Manuel Pérez Rocha /II
El creciente desempleo de profesionistas, técnicos y científicos demuestra que, para el común de los mortales, el valor de cambio de sus conocimientos se desvanece. Este desempleo, informó recientemente la Secretaría de Educación Pública, afecta a cientos de miles de egresados, no solamente de las carreras de derecho o administración de empresas, también están sin trabajo decenas de miles de egresados de computación e informática, ingeniería mecánica industrial, eléctrica y electrónica. Este problema no se resolverá con llamados a la buena voluntad de los empleadores y capitalistas; es un fenómeno estructural del capitalismo contemporáneo.
La constatación de la pérdida de este valor de cambio de los conocimientos es uno de los factores que explican las enormes cifras de estudiantes que abandonan la escuela o la universidad antes de concluir sus estudios. Y esto es así porque en ellos domina la idea de que la escuela sirve solamente para conseguir un empleo y ganar dinero; si la experiencia les demuestra que no sirve para eso, mejor buscan por otro lado.
Esta idea de verdad es dominante. En la encuesta realizada por el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ) en 2005, solamente 24 jóvenes de cada 100 afirmaron que la educación sirve para adquirir conocimientos; por abrumadora mayoría respondieron que la educación sirve para obtener un buen trabajo y ganar dinero. El propio IMJ apunta que “la mayoría de los jóvenes relaciona una buena educación con un mejor nivel socioeconómico, dejando de lado la formación integral y las repercusiones que puede tener en el bienestar”, y concluye que “es necesario lograr que los jóvenes revaloren la escuela y tengan en mente que el tiempo y los recursos que invierten en ella no sólo se verán reflejados en mejores condiciones económicas, sino también en mayor cohesión social y desarrollo humano”.
En estas circunstancias, el abandono de la escuela y la universidad seguirá siendo un fenómeno amplio y creciente. Podrá mitigarse con sobornos para continuar en la escuela o universidad y facilidades para obtener certificados y títulos, así mejorarán las estadísticas. Pero construir nuevas generaciones de gente realmente educada implica un cambio en los valores que dominan esta sociedad, concretamente un cambio en la valoración del conocimiento. Si, para bien o para mal, el valor de cambio del conocimiento se desvanece, es necesario rescatar su valor de uso.
Un aspecto del valor de uso del conocimiento se deriva de su poder para resolver problemas y satisfacer necesidades, ya sea individuales o sociales. Saber curar una enfermedad, tener la capacidad para diseñar un puente o una carretera, conocer las leyes para poder defender una causa justa, disponer de conceptos para comprender un fenómeno social, son ejemplos del valor de uso del conocimiento.
Quien se fija como meta contribuir a la solución de esos problemas o necesidades buscará los conocimientos apropiados y sabrá aprovechar las oportunidades que para ello ofrecen la escuela y la universidad. De la solidez de su compromiso y empeño por contribuir a atender esas necesidades dependerá la fortaleza de su motivación para constituirse en un agente activo en el proceso educativo y permanecer en él trabajando con la intensidad requerida.
De manera creciente, la solución de los problemas personales o familiares también requiere de conocimientos, y en ocasiones de conocimientos avanzados. La salud, la organización de la vida cotidiana, la educación de los hijos, las relaciones laborales, los problemas de la vida urbana, implican la aplicación de conocimientos o la capacidad de gestionar los apoyos especializados necesarios.
Otro aspecto del valor de uso del conocimiento es su potencial para ayudar a desarrollarnos como personas, para encontrar el sentido de la vida y respuestas a las preguntas básicas de nuestra existencia. Asimismo, el valor de uso del conocimiento está en la posibilidad que nos ofrece para entender el mundo natural, el universo, la humanidad y su historia. La autenticidad con que se asuman estos problemas determinará la fortaleza de la motivación para estudiar con empeño y buenos resultados.
Desarrollar estas motivaciones supone que, sin caer en solemnidades ni el tedio academicista, se supere la frivolidad, estulticia y enajenación que dominan la vida contemporánea. Sería ilusorio esperar que la televisión, la radio o la mayor parte de la prensa contribuyan masivamente, como debieran, para impulsar este cambio de valoración social del conocimiento. A contracorriente, es imperioso promover este cambio en el mismo sistema de enseñanza.
Es indispensable generar motivaciones intrínsecas en el educando no solamente con discursos, conferencias y demás, sino principalmente con una “reingeniería” del sistema que conduzca a que los estudiantes distingan con claridad el espacio y tiempo en que se educan, del espacio y tiempo en que se materializa el eventual valor de cambio de sus aprendizajes: la certificación de conocimientos.
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