamente). En promedio, el impacto negativo es mayor en madres o padres solteros y es más intenso en la etapa en que los chicos son bebés.

¿Qué sucede en la Argentina? El economista de la Universidad Nacional de La Plata Martín Tetaz midió el efecto de los hijos en una encuesta de 1.100 casos. "Si separamos la muestra según el sexo del entrevistado, vemos que a los hombres no les aporta más felicidad ser padres; e incluso si tienen un solo hijo, son menos felices que si no tienen. En cambio, a las mujeres en promedio sólo les resulta más redituable en términos de felicidad tener dos, tres o más hijos", explica el economista argentino.

La conclusión no está libre de polémicas. "Nunca conocí a nadie que no me discuta cuando se plantea este resultado", dice Daniel Gilbert, de Harvard y una de las estrellas académicas de este campo.

Una de las principales dificultades radica en cómo se define y cómo se mide la felicidad. Si se la considera como una sumatoria de momentos placenteros, probablemente la cuenta de los hijo dé negativo.

Pero si la felicidad se asocia al llevar "una vida productiva y llena de sentido", el concepto que defendían los filósofos de la antigua Grecia y que también postulan psicólogos positivos como Martin Seligman o como Mihalyi Csikszentmihalyi, el autor del mega best seller "Fluir" (Flow), entonces tener hijos parece ser un "maximizador de felicidad" más eficiente que no tenerlos. Si el Pato Donald los leyera, podría ir pensando en sentar cabeza y en formar una familia, de una vez por todas.

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